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NEFTALÍ RICARDO

NEFTALÍ RICARDO

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Pablo

Hace hoy ciento diez años que el parralino Neftalí Ricardo Reyes Basoalto vino al mundo en una ciudad comunal ubicada en la región chilena de Maule, dispuesto a revolucionar la poesía con el seudónimo de Pablo Neruda, ganar el Nobel de Literatura en 1971, ser doctor Honoris Causa por la Universidad de Oxford y comprometerse activamente con el Partido Comunista.

Cantor singular del amor, la libertad, el compromiso y la rebeldía, escribió una noche con diecinueve años los versos más tristes que imaginarse pueda en desesperada canción, anunciando la mañana llena de tempestad para que su amada recordara como era en el último otoño cuando tiró sus redes ebrio de trementina guardando su corazón en el pecho de la amante.

Luego vino el lamento perfumado de las cerezas caídas sobre el suelo, pudriéndose en el tiempo, infinitamente verdes, mientras el poeta rodaba por la Tierra, cortando el espacio en distancias accesibles al irremediable destino en la madrileña casa de las flores, dando puntadas secas en las costuras de los árboles abiertas por una guerra incivil.

En medio de tal barbarie, salió una mañana del corazón de España para ver brotar del surco hogueras enloquecidas devorando seres indefensos con fauces que llegaban desde el cielo a matar niños, dejando regueros de sangre inocente por las calles adoquinadas, sin redención posible de horrores lastimosos.

En sus soledades, lloró ríos de insumisas quejas, condenó condenas, liberó cadenas y acusó a los conquistadores que robaron oro de su tierra, violaron mujeres, saquearon ciudades y ahorcaron infieles en sus corrales, llenando de muerte un territorio inocente hasta dejarlo roído por ratas sin entrañas, antes de matar y matarse de rapiña con hocico verde, lujuria aceitada en sangre, codicia con uñas de plata, traiciones teñidas con aviesa dentadura y cruces como reptiles rapaces.

Amor maduro después, espontáneo y furtivo, dejado por un capitán en recortes de periódicos, billetes y servilletas de papel, reclamando una sonrisa a la amante mientras salían volando sus manos al encuentro de las manos enamoradas con la flor de los labios en pétalos de otros labios, dejando en ellos imborrable quemadura.