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Etiqueta: ultraterreno

DESACUERDO

DESACUERDO

Pocas veces en mi larga vida he estado en mayor desacuerdo con las declaraciones de un miembro de la Conferencia Episcopal española, que el experimentado el Viernes Santo oyendo las opiniones vertidas por el Obispo de Alcalá, Juan Antonio Reig Pla, a través de las cámaras de la segunda cadena televisiva.

Lejos de mi ánimo, molestar al pastor y a su grey o dañar espíritus sensibles, pero yo también tengo derecho a dejar mi opinión en esta bitácora, alimentada con sentimientos no siempre compartidos por los lectores, pero invariablemente sinceros y dictados por la buena fe laica que me asiste.

Dice don Juan que el principal enemigo de la Iglesia católica es la ignorancia, cuando yo he defendido siempre lo contrario. Ha sido precisamente la velada ignorancia de la feligresía el mayor aliado de la iglesia y quien ha sustentado una doctrina imposible de asumir si el rito iniciático se produjera en edad madura, y no cuando la frágil mente del infante asume irracionales misterios que alimentan su fe durante toda la vida

Sólo en tierra inculta germinan postulados que repugna la razón. Sólo la falta de reflexión, enquistamiento ideológico, ausencia de cultura o miedo ultraterreno, puede justificar el crédito a ciertos arcanos consoladores de paraísos celestiales y redenciones hipotéticas que sólo existen en las mentes de quienes han nacido bajo el imperio de la civilización occidental cristiana. Sólo quien ignore la historia de la Iglesia, la selección evangélica y el establecimiento de los dogmas, sin ocuparse agitar la mente para remover ideas infantiles grabadas a fuego en corazones ingenuos, puede seguir dándose golpes de pecho, comerciando con favores divinos, adorando imágenes y creyendo en cielos e infiernos que nadie ha visto ni se sabe dónde están.

 Y no hablo del opio deísta, tan unido por el extremo opuesto al ateísta, sino de los enigmas doctrinales que lleva la historia de la humanidad destruyendo con su tozuda realidad desde hace seis millones de años, cuando desaparecieron los primeros australopithecus.

Un ruego al prelado: impida, monseñor, el adoctrinamiento infantil en su diócesis y comprobará que la inercia mental, – vitalizadora eterna del arponazo ideológico -, sustenta la ignorancia que a usted le permite preocuparse de homosexuales y botellones, en vez de excomulgar a usureros, explotadores, defraudadores y corruptos, que están desahuciando y condenando a la miseria a humildes feligreses que ocupan la iglesia donde usted se olvida de predicar al Cristo que expulsó a los mercaderes del templo a latigazo limpio.

CIELO QUE ESTÁS ENTRE NOSOTROS E INFIERNO QUE HABITAMOS

CIELO QUE ESTÁS ENTRE NOSOTROS E INFIERNO QUE HABITAMOS

Supongo que Lucas tendría sus razones para anunciarnos el reino de Dios entre nosotros y que León Tolstoi escribió su gran obra pacifista con ese título para convencernos que la Iglesia y el Estado eran dos instituciones anticristianas.

Estos golpes de fe me llevan a descubrir el cielo terrenal – único cielo – en toda donación de amor generosa y desinteresada; en el rumor de la hierba que crece en el berciano valle del Burbia; en las manos entrelazadas de los enamorados; en la gota de lluvia que resbala sobre el pétalo de una flor silvestre; en el grano trigo que da vida a la espiga desde en el fondo de la tierra; en el ave que planea al amanecer sobre el altiplano; en la agitación del primer beso de amor adolescente; en la respuesta del capullo de amapola que nos anticipa si será fraile o monja en primavera; en el niño que interroga sobre el origen de la vida; en la caricia del aire al atardecer viendo la luz agotarse en el crepúsculo; en la sabiduría y sosegada mirada del anciano; en la espuma que agita las torrenteras; en el manso copo de nieve que blanquea los tejados; en el verso que abriga la soledad; en la paz inquieta del espíritu rebelde a la injusticia; en la sobremesa de una fraternal comida; en el velero que saluda dejando su estela rubricada; en la humildad de pedir indulgencia por errores cometidos; en el olor a tierra húmeda tras la tormenta; en la generosidad y entrega de agnósticos y ateos a las causas ajenas; en la contemplación de la obra de Leonardo; en la solidaridad que arriesga su bienestar; en el golpe de fortuna cuando la suerte redime la pobreza; en la lluvia que cae sobre el coche de los amantes que contemplan el mar desde un acantilado; en la vela que ilumina tímidamente la estancia donde las notas de un adagio conmueven el alma; en la fruta refrescante compartida un cálido día de verano; en el sol que rebota en las fachadas encaladas; y, sobre todo, se muestra el cielo en la felicidad  de quienes ocupan su tiempo en hacer felices a los demás.

No está el infierno en el infierno, que no existe. Se encuentra usurpando espacios cotidianos, porque el averno se ha hecho carne y habita entre nosotros, sin haber solicitado permiso ni tener licencia autorizada para ejercer un dominio que se expande sin aparente redención.

Encontramos el infierno en la mirada famélica del niño comida por las moscas; en la barbarie de guerras declaradas o encubiertas bajo el manto de un pacifismo inexistente; en el cinismo institucional, la mentira reglada y el engaño como oficio;  en la trágica mueca del drogadicto muerto por sobredosis; en las manos encallecidas de explotación laboral infantil; en los especuladores capaces de quitarle un caramelo al huérfano; en el llanto desconsolado de la viuda de guerra; en el alma negra de los politiqueros; en la decepción de una amistad traicionada; en el quebrado espíritu de ladrilleros que se enriquecen arruinando a los demás; en la falsa justicia al servicio del poder y la riqueza; en la resignación de enfermo que muere esperando la operación que no llega nunca; en el dolor de las víctimas terroristas; en la malicia del periodismo sectario que a todos envilece; en el desprecio de la meretriz embarazada que vende sexo en la calzada; en la basura que destilan las pantallas televisivas; en la soledad del anciano que finge el olvido; en la ruina humana de abandonadas jeringuillas rotas por suelos de marginación; en el nauseabundo olor de la corrupción; en el olor a tierra quemada por depredadores ecológicos; en el arrepentimiento del parapléjico por exceso de velocidad;  en el desengaño de un fracaso amoroso; en el silencio de una pareja que sobremuere con el amor perdido; y, sobre todo, está el infierno en la falta de cultura, origen de muchos dolores que padecemos.

Cielo e infierno no son ultraterrenos. Están acompañándonos en este mundo. Caminan a nuestro lado, conviven con nosotros y con nosotros se entrelazan, aunque tratemos de evitarlo y no queramos darnos por enterados.