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CUANDO LA SOLEDAD ACAMPA EN EL ALMA

CUANDO LA SOLEDAD ACAMPA EN EL ALMA

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A veces, la soledad clava su estaca en el alma sin previo aviso, dejando sola y a la intemperie la liberación que buscamos en el calendario, cerrando esclusas a la vida y poniendo barreras en el entorno inmediato al que solo accede el otro yo que nos habita, con la falsa certidumbre de estar condenados a la infelicidad.

Pero sabed que es posible la redención buscando entre las sombras recuerdos imprevisibles de felices momentos vividos con espíritu hermanado, en crepúsculos encendidos de Amor y amaneceres liberadores de penumbras pasajeras, sin que la memoria pueda hacer algo para olvidar felices recuerdos, ni borrar el perfil sepia de las fotografías que nos envuelven con irremediable felicidad.

Sucede así por voluntad imperativa de la memoria disolvente de soledades en el espejo, para milagrear sonrisas al silbo de felices evocaciones que transparentan el azogue desterrando pesadillas al olvido, mientras subimos horizonte arriba, llevados de la mano por bienaventuradas historias personales que ahuyentan la soledad.

Es entonces cuando debemos recortar las esquinas del Viento, humedecerlas con puntos de ola y abrir con ellas las ventanas enladrilladas a la esperanza, poniendo tenaz empeño en ver el futuro con ojos alentados por quimeras que en el pasado cristalizaron realidades, a pesar de la incertidumbre impuesta por las negras soledades ya vencidas.

DESDE MI VARYKINO

DESDE MI VARYKINO


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Tras varios días de cambios, adaptaciones, idas y venidas, estoy asentado en mi particular Varykino estival, donde el silencio facilita el descanso, la luz ilumina los rincones más oscuros, el asfalto se hace olvido, la distancia facilita el aislamiento, el jardín reverdece la esperanza, la vecindad se aleja y el frescor despierta el ánimo.

Cíclico retorno al sosiego extraditador de cláxones que conduce a una paz distanciada de cánticos embriagados de madrugada, cuando el festivo bullicio juvenil hace intransitables las aceras y el ritmo trepidante de los altavoces llega al dormitorio urbano golpeando los tímpanos del insomnio en el velatorio nocturno.

Regresar a Varykino lleva a la recuperación de la memoria perdida en el invierno de la ciudad, donde las fotos en sepia no tienen cabida en la estrechez del espacio familiar reducido a un metro cuadrado por los especuladores de la piqueta, el yeso, las tejas y ladrillos.

Extramuros de la ciudad, el refugio sedentario del alma custodia la historia personal en los archivos domésticos donde recuperan vida páginas vitales en recortes de periódicos y diarios escolares que reflejan la experiencia de las aulas, cuando el verano se antojaba regalo pasajero  escapado de las manos antes de atraparlo.

Se abre una vez más el remanso de Varykino, llegando este año con imposible vocación de eternidad, cerrando el paso a la nieve y los cielos grises, pero avisando que el regreso de las aves a las tierras calidad del sur, me devolverá de nuevo al abrigo familiar del fuegoil urbano en el subsuelo de las calderas.

PEQUEÑOS PLACERES

PEQUEÑOS PLACERES

Hay quienes en la vida necesitan inéditas aventuras, exóticos paisajes, cruceros mediterráneos, comidas en el Bulli o nebulosos amaneceres junto al Taj Mahal, para disfrutar de la vida, y quienes gozan con pequeños placeres que están al alcance de cualquier persona con sensibilidad para disfrutarlos.

Me incluyo en este segundo grupo por vocación propia, convencido que la felicidad no se compra en ninguna taquilla ni el bienestar personal está en proporción al tamaño de la cuenta corriente, sino que depende de la capacidad de cada cual para descubrir insignificantes deleites de cada día.

Entre mis pequeños placeres cotidianos se encuentra beber un sorbo de agua fresca sin necesidad de que me acerquen el vaso a la boca con una pajita.

Caminar de un sitio para otro sin ayuda de nadie ni de nada.

Charlar animadamente con amigos compartiendo una botella de vino.

Recibir en el buzón un poema inesperado con dedicatoria personal.

Oír el agua nocturna que baja cantarina por los regatos en Candelario.

Saludar a la luz de madrugada en los carámbanos suspendidos en las fuentes.

Pasear descalzo por el borde del mar en una playa solitaria entre gaviotas.

Sentir el aliento del crepúsculo en la desembocadura de la tarde.

Leer poemas que nos dejó un tiempo de rosas en servilletas de papel.

Deleitar el entendimiento con una página literaria bien escrita.

Disfrutar los minutos de dulce inconsciencia que acompañan al despertar.

Desempolvar complacientes recuerdos de una fotografía en sepia.

Saborear fruta de un árbol prohibido en el reposo de una caminata.

Percibir la caricia enamorada recorriendo distraídamente la piel.

Calzar las zapatillas en casa tras una larga jornada de trabajo.

Desparramar el cuerpo en un sofá dejando volar sin rumbo la imaginación.

Seguir amando después de haber amado.

Recibir una llamada telefónica largamente esperada.

Contemplar en la penumbra  silenciosa una vela encendida en Adviento.

Oler el embriagador perfume de los jazmines en las noches estivales.

Sonreír con la risa explosiva y generosa de un niño que deja ver su alhelíes.

Agradecer a la radio la sorpresa de la canción preferida.

Comer un cuscurro del pan caliente recién cocido.

Refrescar el cuerpo con un baño reparador las cálidas tardes de verano.

Recibir el beso diario de mi mujer y nuestros hijos.

Escribir cada día en esta bitácora, especialmente hoy que abro mi ventana para que vuelen hacia vosotros estos pequeños tesoros de felicidad que justifican mi existencia y me hacen olvidar lo que ninguno queremos recordar.