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SILENCIOS EN DEFENSA PROPIA

SILENCIOS EN DEFENSA PROPIA

Decir que el ser humano es prismático añade poco a lo que ya todos sabemos, sin que tal condición merezca descalificaciones,  aunque así lo entendamos en ciertos momentos debido a las diferentes caras que mostramos en sociedad, unidas por aristas desiguales que se unen en un vértice común, síntesis de quienes realmente somos.

 La actitud mantenida en el trabajo, – sea la oficina, el aula, la fábrica o el consultorio – no siempre coincide con el comportamiento doméstico. Ni la conducta sostenida en los clubs deportivos, asociaciones vecinales y organizaciones sociales, se corresponde con disposiciones actitudinales sustentadas en las relaciones personales individuales.

Esto explica las diferentes opiniones que existen sobre la misma persona en ámbitos donde se relaciona; justifica las valoraciones  contradictorias; y aclara las sorpresas de colegas y vecinos al confirmarse actuaciones desconcertantes de personas supuestamente conocidas.

Pero diversificar las manifestaciones no implica personalidad múltiple ni trastornos psicológicos adicionales porque, de ser así, el mundo sería una inmensa casa de reposo, ¿o lo es? No creo. Tener varios perfiles fragmentarios que conforman una totalidad, no es argumento suficiente para construir un descansorio universal. Tampoco creo que pretendamos ser lo que no somos, sin excluir el deseo de complementarse en los demás.

En cambio, preocupan silencios encubridores de posibles mentiras por omisión, encontrando justificación a  tal actitud en la protección personal y profesional que busca el afectado. Ello explica que por temor al despido, un trabajador evite decir lo que siente en lo más profundo de su alma. El político trepador intermedio se guarda mucho de decir aquello que no agrada a quien tiene que pulsar la catapulta que lo lance a la gloria eterna, es decir, al sillón, teléfono, coche oficial y bastón. El funcionario que aspira a la promoción profesional evita denunciar los tejemanejes que tienen lugar en las comisiones de selección por miedo a que le sierren dos o tres peldaños de la escalera. El que aspira a subvenciones oficiales está más atento a pasar el plumero por el asiento del político de turno que a denunciar sus chantajes, por miedo a que le corten el grifo de los euros que se destilan en las comisiones de adjudicación. Es la ley del silencio, del acatamiento, del cabezazo y de la menesterosa mano tendida en busca de las migajas que caen de la mesa donde se acodan y acomodan los acomodadores del dinero común.