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SUELDOS EN SOBRES Y SOBRESUELDOS

SUELDOS EN SOBRES Y SOBRESUELDOS

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No es lo mismo recibir sueldos en un sobre, que cobrar “sobresueldos”; ni es igual coger sueldos en sobres que ser “sobrecogedor” de sueldos. Tampoco es igual ser tonto, que cómplice o beneficiario. Tonto, quien no se entera durante años de las corruptelas que suceden en el despacho de al lado en la empresa que dirige. Cómplice, si ha tolerado el tráfico de sobres adinerados, aunque él no se haya pringado con tan pestilente mercancía. Y beneficiario, si se lo ha llevado como todos los demás. No hay más opciones, y cualquiera de las tres lleva a la misma conclusión: ¡fuera!

Los empleados han recibido muchas veces el salario dentro de un sobre con la nómina en su interior, pero ahora nos esteramos que algunos dirigentes políticos populares han recibido elevados sobresueldos franquiciados por sus corruptelas y sin nómina, pues Bárcenas evitaba dejar rastro sobre el origen de las cantidades que ponía en el pico de la gaviota para que ésta las distribuyera entre los despachos de ciertos cuatreros engominados que se beneficiaban de tan asquerosas concesiones.

La transparencia del sueldo contrasta con la opacidad del sobresueldo, y la legalidad del primero condena a galeras la podredumbre humana que esconde el dinero sucio recibido por quienes predican moral desde las tribunas, con un cinismo que genera espanto por su descaro al no avergonzarse los receptores de los “correazos” recibidos, tan diferentes a los cinturazos que ellos aplican a quienes les aplauden con banderas ante la sede madrileña de la calle Génova.

No tengo el ánimo para jugar con palabras a la presunción de inocencia, ni esconder la indignación con eufemismos, aunque la estafa no pueda demostrarse con documentos ante un juzgado. Y tampoco me consuela que el Dios de estos corruptos patrioteros que llevan banderas de España en la muñeca, pueda castigarles al infierno eterno porque esa condena no llegará nunca, y ellos lo saben.

Me conformo con tirarles un tomate a sus trajes de alpaca y enrojecer la pechera a la altura del corazón, simulando un certero disparo que los envíe al estercolero donde merece estar ese rebaño de miseria humana que sonríe en los carteles y portadas de periódicos, mientras arruinan familias con decisiones que llaman a la revolución social.