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RETRUÉCANOS

RETRUÉCANOS

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RETRUÉCANOS

Diantres, caracoles, córcholis, rayos, centellas y retruécanos, eran interjecciones repetidas en los tebeos de mis días infantiles, cuando al abrigo del brasero pasaba largas tardes del invierno oyendo la radio en la sala de estar, junto a la alcoba donde una cama “turca” esperaba la llegada del visitante, cuando nos comíamos las cosas de jugar al no poder jugar con las cosas de comer.

Pero no son los ¡retruécanos! admirativos que expresaban sorpresa, enojo o malestar los que vienen hoy a este diario, sino figuras retóricas literarias como la última frase del párrafo anterior, que dan tanto juego en las adivinanzas cuando anuncian, provocando sonrisas, algo que directamente declarado ensuciaría castos oídos o delicadas creencias. Por eso los ateos caen más simpáticos cuando se despiden diciéndole adiós a Dios.

Dar un mensaje y a continuación otro diferente usando las mismas palabras aleja el aburrimiento generado por la cotidianidad monótona, cíclica y permanente, que obliga a responder como no sospecha el sujeto que espera nuestra respuesta. Así, cuando una mujer nos dice que su hija se aburre, sólo cabe lamentarnos que su hija sea burra, aunque ella no nos entienda y atribuya nuestro sentimiento al aburrimiento de su hija.

Tampoco es lo mismo para nuestra vecina decirle que se atormenta a que la tormenta se avecina, y hay quien confunde la aberración con una ración de ave. Pero que los recién casados estén tranquilos porque recibirán las dos cosas: el disco de amor y el mordisco, junto a los ocho mil quinientos euros iniciales de la hipoteca de quinientos ocho mil euros que habían solicitado para vivir en Consuegra, olvidando el marido que le tocará vivir con la suegra, teniendo toda la familia en la Mancha sin tener una mancha en la familia, a donde llegaron con una gorra de viaje tras hacer el viaje de gorra, pagado por su amigo Segundo Díez Alcala que vive en la madrileña calle Alcalá, 10, 2º, cerca de los que toman el sol en la puerta del metro porque no pueden tomar el metro  en la Puerta del Sol.

Mientras algunos se pasan días trabajando sin beber otros se están días bebiendo sin trabajar, observando a dos viejas en bicicletas sobre dos bicicletas viejas, mientras comentan que el cura tiene sida, pero que el sida se cura, rodeando una negra encinta con una cinta negra.

No faltan quienes tienen canastos, tos y canas, que duermen cuando no toman café y toman café cuando no duermen, y van a ver a la profesora de inglés sin poderle ver las ingles a la profesora, ya que la vecina de encima les impide tener a la vecina encima, porque no se mueven entre gente menuda sino entre menuda gente que piensa con el sentimiento y siente con el pensamiento, como dijo quien lo dijo.