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Etiqueta: Unamuno

UNAMUNO EN EL RECUERDO

UNAMUNO EN EL RECUERDO


Tal día como hoy, a las cuatro de la tarde del jueves 31 de diciembre de 1936, caía herido de muerte sobre la camilla de su casa don Miguel de Unamuno y Jugo, a causa de “mal de España”, aunque el doctor Adolfo Núñez certificara su muerte por una hemorragia bulbar que se lo llevó sin previo aviso.

Ese día enmudeció una de las voces más sabias de nuestra historia, un socialista con ideario político sin ataduras, un intelectual comprometido con la liberación de obreros y campesinos, un republicano decepcionado con los gobiernos republicanos, un padre espiritual de sus alumnos y un profesor excepcional que hoy estaría a la cabeza de todas las manifestaciones, sosteniendo la pancarta a favor de la enseñanza pública.

A este personaje, que supo conciliar la bondad doméstica con la firmeza paterna; la lealtad política y la noble censura; la benevolencia en la cátedra y la exigencia de trabajo; la formación de espíritus rebeldes y la disciplina escolástica; el rigor académico y la tolerancia de errores, rendimos con esta página un homenaje filial de respeto, admiración y cariño.

A este luchador por la patria,  político honrado, profesor ejemplar y rector diligente, que supo ser a la vez maestro y discípulo. Hombre sabio, rebelde, honrado, generoso, inconformista, sincero, familiar, incomprendido y, sobre todo, leal a sí mismo, a su familia, a su profesión y a sus amigos, cuya memoria todavía hoy se disputan hunos y hotros, va dedicado con profunda gratitud por su legado este recuerdo.

A quien fue Catedrático de la Universidad de Salamanca, Rector vitalicio de la misma, Diputado nacional en las Cortes Constituyentes de la segunda República, Concejal electo del Ayuntamiento de Salamanca, Alcalde honorario perpetuo del mismo, Presidente del Consejo de Instrucción, Ciudadano de Honor de la República, Doctor Honoris Causa por las Universidades de Oxford y Grenoble; Presidente de la Liga de Derechos del Hombre; Presidente de la Junta de Defensa de los Derechos Humanos; Candidato a Premio Nobel; Presidente del Ateneo; Presidente del Casino; Presidente de la Federación Obrera; novelista, poeta, dramaturgo, ensayista, filósofo, articulista, crítico literario, prologuista y dibujante, lo evocamos hoy en esta humilde bitácora al cumplirse el setenta y cinco aniversario de su muerte.

A este luchador contra todo y contra todos, incomprendido de todos, víctima mortal de la guerra y protagonista sin pretenderlo de la tragedia griega que le tocó vivir entre dos cruentas guerras civiles, vaya este abrazo filial hasta el nicho donde descansa su cuerpo cansado de tanto bregar, mientras su alma deambula por los corredores de un misterioso hogar, sin encontrar respuesta a los interrogantes que atormentaron su vida.

«HUNOS » Y «HOTROS» CON EL MAESTRO

«HUNOS » Y «HOTROS» CON EL MAESTRO

No me corresponde a mí hablar de la presentación que ayer hicimos de mi último libro, pero tengo la obligación de difundir en este blog el acuerdo común de todos los amigos que han enviado correos electrónicos a mi buzón, uniendo a su felicitación por el éxito del acto, la satisfacción que han sentido al ver compartir bancadas en el salón universitario a políticos de distinto signo, en plena campaña electoral.

Pero creo obligado decir a los remitentes, que las felicitaciones por haber conseguido reunirlos a todos no es mérito personal que deban atribuirme a mí, sino al profesor y rector ayer homenajeado. Es él quien merece los beneplácitos, aplausos y agradecimientos, porque a él corresponden en el 75 aniversario de su muerte.

Ahora sólo cabe esperar que el objetivo tantas veces deseado por el maestro de ver luchar juntos por España a “hunos” (sangre) y “hotros” (pus), se haga realidad, por encima de protocolos, partidos políticos y compromisos sociales, especialmente en estos momentos de hundimiento moral por la crisis. Estado de ánimo semejante al que vivió Unamuno con motivo de los desastres coloniales del 98, y al estado de corrupción y caciquismo que reinaba entonces en España.

Es hora que el enfrentamiento entre las dos Españas no vuelva a helar el corazón de los españolitos  que vienen al mundo, dando razón a los versos de don Antonio. Es el momento de guardar con siete llaves en los libros de arte el duelo a garrotazos de don Francisco.

