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CAMINO DE LA FELICIDAD

CAMINO DE LA FELICIDAD

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La felicidad es quimera inalcanzable para las almas dormidas, empeño inútil de añejos espíritus, aspiración frustrante de los desesperanzados, presea infecunda de los farsantes, ambición estéril de maliciosos y desengaño para codiciosos que pretenden comprarla en una taquilla, ignorando que la insolidaridad, el orgullo, la ambición y el desamor condenan a la infelicidad.

Tampoco basta el deseo de ser feliz para conseguir serlo, pues hay que remangarse y tirar de la felicidad hacia sí con fuerza de portor amarrado a maroma, porque no es dócil a mandatos ni supersticiones, por mucho que la presenten sonriente junto a deidades de diferente naturaleza y procedencia.

La felicidad no llega siempre vestida de novia, ni con un título académico en el bolsillo, ni con el certificado de nacimiento de la mano, ni con el primer beso enamorado, porque a veces se presenta inesperadamente tras un fracaso, un golpe de muerte, un abandono o entre lágrimas reconfortantes por el desgarro amoroso.

Pero es más fácil encontrar la felicidad en la indulgencia del perdón; en la renuncia a beneficio propio por el bienestar ajeno; en la lealtad a ideas y personas; en el encuentro enamorado; en el pan compartido; en la esperanzada entrega; en el viaje interior; y en el amor a la vida, que el más grande enamoramiento que tenemos, porque la muerte posterga todos los amores.

SUPERSTICIONES

SUPERSTICIONES

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Paseaba con unos amigos por la ciudad, sin poner atención en que mis pies iban a pasar bajo una escalera apoyada en la pared, cuando uno de ellos quiso detener mi marcha con una orden más tajante que la recibida por Abraham de Yavé al levantar el cuchillo para sacrificar a su hijo.

No hice caso al “detente” y continué mi camino bajo la escalera sin saber que había atentado contra el dogma de la santísima superstición, al pasar por aquel triángulo que representaba la puerta de entrada al mundo de los espíritus, tranquilizando a mi compañero al mostrarle mi cuerpo sin tara ni mutilación alguna tras pasar por el arco triangular, pero desconfiando que su alma hubiera quedado dolorida viendo sufrir la mía.

No acepto ideologías, supersticiones, cuentos, visiones, profecías o narraciones contrarias a la razón, que atribuyan explicaciones mágicas a fenómenos alejados de la evidencia científica o la cotidiana realidad donde vivo, porque me bastan mis propias convicciones para dar respuesta a las preguntas de la vida y contestar al interrogante de la muerte.

Pero tranquilicé a este amigo diciéndole que cuando rompo un espejo, contrarresto el maleficio sacando una herradura. Si me cruzo con un gato negro, le doy a oler un trébol de cuatro hojas. Al derramar sal, me pongo al revés la ropa interior para alejar malos conjuros. Supero la triscaidecafobia sentándome en la mesa de la última cena. Si alguien abre un paraguas en casa yo derramo vino sobre una pata de conejo. Y para alejar malos espíritus, conjuros, maleficios y beneficios, me inyecto diariamente unas dosis racionales de sentido común y toco madera, llevándome la mano a la cabeza ante las estúpidas supersticiones que andan sueltas por el mundo.

SUEÑOS IMPOSIBLES

SUEÑOS IMPOSIBLES

Soñar no es sólo fantasear mientras dormimos, porque también podemos imaginar despiertos situaciones distintas a la realidad, anheladas durante años con insistencia pertinaz por los que esperan hacer realidad sus sueños.

Ocurre, sin embargo, que los sueños de animales no suelen coincidir con el deseo de las personas, pues no somos ratas que pidamos vertederos y cloacas, – aunque deseemos que algunos humanos sean enviados a ellas -, o pulgas que echemos de menos la piel de los jabalíes.

Pero es fácil suponer que los chabolistas sueñan con salir de la pobreza.

Los presidiarios fantasean con tomar el sol a la sombra de una palmera.

Los intelectuales desean la desaparición del folclore cultural y los culturetas.

 Los revolucionarios imaginan valer más que la bala que los asesina.

Los ladronzuelos esperan ver algún día a los depredadores en el banquillo.

Los parados codician poder utilizar sus brazos para trabajar.

Los creyentes sinceros anhelan eliminar las supersticiones.

Los ateos ansían desterrar dogmas, misterios y eternidades, cielos e infiernos.

Y  los ciudadanos quisieran ser reconocidos por su nombre, no por el número que representan, formando parte de estadísticas rentables para el Gran Hermano.