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EL TIEMPO

EL TIEMPO

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Los seres humanos somos pasajeros mutantes, animales bípedos limitados, contingentes, perecederos y ajustados al tiempo, como magnitud física que ordena los sucesos de nuestra historia personal en forma de pasado acontecido, inexistente presente y desconocido futuro que impaciente espera.

Es el tiempo nuestra gran limitación, quien pone límites a la vida, acota la existencia, enfría el ánimo, consuela desgracias irredimibles, turba la prisa por vivir, alimenta el olvido y promueve ficticios paraísos liberadores de la angustiosa eternidad que irremediablemente nos espera.

Sirve el tiempo de excusa a los negligentes que aseguran carecer de él para justificar sus incumplimientos, promesas y olvidos, cuando lo emplean en menesteres obligatorios o más complacientes de realizar por ellos, que los propuestos en compromisos voluntariamente adquiridos.

No ganamos tiempo cuando demoramos acciones inevitables; ni lo perdemos empleándolo en satisfacer placeres ocultos a los especuladores de minutos; ni gastamos en tiempo con el roce de estériles ocupaciones; ni lo apuramos cuando bebemos la última gota de momentos complacientes.

La eternidad del tiempo lo hace inmortal entre los mortales, por mucho que intentemos matarlo con pasatiempos que no hacen pasar el tiempo porque éste permanece inmóvil, mientras nosotros discurrimos por él con alma perecedera, arrugas en el rostro y fecha de caducidad en el reverso de la esperanza que se extingue en las agujas del reloj.

Compañero inseparable de nuestro peregrinar por la vida a golpes de felicidad e infortunio, el tiempo permanece inalterable en su balcón viéndonos pasar por delante de su casa incapaces de alcanzar el futuro que él contempla desde su atalaya y olvidando el pasado que con su vista alcanza.

Es el tiempo un océano donde sumergimos nuestra tersa piel al comienzo de la vida, permaneciendo en sus aguas hasta que la muerte viene a recogernos en patera, para llevarse a la nada un cuerpo viejo, arrugado, maltrecho, con cicatrices y cansado de luchar contra ciclones y tempestades, hasta caer vencido en el naufragio final nuestra vida.

NOSTALGIA REDENTORA

NOSTALGIA REDENTORA

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A veces nos encontramos con sonrisas de la vida cuando doblamos alguna esquina del tiempo, como me está sucediendo estos días en los que una charla al aire libre y la visita de unos amigos abren paréntesis en las preocupaciones diarias.

Primero fue el pueblo de Candelario, donde pasé la tarde hablando a los vecinos en la corrala municipal sobre la vida familiar de Unamuno, al atardecer de una calurosa tarde estival, antes de visitar la hipotética casa donde el rector pasó los últimos veranos de su vida.

Luego han venido amigos a redimir inquietudes cotidianas, con bonachonas sonrisas para amortiguar la calima que se ha echado sobre nosotros estos días, devolviéndome la hermandad compartida en tierras alpinas, porque la relación que mantuvimos y mantenemos va más allá de la amistad.

Nos encontramos en Zürich hace casi treinta años dando clase a jóvenes que hoy nos dirigen, y ni el tiempo ni la distancia ha podido deshacer nuestro hermanamiento, porque cuando la relación es sincera el espacio y los años se condensan eternamente en la historia compartida.

Nostalgia de noches interminables de vino y canciones en el lago Constanza, St. Moritz, Chatel, Friburgo,… Peregrinaciones continuas por ciudades europeas, entrañables paellas, inolvidables jornadas de esquí en paisajes de encanto, squash preludio de sauna y “pilonazo”, fiestas de vendimia y cerveza en Neuchatel y München, bromas en los tranvías, noches de Ateneo con el grupo de teatro MAMFAS que formamos y aventuras inconfesables que han venido a redimir la agitación del espíritu.