Si el regeneracionismo de Joaquín Costa removió entonces la conciencia política y alentó el compromiso ciudadano con el esfuerzo común, tal vez ahora debamos unir todas las manos para levantar juntos la bandera de la esperanza y luchar hermanados por ahogar la crisis, antes de que ella nos asfixie.

Deseo que los testimonios recibidos en mi correo, – compartidos por mí – se hagan realidad, para que todos comprendamos que nunca como ahora, la unión debe darnos la fuerza que necesitamos.

UNAMUNO Y ARANGUREN

UNAMUNO Y ARANGUREN

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Este año nos recuerda que llevamos setenta y cinco años sin ver por el Campo de San Francisco la silueta inconfundible del pensador que murió de mal de España. Una enfermedad erradicada de la clase política, para desgracia de quienes sufrimos a diario sus disparates, aborrecemos los cambalaches que enjuagan en leyes contaminadas, pagamos sus salarios y mantenemos por obligación sus privilegios.

También nos recuerda que llevamos quince años sin ver en la pequeña pantalla el ingrávido cuerpo esquelético del mayor heterodoxo cristiano del último tercio del pasado siglo. Abulense, tolerante con todo menos con la dictadura que lo mandó al exilio, como hizo con don Miguel el primo del Directorio monárquico.

Esta coincidencia de aniversarios, es un buen pretexto para recordar a estos dos cultivadores de la juventud, hermanados por coincidencias del destino. El más joven, casi nonagenario al despedirse de nosotros, siguió las huellas que dejó el vasco. Y ambos fueron heterodoxos, inconformistas, agitadores de conciencias, leales a su pensamiento, críticos, incomprendidos y con dudas y puntos suspensivos en su fe.

También ambos fueron represaliados por sendas dictaduras y desterrados por causas similares. Uno a Fuerteventura y el otro a California, simplemente por decir lo que pensaban sin pensar antes lo que decían, olvidando que en tiempos de ira y represión los cristianos que les precedieron se ocultaban silenciosos en las catacumbas. Sus virtudes cívicas les llevaron a defender con vehemencia los derechos y dignidad de las personas, manteniendo intacto su amor a la vida.

A los dos les fue reconocido en vida su compromiso y virtudes cívicas. Savater agradeció al profesor de ética su dignidad docente al caminar delante de él por la avenida Complutense contra las gorras grises del entorno, mientras pacumbral aplaudía a ese feo cristiano por llevar su intelectualidad hasta el límite de la fe y ser el mayor finalista de la vida. Don Miguel, en cambio, fue aclamado por todo el pueblo salmantino cuando regresó del destierro y proclamó la República desde el mismo balcón donde estuvo colgada una detestable y demagógica pancarta. Ambos murieron viejos, cansados y desmoralizados, es decir, desertando de la vida por falta de ánimo y de moral para seguir luchando, pero reafirmando su nietzscheana alegría por todo lo que habían vivido, exhibiendo una grandeza de alma aristotélica exclusiva de los grandes espíritus, tan lejanos de falsas modestias, como afirmó Victoria Camps en su día.

Pero no todo son coincidencias. José Luis pudo reunir ética y la estética en un puño, como le recordó José María Valverde cuando se fue detrás de él hacia el exilio. En cambio, don Miguel no fue capaz de unir las dos españas porque una de ellas dejó helado su corazón, horas antes de que el año de la barbarie diera su último portazo.

Como profesores universitarios, tensaron el arco dialéctico contra la derecha política, sin advertir que ésta intentaría transformar sus flechas ideológicas en bumeranes, para dirigir su trayectoria hacia los aliados de las acusaciones. Pero los manipuladores ignoraban que tal adulteración era imposible porque un bumerán sólo vuelve al punto de partida si falla el blanco, y ellos tuvieron setenta años clavadas las flechas en su coraza, haciendo cuerpo solidario en la historia local y nacional.

Ahora, ambos están siendo imitados patéticamente por los dirigentes políticos actuales, sin que ellos puedan denunciar tanto plagio y falsificación de sus ideas, porque más allá de la gran frontera no hay espacio para la réplica. Creador y promotor del término “talante”, Aranguren lo acuñó con su ejemplo, sin sufrir calentones inoportunos que hicieran pensar en otras disposiciones de ánimo. Y el incondicional amor a España de Unamuno es utilizado con detestable cinismo por quienes mantienen la contagiosa obsesión de politizar paranoicamente las Instituciones y los tribunales de justicia.

El mejor tratamiento a todo ello es sentarse delante de un espejo a plena luz del día con un libro en la mano, dejando a un lado los santos, los policomics y las linternas.

