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Este año nos recuerda que llevamos setenta y cinco años sin ver por el Campo de San Francisco la silueta inconfundible del pensador que murió de mal de España. Una enfermedad erradicada de la clase política, para desgracia de quienes sufrimos a diario sus disparates, aborrecemos los cambalaches que enjuagan en leyes contaminadas, pagamos sus salarios y mantenemos por obligación sus privilegios.
También nos recuerda que llevamos quince años sin ver en la pequeña pantalla el ingrávido cuerpo esquelético del mayor heterodoxo cristiano del último tercio del pasado siglo. Abulense, tolerante con todo menos con la dictadura que lo mandó al exilio, como hizo con don Miguel el primo del Directorio monárquico.
Esta coincidencia de aniversarios, es un buen pretexto para recordar a estos dos cultivadores de la juventud, hermanados por coincidencias del destino. El más joven, casi nonagenario al despedirse de nosotros, siguió las huellas que dejó el vasco. Y ambos fueron heterodoxos, inconformistas, agitadores de conciencias, leales a su pensamiento, críticos, incomprendidos y con dudas y puntos suspensivos en su fe.
También ambos fueron represaliados por sendas dictaduras y desterrados por causas similares. Uno a Fuerteventura y el otro a California, simplemente por decir lo que pensaban sin pensar antes lo que decían, olvidando que en tiempos de ira y represión los cristianos que les precedieron se ocultaban silenciosos en las catacumbas. Sus virtudes cívicas les llevaron a defender con vehemencia los derechos y dignidad de las personas, manteniendo intacto su amor a la vida.
A los dos les fue reconocido en vida su compromiso y virtudes cívicas. Savater agradeció al profesor de ética su dignidad docente al caminar delante de él por la avenida Complutense contra las gorras grises del entorno, mientras pacumbral aplaudía a ese feo cristiano por llevar su intelectualidad hasta el límite de la fe y ser el mayor finalista de la vida. Don Miguel, en cambio, fue aclamado por todo el pueblo salmantino cuando regresó del destierro y proclamó la República desde el mismo balcón donde estuvo colgada una detestable y demagógica pancarta. Ambos murieron viejos, cansados y desmoralizados, es decir, desertando de la vida por falta de ánimo y de moral para seguir luchando, pero reafirmando su nietzscheana alegría por todo lo que habían vivido, exhibiendo una grandeza de alma aristotélica exclusiva de los grandes espíritus, tan lejanos de falsas modestias, como afirmó Victoria Camps en su día.
Pero no todo son coincidencias. José Luis pudo reunir ética y la estética en un puño, como le recordó José María Valverde cuando se fue detrás de él hacia el exilio. En cambio, don Miguel no fue capaz de unir las dos españas porque una de ellas dejó helado su corazón, horas antes de que el año de la barbarie diera su último portazo.
Como profesores universitarios, tensaron el arco dialéctico contra la derecha política, sin advertir que ésta intentaría transformar sus flechas ideológicas en bumeranes, para dirigir su trayectoria hacia los aliados de las acusaciones. Pero los manipuladores ignoraban que tal adulteración era imposible porque un bumerán sólo vuelve al punto de partida si falla el blanco, y ellos tuvieron setenta años clavadas las flechas en su coraza, haciendo cuerpo solidario en la historia local y nacional.
Ahora, ambos están siendo imitados patéticamente por los dirigentes políticos actuales, sin que ellos puedan denunciar tanto plagio y falsificación de sus ideas, porque más allá de la gran frontera no hay espacio para la réplica. Creador y promotor del término “talante”, Aranguren lo acuñó con su ejemplo, sin sufrir calentones inoportunos que hicieran pensar en otras disposiciones de ánimo. Y el incondicional amor a España de Unamuno es utilizado con detestable cinismo por quienes mantienen la contagiosa obsesión de politizar paranoicamente las Instituciones y los tribunales de justicia.
El mejor tratamiento a todo ello es sentarse delante de un espejo a plena luz del día con un libro en la mano, dejando a un lado los santos, los policomics y las linternas.