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PEQUEÑOS PLACERES

PEQUEÑOS PLACERES

Hay quienes en la vida necesitan inéditas aventuras, exóticos paisajes, cruceros mediterráneos, comidas en el Bulli o nebulosos amaneceres junto al Taj Mahal, para disfrutar de la vida, y quienes gozan con pequeños placeres que están al alcance de cualquier persona con sensibilidad para disfrutarlos.

Me incluyo en este segundo grupo por vocación propia, convencido que la felicidad no se compra en ninguna taquilla ni el bienestar personal está en proporción al tamaño de la cuenta corriente, sino que depende de la capacidad de cada cual para descubrir insignificantes deleites de cada día.

Entre mis pequeños placeres cotidianos se encuentra beber un sorbo de agua fresca sin necesidad de que me acerquen el vaso a la boca con una pajita.

Caminar de un sitio para otro sin ayuda de nadie ni de nada.

Charlar animadamente con amigos compartiendo una botella de vino.

Recibir en el buzón un poema inesperado con dedicatoria personal.

Oír el agua nocturna que baja cantarina por los regatos en Candelario.

Saludar a la luz de madrugada en los carámbanos suspendidos en las fuentes.

Pasear descalzo por el borde del mar en una playa solitaria entre gaviotas.

Sentir el aliento del crepúsculo en la desembocadura de la tarde.

Leer poemas que nos dejó un tiempo de rosas en servilletas de papel.

Deleitar el entendimiento con una página literaria bien escrita.

Disfrutar los minutos de dulce inconsciencia que acompañan al despertar.

Desempolvar complacientes recuerdos de una fotografía en sepia.

Saborear fruta de un árbol prohibido en el reposo de una caminata.

Percibir la caricia enamorada recorriendo distraídamente la piel.

Calzar las zapatillas en casa tras una larga jornada de trabajo.

Desparramar el cuerpo en un sofá dejando volar sin rumbo la imaginación.

Seguir amando después de haber amado.

Recibir una llamada telefónica largamente esperada.

Contemplar en la penumbra  silenciosa una vela encendida en Adviento.

Oler el embriagador perfume de los jazmines en las noches estivales.

Sonreír con la risa explosiva y generosa de un niño que deja ver su alhelíes.

Agradecer a la radio la sorpresa de la canción preferida.

Comer un cuscurro del pan caliente recién cocido.

Refrescar el cuerpo con un baño reparador las cálidas tardes de verano.

Recibir el beso diario de mi mujer y nuestros hijos.

Escribir cada día en esta bitácora, especialmente hoy que abro mi ventana para que vuelen hacia vosotros estos pequeños tesoros de felicidad que justifican mi existencia y me hacen olvidar lo que ninguno queremos recordar.