 

LA MUERTE DE DON QUIJOTE

LA MUERTE DE DON QUIJOTE

Entre los libros dispersos por la mesa de trabajo, mesilla de noche y brazo del sofá, hace meses que aguardaba turno la edición que presentó la Real Academia Española de la obra de Cervantes, con motivo de su IV Centenario. Finalmente, ayer pude hojearla, – porque releída ya estaba –poniendo la vista en pasajes que siempre me llamaron la atención, especialmente el de la muerte del hidalgo caballero.

Esto lo hacía mientras los “indignados” montaban su tienda junto a la casa del pueblo, hoy, más que nunca, jaula de discusiones partidistas y no mesa de trabajo por el bienestar ciudadano. Decepción que ha impulsado mi ánimo para traer a esta página de mi bitácora la descripción de la muerte del caballero andante, con objeto de reflexionar en voz alta sobre las cuestiones que me ha suscitado la revisión anunciada. En la versión original, Cervantes describe la muerte del caballero así:

Y la última edición académica adapta el texto diciendo: “En fin, llegó el último de don Quijote, después de recibidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallose el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió. Viendo lo cual el cura, pidió al escribano que diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote…”

Observará el lector los sustanciales cambios de grafía, signos de puntuación, mayúsculas y paréntesis que hay entre el texto original y el patrocinado por la Academia, para adaptarlo al momento actual, algo que parece razonable. Como razonable parece que los acampados en la Puerta del Sol hayan cambiado su estrategia reivindicativa.

Unamuno se preguntaba en su ensayo sobre la vida de don Quijote, a quién dio su espíritu el caballero y dónde está hoy ese espíritu, sabiendo muchos de nosotros que sobrevuela el alma de los utópicos revolucionarios del 15-M y de miles de almas derrotadas en hogares malheridos.

Pero nos tememos que la manifestación de ayer tarde frente al Congreso de Diputados sea el último estertor de estos quijotes a los que muchos nos hemos unidos indignados por la sordera política que asiste a quienes nos gobiernan, como demuestra el hecho de que este movimiento no les haya afectado en absoluto, siguiendo ellos a lo suyo, que casi nunca es lo nuestro.

El escribano de la novela que asiste en la narración al último suspiro de don Quijote se extraña que el caballero andante muriera sosegadamente en la cama porque tal defunción era indigna de luchadores, algo que no debe suceder con el movimiento 15-M, aunque la realidad parece afirmar lo contrario.

A diferencia del escribano, yo me sorprendo que el autor de la novela describa tan lacónicamente la defunción del protagonista, aclarando incluso al lector que dar el espíritu significaba la muerte, como si Cervantes se hubiera quedado sin inspiración literaria para hacer una descripción más brillante de circunstancia tan fundamental en el desenlace de la novela.

Sólo cabe pensar que fue así porque quien verdaderamente murió de dolor y perdió su vena literaria fue el propio autor, obligado a cumplir la exigencia de un guión impredecible el día que comenzó a escribir la vida del caballero, queriendo olvidar el lugar de la Mancha donde nació.

Esto mismo le ocurre al autor de esta bitácora, al sospechar que el movimiento 15-M no pasará de ser una frustrada esperanza de regeneración democrática que muchos hemos compartido, sin saber cómo nació.

UN SORTEO IMPIDIÓ QUE UNAMUNO FUERA CONCEJAL

UN SORTEO IMPIDIÓ QUE UNAMUNO FUERA CONCEJAL

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El empate a votos que se ha producido en diferentes localidades entre el Partido Popular y el PSOE, ha obligado a dirimir tan excepcional equilibrio de fuerzas con un sorteo, para decidir qué lista ocuparía la alcaldía. Tal situación obliga a bucear en hemerotecas del siglo XIX para sacar a la luz una exclusiva mundial, desconocida y merecedora de reflexión, en estos días previos a la constitución de los nuevos ayuntamientos.

El domingo 12 de mayo de 1895 los ciudadanos de Salamanca fueron a las urnas para elegir concejales del municipio, siendo más votados los que figuran en el primer recorte del periódico, donde puede verse la militancia política de cada uno de ellos, figurando Miguel de Unamuno como candidato al concejo por los socialistas. Noticia que fue publicada en el diario local “La Información”, correspondiente al lunes 13 de mayo:

Realizado el escrutinio de las papeletas, resultaron igualados a 173 votos el abogado conservador Sandalio Esteban y el catedrático socialista Miguel de Unamuno, por lo que tuvo que reunirse el consistorio el viernes 17 de mayo para decidir por sorteo quién de los dos ocuparía la concejalía, con el resultado que el mismo periódico publicó al día siguiente, anunciando que don Miguel de Unamuno quedaba fuera del Ayuntamiento salmantino.

