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SINRAZÓN DE LA INCULTURA

SINRAZÓN DE LA INCULTURA

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Las matanzas indiscriminadas de vesánicos francotiradores armados, se está convirtiendo por obra y gracia de la sinrazón, el racismo, la xenofobia, el fundamentalismo y otras patologías aún por describir en el manual del buen entendimiento, en macabra moda impuesta por ciudadanos sin conexiones neuronales en su cerebro.

A la religiosidad de quienes practican el As-Salaam alei-kum enunciado por el Corán para desear la paz a sus vecinos, se ha enfrentado la locura del joven descerebrado matarife Brenton Tarrant, que metralleta en mano liquidó en diecisiete minutos a decenas de religiosos musulmanes que oraban pacíficamente en la mezquita neozelandesa de Al Noor de Christchurch.

El terrorista autor de la masacre y experto jugador de consolas violentas donde ha masacrado durante años a todo aquel que ponía a tiro virtual, ha refinado su matanza con morbosidad diabólica, grabando con técnica de consola su exterminio, como si se tratara de un videojuego practicado desde niño en la habitación de su casa, con beneplácito de sus padres y admiración de colegas, tras conseguir records en escabechinas sin esfuerzo.

Mientras los mandamases del mundo entero estén más pendientes de los balances económicos multinacionales donde muchos participan, sin dar prioridad a la educación de padres, hijos, parientes, amigos y vecinos, seguiremos viviendo en una selva con GSMs. y plasmas, aunque sin taparrabos, dispuestos a postergar disidentes, quemar libros, silenciar pensadores, despreciar pacifistas y quitarle caramelos a los huérfanos.

Sólo la cultura nos salvará de tales espectáculos funerarios. Sólo el buen uso de la inteligencia nos librará de cuentos. Sólo desempolvando la razón seremos personas. Y sólo la experiencia analítica, profunda, rica y lúcida será el camino a seguir para lograr la autonomía doctrinal y el criterio propio, que nos permita rechazar ideologías prefabricadas por quienes se benefician de ellas.

OBAMA EN LA CELDA DEL TERRORISTA

OBAMA EN LA CELDA DEL TERRORISTA

Unknown

El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama ha visitado con su esposa Michelle y sus hijas Malia y Sashala una celda carcelaria situada en la isla de Robben Island rodeada de tiburones, donde permaneció encerrado 18 años, de los 27 que estuvo preso, el héroe nacional y primer presidente democrático de Sudáfrica, Nelson Mandela, condenado en ella a una pena de trabajos forzados a perpetuidad.

Hoy esta celda es un destino de peregrinaje obligado para todos aquellos que confiaron en su libertador. Hoy acuden miles de personas a tan reducido espacio para ver una delgada estera de paja en el suelo y la cubeta de baño para el aseo personal del preso más admirado y respetado, que hoy lleva con dignidad envidiable su 94 años de vida, en un hospital de Pretoria.

Estadista sudafricano que cambió el rumbo de su país con sabiduría, humildad, honradez y valentía, en la soledad de ese pequeño cubil, alimentado con potaje de maíz tres veces al día, recibiendo media hora de visitas cada seis meses y pudiendo escribir solamente dos cartas al año sin alusiones políticas, que evitó enloquecer o suicidarse forjando las ideas que fortalecieron su empeño en liberar a los de su raza de un injusto desprecio y abandono histórico.

Es, pues, buen momento para recordar que este luchador por la libertad, defensor de los derechos humanos y pacífico batallador contra el apartheid, fue considerado durante seis décadas un peligroso terrorista por el régimen racista sudafricano y por numerosos países que se sumaron a la condena de este revolucionario, desacreditando su fama, degradando su honor, humillando su dignidad y malversando su honestidad.

Uno de los países que con más firmeza y convicción mantuvieron a Mandela durante sesenta años en su tenebroso catálogo de terroristas más peligrosos, fue Estados Unidos cuyos gobiernos no lo borraron de la lista negra hasta el 1 de julio de 2008, hace hoy cinco años.

DESAHUCIOS Y SUICIDIOS

DESAHUCIOS Y SUICIDIOS

Anoche he tenido que apagar de nuevo el televisor ante el espanto que me ha producido un nuevo intento de suicidio en Burjassot, tras el ocurrido dos días antes en La Chana granadina, cuando ambos ciudadanos iban a ser desahuciados por terroristas usureros.

Ese, y no otro, es el calificativo que merecen los asesinos de guante blanco, pues quien provoca el suicidio de un ciudadano por un afán de usura desmedida, mientras perdona deudas millonarias a los partidos políticos, es un terrorista financiero. Depredadores que no matan para sobrevivir como hacen los animales, sino para darle unos metros más de eslora al barco que atracan en Puerto Banus.

No obstante, amigos, por mucho que la realidad se empeñe en demostrar lo contrario, sigo pensando que la naturaleza humana se dirige espontáneamente hacia la armonía, el equilibrio, el afecto y la concordia. La depredación no es propia de la raza humana y sólo anida en corazones rotos de extraños homínidos todavía por catalogar, que van por los despachos en taparrabos morales.

Nada hay bueno detrás de la usura, ni el cumplimiento de una ley de 1909 consuela el estrago social que provoca. El desahucio espanta los más nobles sentimientos del ser humano. Conculca los derechos naturales básicos. Enaltece la sinrazón. Y lo que es peor, despierta malos instintos en los desahuciados, provoca el desprecio ciudadano y abre las puertas a la guerra social, como advirtió Schiller al ver que los sajones se transformaban en caníbales.

La enfermedad de nuestro tiempo no se llama cáncer, ni infarto, ni parálisis, sino codicia, ambición y poder, detestable trinidad que ha llevado al matadero a 85 millones de personas en el siglo pasado, y amenaza con mejorar la cifra en el presente.

Nada hay más importante que la vida, amigos, nada. Y los jóvenes tienen que gritarle a los ángeles exterminadores en las narices que su principal misión es existir, ser, y que sus ocupaciones con la vida no les dejan tiempo libre para morir. Ese es el principio del ser humano, porque con la muerte todo termina. Por eso, incluso una larva acomodada en las entrañas de un cadáver, representa algo más que los restos de carne que le han dado vida.