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EVIDENCIAS Y PRUEBAS

EVIDENCIAS Y PRUEBAS

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Todos los mortales, salvo los jueces, sentenciamos sin temor a equivocarnos que un líquido blanco embotellado dentro de una vasija, es leche fija. No necesitamos más pruebas, ni controles, análisis o reconocimientos, para tener certeza absoluta sobre el contenido del recipiente.

Los jueces, no. Bueno, sí; pero para dictar sentencias condenatorias necesitan pruebas delictivas que el sentido común de los ciudadanos pasamos por alto, porque nos rendimos a la evidencia de unas circunstancias concluyentes para profanos y lerdos en Derecho, aunque sepamos los derechos constitucionales que asisten a todos los ciudadanos, incluso a los delincuentes.

Es decir, que los jueces no pueden condenar a nadie si carecen de las pruebas que acrediten el delito. Esto es así por mucho que nos empeñemos en defender que las infracciones evidentes no necesitan señales y que un juez puede obviar las trampas legales para sancionar fechorías percibidas hasta por el más tonto del vecindario, aunque por esa ventana se escapen muchos delincuentes de guante blanco, ciertos políticos astutos y abundantes cínicos sin escrúpulos.

Esto es algo que sorprende a los ciudadanos, a los animales domésticos, a las plantas silvestres, al empedrado de las calzadas romanas y a las truchas de los ríos, pero también a los propios jueces que ven con frustración conculcados sus propios deseos por la ley que tienen obligación de respetar, aunque algunas veces este respeto les cueste sangre, sudor y lágrimas al redactar sentencias absolutorias a consumados corruptos, defraudadores, evasores, corruptores y tramposos que se les escapan de las manos por rendijas legales abiertas en las leyes que deben aplicar.

PROBLEMAS FATUOS

PROBLEMAS FATUOS

PROBLEMAS FATUOS

De la misma forma que se producen luminiscencias nocturnas originadas por la inflamación de sustancias químicas debidas a la putrefacción de animales y vegetales, llamados fuegos fatuos, también se producen llamaradas espontáneas en la sociedad por la descomposición interna de la política que aplica mecheros donde los políticos echan gasolina, militarizándonos luego a todos con extintores en la mano para apagar esos incendios.

Trajes nunca pagados, enchufismos en las Juntas, reclinaciones de presidentes, declaraciones inoportunas, negativas a comisiones, sentencias judiciales, etc., ocupan a los políticos más horas de reloj, desgaste personal y malestar general, del que estos asuntos merecen, precisamente en tiempos de sangre, sudor y lágrimas.

Y no es que esos chispazos carezcan de importancia, no. Pero obedecen a luchas partidistas por conseguir o mantener el poder, que sólo a los interesados beneficia, en vez de  ocuparse en dar de comer a los hambientos que peregrinan por los contenedores, en ofertar empleo a los cinco millones de parados que van con el alma en pena por las calles, en enseñar al que no sabe, para erradicar el millón de analfabetos que tenemos entre nosotros, o en apretarse ellos el holgado cinturón del pluriempleo y los sueldos millonarios, en vez de cinchar a la clase media.

Cuántas veces he hablado de la rara habilidad que tienen los políticos para crear un problema donde no existe y luego pedirnos a todos que vayamos detrás de ellos con la pancarta, coreando las consignas que nos dictan los infiltrados en la manifestación.

El mundo de los políticos profesionales, tiene poco que ver con el mundo real de los ciudadanos. Basta recordar la estupefacción de los comisionados cuando una cacereña de Vallecas les gritó en plenas narices las verdades del barquero. Parecían escuchar a una extraterrestre. Pero no se hagan ilusiones, fue simplemente un espejismo, porque su aterrizaje a la realidad apenas duró el tiempo justo de intervención de esta ciudadana. Enseguida aprovecharon el humo de la conmoción inicial para ascender de nuevo al paraíso de sus intereses personales, donde habitan.

Se va a necesitar mucho papel de lija para borrar las huellas de la decepción provocada por estos dirigentes; mucho papel moneda para compensar tanto desconsuelo; mucho papel de celo para pegar descosidos; y un rollo enorme de papel de estraza para envolver los pesares de quienes estamos sufriendo las consecuencias, viendo a los políticos con la cerilla en la mano dispuestos a provocar un nuevo fuego fatuo, mientras arde a sus espaldas el país.