Hasta aquí la noticia. Pero conviene reflexionar sobre un aspecto que puede haber pasado desapercibido a quienes no hayan leído atentamente la misma: los votos se daban a las personas concretas, no a listas cerradas elaboradas por los partidos. Es decir, que ya a finales del siglo XIX la población tenía satisfecha una de las aspiraciones que hoy parece imposible de lograr, aunque sean millones los ciudadanos que demandan listas abiertas, en las que se pueda votar a los candidatos individualmente para el Congreso y Concejo, y no a los partidos que cierran las listas, obligando a muchos con ello a rechazar una partitocracia que pudo ser afortunada en la transición, pero que hoy no convence a nadie.

 

QUIJOTE UNAMUNO

QUIJOTE UNAMUNO

QUIJOTE UNAMUNO

La inauguración de la feria municipal del libro me permite hermanar al caballero manchego con el sentidor vasco, ambos patrimonio de la humanidad, aunque el segundo de ellos este despatrimoniado en su tierra adoptiva.

Impulsa las actuaciones de los quijotes un fondo de bondad compatible solamente con sentimientos de similar nobleza, y singulares puntos de ingenuidad los caracterizan, aderezando su romanticismo con unas gotas de valor, dos cucharadas de generosidad, tres paladas de idealismo y un tren repleto de solidaridad.

La ocupación principal de los quijotes consiste en desfacer entuertos allí donde el agravio asome por la ventana o se deje entrever a través de los visillos. Les basta imaginar el perfil de la injusticia para empuñar su lanza y ayudar a los desfavorecidos o defender a los desventurados, mientras persiguen incansablemente por todos los rincones un amor platónico al que entregarse plenamente y sin reservas.

Vieja idea en odre nuevo que Antonio Machado recogió para retratar a nuestro hombre como  “donquijotesco don Miguel de Unamuno”, que caminaba “jinete de quimérica montura, metiendo espuela de oro a su locura, sin miedo de la lengua que malsina”, dedicado a la obra universal.

A lomos de este empeño he cabalgado durante años tras las huellas de tan noble caballero, proclamando que su vida fue una lucha permanente en defensa de la verdad y la justicia, denunciando la calumnia y la mentira, allá donde tropezó con ellas, para hacer del romántico quijotismo norma de conducta, y despertar las conciencias de todos con la verdad.

Moral de quien fue quijotista – no cervantista – nacido lejos de La Mancha y asentado en la conventual Salamanca, claustro y celda del catedrático andante, desde la cual esgrimió su lanza contra malandrines, gandules, fariseos, mercaderes, defraudadores, negligentes, corruptos, politiqueros, desaprensivos y otras especies de la fauna bípeda racional a quienes no dio tregua ni concedió mínimo espacio entre nosotros.

La verdad por encima de todo, fue su lema. Y así lo dejó escrito con estas palabras: “No me prediques la paz que la tengo miedo. La paz es la sumisión y la mentira. Ya conoces mi divisa: primero la verdad que la paz”. Algo que repitió en varias cartas, escritos y conferencias a lo largo de años, ratificando con firmeza tal convicción.

Quién sino este verdadero Quijote podría ser capaz de renunciar a todos los honores para mantener su independencia de criterio por encima de lo estimado políticamente correcto. ¿Hubiera obtenido el Premio Nobel si traiciona su curiosidad intelectual negándose a ir al dichoso mitin de Falange? ¿Mantendría el rectorado vitalicio y la alcaldía honoraria perpetua si hubiera satisfecho el deseo de los hotros y no su propia conciencia? ¿Habría ocupado un escaño en la Cámara Alta correspondiendo al guiño del ministro, en contra de sus convicciones? ¿Qué recompensas tenían reservadas para él los militares rebeldes si hubiera agachado la cabeza ante los sables golpistas?

Quién sino este Quijote pudo pasarse la vida luchando contra todo y contra todos, contra esto y aquello, contra las injusticias, los abusos, la ignorancia, la incivil guerra, la política, los usurpadores y los electoreros, anteponiendo siempre su lealtad intelectual y honradez personal, para acabar sólo y abandonado en una helada casona, entre el silencio castañeante de los pocos amigos que ahogaban su dolor en lágrimas heladas por el miedo, mientras los falangistas subían al primer piso del número 4 de la calle Bordadores, ajustándose los negros correajes para comprobar que efectivamente había muerto el caballero.