Navegando por
Etiqueta: Sartre

EXTRANJERO INTERIOR

EXTRANJERO INTERIOR

Camus

Ser extranjero en el propio entorno sin participar en gestiones que afectan a la sociedad donde habita y mostrarse indiferente a la realidad absurda e inasequible que rodea al protagonista, es el argumento de la primera y mejor novela de Albert Camus, que vio la luz en 1942, cuando el autor argelino-francés cumplía los 29 años.

Nacido en Mondovi el 7 de noviembre de 1913, alcanzó el éxito en la juventud de sus 44 años, cuando la comisión danesa decidió concederle el Premio Nobel de Literatura, por su habilidad para poner sobre el papel los problemas que se plantean las personas en sus conciencias, derivados del absurdo de la condición humana.

El extranjero Meursault, cometió un crimen que consideró absurdo, considerándose inocente y guardando silencio ante su ajusticiamiento, sin mostrar arrepentimiento ni sentimiento compasivo, debido al aburrimiento que sentía ante la vida y la muerte, justificando su actitud en que “si uno debe morir, es evidente que no importa cómo ni cuándo se muere”.

Hijo de “pies negros”, Camus aprendió español con su madre, analfabeta y sorda, recordando de su padre el asco que le produjo un fusilamiento que presenció. Y de su maestro guardó profundo agradecimiento, que mostró dedicándole su discurso al recibir el Premio Nobel, tras superar una tuberculosis que le impidió realizar el examen de licenciatura y abandonar el Partido Comunista para acercarse al movimiento anarquista libertario y enfrentarse a Jean Paul Sartre.

Un desgraciado accidente de coche acabó con su vida el 4 de enero de 1960, cuando ya había rechazado el cristianismo, el marxismo, el existencialismo y toda ideología que levantara los pies del suelo, alejando al ser humano de su propia condición, dejándonos El Malentendido de la Muerte feliz que tuvo un Extranjero en medio de La peste, junto a La caída, El exilio y el reino de Calígula y el Estado de sitio para Los justos.

SER «PROGRE»

SER «PROGRE»

No van descaminados  quienes emplean el término “progre” para desacreditar a los que juegan a ser lo que no son, mostrando el reverso de la moneda a base de banalizar el progresismo, como antítesis del regresismo.

Lo que hace años fue santo y seña de una actitud que se lucía con orgullo, está hoy demodé. Esa es la realidad, por mucho que les duela a quienes a ello jugaron y presumieron, enarbolando grandes bufandas, trencas desgastadas, pelo largo y desaliñadas barbas, hoy encanecidas porque el tiempo no perdona.

No sé si los aparentemente “progres” que todavía quedan por el mundo tienen claro qué es ser progresista o si todavía viajan por el marihuano limbo pensando que su posición está definida en el pacifismo que predican,  aunque voten a partidos que mandan jóvenes a guerras pacificadoras, sin percibir la contradicción.

Tampoco sé si estos “progres” siguen atribuyéndose la paternidad del nacionalismo sin percibir que hay nacionalistas de todos los colores. Ignoro si continúan llamando carcas a los creyentes, aislándolos del grupo “progre” que se declara ateo o seguidor del budismo o del hinduismo, olvidando que hay descreídos en la derecha y meapilas en la izquierda.

Tal vez sigan creyendo que fumar “maría” y quemar bolitas de “chocolate” con hebras de Fortuna en la palma de la mano es patrimonio exclusivo de ellos, desconociendo que a este deporte se apuntan ciudadanos de  todos los bandos.

Supongo que ser antiamericano seguirá siendo más “progre” que no serlo y que muchos continúan gritando “yankees go home”, pero unos y otros viajan al país del dólar, consumen productos americanos, ven películas hollywoodenses, disfrutan con la NBA e imitan gestos de los vaqueros y ejecutivos de Wall Street.

Pensador hubo, incluso, del famoso 66, que atribuyó la creatividad y progresía a la izquierda, otorgando la erudición y el conservadurismo a la derecha.

En mi juventud se tildaba también de “progre” a quien iba en alpargatas, leía a Mafalda, tenía un póster del Che en la habitación, escuchaba a Bob Dylan, conseguía libros de poetas prohibidos, veía películas de ensayo, compraba artesanía, era vegetariano, pertenecía a un grupo de teatro y practicaba el amor libre siguiendo los pasos de Sartre y Simone.

En resumen se atribuía a los progres un compromiso con la izquierda, en muchos casos inexistente, porque ser verdaderamente progre no es patrimonio de izquierdas ni derechas, pues a uno y otro lado de la pequeña fisura que los separa hay personas innovadoras y progresistas de verdad.

Resolvamos, pues, el problema.

Abrimos el diccionario y nos encontramos con que progre es la expresión apocopada y coloquial de progresista, es decir, persona con ideas avanzadas, lo cual no parece aclararnos duda alguna. Tampoco lo hace la segunda acepción, atribuyendo el término a quienes pertenecían al partido liberal.

Vamos a decir que progresista es quien favorece el progreso de la sociedad hacia cotas de mayor libertad, respeto, paz y bienestar. Es decir, quien promueve la cultura, consolida la sanidad y distribuye la riqueza, porque sólo un pueblo culto, saludable y equitativo, sin ciudadanos desfavorecidos en sus filas, analfabetos en sus listas, guerras en el horizonte y enfermedades en las chabolas, es capaz de “progresar adecuadamente”.

De ser esto así, será “progre” quien luche por erradicar la incultura, mejorar la sanidad, evitar los conflictos bélicos y desterrar la pobreza de la sociedad en la que vive, sea española, coreana o senegalesa. Y será “regre” quien se oponga a ello entorpeciendo el camino de la formación universal y gratuita, votando presupuestos armamentísticos, impidiendo el acceso a la sanidad a un solo ser humano o prohibiendo que metan la cuchara en la tarta quienes no tienen ni siquiera una cuchara que llevarse a la boca.

Es evidente que el progresismo no es patrimonio de facción política alguna. Encontrándonos “progres” en la derecha y “regres” en la izquierda ocupados en eliminar la crítica, anular el pensamiento divergente y limitar voluntades.

La premisa indispensable del “progre” es su imparable vocación de trabajo por conseguir que la sociedad progrese en la dirección indicada. Su lucha constante por unos ideales que persiguen el bien común y su capacidad para renunciar a intereses propios, empujando siempre hacia adelante y arrimando el hombro para levantar el mundo sin más palanca que el esfuerzo colectivo, porque nada va a llovernos gratuitamente de un cielo carente de
nubes, ni la naturaleza humana modificará sus comportamientos por mandato divino.