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KARLOVY VARY

KARLOVY VARY

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Escondida entre los frondosos bosques de Bohemia, donde confluyen los ríos Eger y Teplá, descansa la ciudad balneario más lujosa que imaginarse pueda, fundada, sostenida y bautizada por el gran Carlos IV en 1370 con el nombre de Karlovi (Carlos), Vary (baños termales).

En el hotel Pupp de la villa tiene reservada habitación central, con balcones enrejados en el segundo piso, el presidente de la República checa, donde acude a recuperar fuerzas siempre que sus ocupaciones le permiten retirarse a este privilegiado rincón del país que gobierna.

En sábanas perfumadas con esencias aromáticas y lujosas estancias de residencias laterales, abandonan sus preocupaciones los multimillonarios rusos que van a “tomar las aguas termales”, servidas en caprichosas jarritas de caolín, sorbo a sorbo y sin desmayo. Eso sí, evitando que los 65º C con que los manantiales suministran el líquido milagroso, no les produzcan llagas en la boca.

Prohibido está durante el tratamiento que prescriben los “médicos de aguas”, el uso de teléfonos móviles, ordenadores y todo aquello que impida el alejamiento de los “pacientes” de sus “preocupaciones” diarias.

Bebieron con frecuencia de sus aguas personajes como Beethoven, Mozart, Bach, Dvorak, Marx y, sobre todos ellos, Goethe quien paseó muchas veces sus sesenta años por las calles de Karlovy al enamorarse de una chiquilla ante la oposición de los padres de la fémina, contentándose el poeta con sentarse en un banco frente al balcón de la joven amada para verla los escasos segundos que ella se asomaba furtivamente al balcón.

Allí alternan los visitantes el licor de hierba Becherovka con la popular agua mineral Karlovarská kyselka, que les ayudan a digerir sin náuseas el preciado elixir procedente de las entrañas de la tierra.

Estoy obligado a confesar que apenas mojé los labios con el agua termal de sus manantiales porque su temperatura y sabor no están hechos para un paladar tan delicado como el mío, dispuesto a protestar cuando las pupilas gustativas detectan sabores alejados de mis nutrientes habituales.

Pero sí, pude ver a los visitantes beber por la calle en jarras especiales el néctar que a mí paladar resultó detestable.