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MI DÍA DE LA MADRE

MI DÍA DE LA MADRE

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No simpatizo con los “Días de…” porque entiendo que todas las jornadas son días de la infancia, de la paz, el hambre o los derechos humanos, con mérito propio para hacer realidad diaria lo que pretenden recordar cada uno de ellos, el día que tienen asignado.

Pero entre todos esos días, guardo especial recuerdo al día de la madre, aunque jamás haya podido homenajearla ese día ni los trescientos sesenta y cuatro restantes, compartiendo festividad y consuelo con cientos de hermanos adoptivos en el Colegio Infanta María Teresa, que todavía guarda intratapias inolvidables recuerdos de mi infancia y primera juventud.

Allí celebré con fraternales amigos de colpicio el “Día de la madre” cada 8 de diciembre durante los quince años que convivimos juntos, hasta que en 1965 alguien decidió cambiar esa celebración al primer domingo de mayo, sin doblegar mi voluntad, ya que permanezco inmóvil en mi sitio, recordando a las madres de mis compañeros, un día como hoy de cada año.

Simple homenaje a las enlutadas madres viudas de mis confraternales amigos, que lloraban la ausencia del marido y el alejamiento del hijo por obligada subsistencia, sumándose a ellas las abuelas y tías tutoriales que habían tomado el relevo de las madres ausentes, por fatal destino de la desgracia injusta.

Sencillo ofrecimiento patrocinado por la dirección del colegio para materializar el abrazo a las madres en humilde tarjeta descarada, que silueteaba en negra sombra al padre ausente aparentando una presencia en la mesa, imposible de alcanzar porque el destino había cerrado las puertas al amparador reencuentro.

Sobre la cartulina dejábamos estrofas dictadas y enviábamos besos con palillero, humedeciendo el plumín en tintero dolorido por una orfandad, siempre injusta, desigual y a destiempo, pero nunca merecida por el manojo de almas que nos arracimábamos en torno a la obligada celebración litúrgica.

GABO Y EL OFICIO DE ESCRIBIR

GABO Y EL OFICIO DE ESCRIBIR

Unknown

Hoy se cumplen cinco meses de la ausencia física de Gabo entre nosotros, padre literario de la saga macondense que tanto nos ha deleitado y seguirá deleitándonos, porque su espíritu mantendrá la frescura de eternidad que la historia concede a quienes pasaron por la vida haciendo felices a los demás, como hizo García Márquez complaciéndonos con sus páginas.

Periodista de raza que interpretó fielmente la realidad sin aceptar imposiciones ajenas a la verdad, ya que fue Gabo novelista surgido de las redacciones periodísticas y escritor vocacional, reconociendo él mismo que en su memoria solo tuvo espacio el recuerdo de ser escritor antes de venir al mundo, siendo este el oficio que realizó desde la infancia.

Arte de jugar con las palabras, que García Márquez dominó como pocos lo han hecho, vertiendo la sinceridad del alma con tinta de cada día en las cuartillas y advirtiéndonos que el mayor problema del escritor es mentirse a sí mismo, porque cuando el autor se se engaña, miente al lector y la mentira nunca perdona, como él bien sabía.

También sabía, y así lo dejó dicho, que es más fácil atrapar un conejo que un lector; que cuando el escritor se aburre escribiendo, el lector se aburre leyendo; y que no debe obligarse al lector a leer una frase de nuevo, teniendo por norma no dar opiniones públicas, ni buenas ni malas, sobre sus compañeros de oficio.

Tal fue el legado que García Márquez nos dejó sobre el quehacer que le dio fama, honor y gloria eterna entre nosotros, antes de que la muerte arrojará al suelo de un manotazo el tintero donde humedeció su pluma los ochenta años que se dedicó al oficio de escribir.