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ALOIS ALZHEIMER

ALOIS ALZHEIMER

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No todos los investigadores tienen la suerte de que su apellido pase a la historia acompañando a la enfermedad investigada, al aparato inventado o al fármaco descubierto, como le sucedió al doctor Fleming, oculto tras la penicilina; a Tesla, escondido en las bobinas de los motores de corriente alterna; o a Watt, manipulando en el sótano la máquina de vapor para mejorar el trabajo de Newcomen.

Este no es el caso del psiquiatra y neurólogo alemán Alois Alzheimer, cuyas aportaciones sobre la demencia senil le permitieron inscribir su nombre en manuales, enciclopedias, periódicos, boletines oficiales y centros bautizados con su apellido a lo largo de todo el planeta, hasta el punto de ser más famosa la enfermedad, que el descubridor de la misma.

La “tontuna del abuelo”, que tantas veces oímos decir en nuestra infancia, para describir la desmemoria de los ancianos, el olvido de los rostros familiares, la pérdida de orientación y las actitudes extrañas de los pacientes, pasó de la jerga del pueblo a los tratados de enfermedades neurológicas, permitiéndonos el dominio de un término alemán más difícil de pronunciar que su homólogo español tradicional.

Todo comenzó un día de 1901, cuando Alois Alzheimer se acomodó frente a su paciente Auguste Deter, tras ser llevada al hospital por su marido después de observar éste durante algún tiempo comportamientos extraños en ella, como olvidar cosas, sentirse perseguida y ver objetos ocultos.

Uniéndose a la nómina de los inmortales, un día como hoy de 1915, Alois abandonó este mundo en Bratislava a la edad de 51 años, siendo llevado a la eternidad por un mal estreptococo que le contaminó la sangre, provocándole una insuficiencia renal que derivó en irregulares diástoles causantes de un ataque cardiaco irreversible para su vida.

ORFANDAD DE LA RADIO

ORFANDAD DE LA RADIO

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Todos los sonidos que percibimos a través del aparato de radio nos llegan desamparados, con la orfandad propia de quienes no tienen padre que proteja su desvalimiento en la historia, porque son varios los progenitores que se atribuyen la paternidad de este singular invento que nos entretiene, informa y acompaña en lugares inaccesibles para la imagen.

Probablemente fue Tesla el primero que dio con la clave de las emisiones de radio en la década de los cuarenta del siglo XIX, consiguiendo que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos dictaminara la legitimidad de su patente, reconociéndole el mérito de su invención, pero sin comunicarlo a la opinión pública. Tal circunstancia fue aprovechada por el italiano Marconi, quien patentó la radio en el Reino Unido años después, siendo rechazadas ambas patentes por Rusia que atribuyó el invento a publicaciones anteriores de su compatriota Alexander Popov.

Sea como fuere, la radio vive entre nosotros porque Guillermo Marconi la comercializó, mereciendo por ello los honores y felicidad que le negó la vida por mantener relaciones sexuales con su hermana pequeña, teniendo varios hijos con dificultades mentales, al añadirse un cromosoma al par 21 del cariotipo celular de los descendientes.

Realizó Marconi comunicaciones inalámbricas entre las ciudades de Dover y Boulougne, situadas en sendas orillas del Canal de la Mancha, antes de cruzar el Atlántico y asentarse en Terranova para recibir un día como hoy de 1901 la primera señal de radio transatlántica enviada desde Inglaterra, en forma de letra “m” en código morse, tras recorrer 3.360 km a través del océano.