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EL TREN DE LA VIDA

EL TREN DE LA VIDA

El tren de alta velocidad que vuela por las vías pasando los pueblos de tres en tres, sin dar oportunidad a los viajeros de ver estos días las espadañas coronadas de cigüeñas, evoca en nostálgica mente el recuerdo del tren de la infancia, con vagones tirados por máquinas de vapor que bufaban y rebufaban en las trincheras pidiendo espacio para trotar libremente por llanuras y detenerse a recuperar fuerzas en los bebederos de agua cercanos a los pueblos, entonces ocupados por lugareños de tierra, alpargatas, puchero y pan.

Trenes solidarios donde la vida habitaba en ellos sin reserva alguna, porque en sus departamentos se compartía comida embutida en fiambrera y pan de hogaza, superando el vaivén que dificultaba el gorgoteo en el paladar del vino procedente de las botas, en medio del estrepitoso traqueteo del tren como música de fondo a canciones, risas y bromas, solo interrumpidas por un policía “secreta” que buscaba “rojos” despistados por los vagones.

En aquellos trenes hubo nacimientos imprevistos, muertes anticipadas, romances inesperados, espontáneas peleas, robos de guante negro, detenciones injustificadas, trileros de paso, rifas de afeitadoras,  niños corriendo por los pasillos, comerciantes en las plataformas haciendo negocios, váteres testigos de inconfesables aventuras amorosas, discusiones matrimoniales, reconciliaciones y aves de corral asomando la cabeza en la cesta de mimbre.

Pero también había despedidas de viajeros que habían compartido esas historia de la vida con quienes quedaban en el tren, a los que no volverían a ver cuando abandonaban definitivamente aquel convoy de la vida en la estación correspondiente, quedando los demás viajeros a la espera de que llegara su estación para apearse dejando al tren de la vida que siguiera su camino.

LECCIONES SOLIDARIAS

LECCIONES SOLIDARIAS

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A muchos nos reprochan excesiva indignación con la situación que están pasando millones de ciudadanos, provocada por una cuadrilla de sinvergüenzas que han esquilmado las Cajas de Ahorros; han timado como vulgares trileros a jubilados que pusieron los ahorros en sus manos; politiqueros que han despilfarrado el dinero común; corruptos que han metido mano en las arcas municipales, y corazones sin sangre que expulsan de su casa a familias arruinadas por la usura de los desahuciadores, apoyados por defraudadores representantes del pueblo.

Así las cosas, nos hundimos en el infierno de los vagones destrozados a las puertas de Santiago para ver, con emoción y lágrimas contenidas, que entre las almas solidarias con la tragedia, que consuelan el dolor y dan su propia sangre, no están los que se sientan en escaños del Parlamento y Consejos de Administración, sino quienes habitan en humildes techos alimentados con generosa solidaridad.

Hemos visto a bomberos, dando ejemplo incondicional de entrega agotando sus fuerzas en el empeño salvador. Médicos fuera de servicio, al servicio de la vida. Guardias civiles con tricornios rojinegros. Psicólogos entregados a las familias. Policías armados de altruismo. Peregrinos que abandonaron el Camino para dar su agua a los heridos. Vecinos que ayudaron sin descanso a las víctimas. Ciudadanos que dejaron crespones, velas y oraciones junto a los raíles.  Y cientos de anónimos maestros de la vida, dispuestos a dar su vida por la vida de los accidentados.

Pero no hemos visto políticos manchados de sangre, ni banqueros remangados, ni predicadores embarrados, ni sangre azul entre las vías, porque estaban en los micrófonos, ante las pantallas televisivas, guardando minutos de silencio y hoy los veremos en el funeral conjunto por las víctimas.

Pedimos a los jueces que no permitan el entierro de la causa al tiempo que se incineran y entierran las víctimas, como sucedió el 26 de mayo de 2003 con el Yak-42 y el 3 de julio de 2006 en el Metro valenciano, porque a la tercera tiene que ir la vencida contra los responsable de la tragedia, sean estos quienes hayan sido.