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INFIERNOS INTERIORES

INFIERNOS INTERIORES

Unknown

Dice San Lucas en su evangelio que el reino de Dios está entre nosotros, dando oportunidad a mi querido Tolstoi a ratificar que verdaderamente el reino de Dios está en nosotros, texto recomendable en tiempos de no violencia activa. Pero ni el santo, ni el padre de Ana Karenina, que también nos habló de guerras y paces,  mencionan el infierno interior que habita en muchos seres humanos.

Infierno que abrasa los corazones de quienes buscan en las escombreras y contenedores de las ciudades restos de alimentos con que nutrir la indigencia.

Infierno que arde en los parados-okupas de padres y abuelos, y en los jóvenes que emigran buscando el futuro que le niegan los cortijeros de la patria.

Infierno que carboniza la esperanza de los topos humanos en galerías mineras y contaminados de pesticidas en plantaciones donde sudan de sol a sol.

Infierno que calcina el ánimo de los explotados por un salario de subsistencia, obligados a realizar cien trabajos desarraigados de su oficio natural.

Infierno que incinera a las personas que ponen manjares en las mesas de los amos, sin que estos les permitan recoger las migajas que caen al suelo.

Infierno que flamea en los clérigos que bendicen la miseria de los pobres, anunciándoles la bienaventuranza del reino de los cielos.

Infierno que hierve las venas de mujeres explotadas por proxenetas sin conciencia, y el abuso de niños engañados con terrones de azúcar por paidófilos sin escrúpulos.

Infierno que prende la liberación de inmigrantes en manos de mercaderes, que comercian con la indefensión de los que sudan en tierra ajena sin papeles.

Infierno que agosta las almas negras que provocan los infiernos anteriores, haciendo añicos la vocación de felicidad que todos los seres humanos tenemos.

Para todos estos incendiarios de la felicidad ajena pido el infierno interior que les lleve a sufrir tanto como ellos hacen sufrir a los demás.

CIELO QUE ESTÁS ENTRE NOSOTROS E INFIERNO QUE HABITAMOS

CIELO QUE ESTÁS ENTRE NOSOTROS E INFIERNO QUE HABITAMOS

Supongo que Lucas tendría sus razones para anunciarnos el reino de Dios entre nosotros y que León Tolstoi escribió su gran obra pacifista con ese título para convencernos que la Iglesia y el Estado eran dos instituciones anticristianas.

Estos golpes de fe me llevan a descubrir el cielo terrenal – único cielo – en toda donación de amor generosa y desinteresada; en el rumor de la hierba que crece en el berciano valle del Burbia; en las manos entrelazadas de los enamorados; en la gota de lluvia que resbala sobre el pétalo de una flor silvestre; en el grano trigo que da vida a la espiga desde en el fondo de la tierra; en el ave que planea al amanecer sobre el altiplano; en la agitación del primer beso de amor adolescente; en la respuesta del capullo de amapola que nos anticipa si será fraile o monja en primavera; en el niño que interroga sobre el origen de la vida; en la caricia del aire al atardecer viendo la luz agotarse en el crepúsculo; en la sabiduría y sosegada mirada del anciano; en la espuma que agita las torrenteras; en el manso copo de nieve que blanquea los tejados; en el verso que abriga la soledad; en la paz inquieta del espíritu rebelde a la injusticia; en la sobremesa de una fraternal comida; en el velero que saluda dejando su estela rubricada; en la humildad de pedir indulgencia por errores cometidos; en el olor a tierra húmeda tras la tormenta; en la generosidad y entrega de agnósticos y ateos a las causas ajenas; en la contemplación de la obra de Leonardo; en la solidaridad que arriesga su bienestar; en el golpe de fortuna cuando la suerte redime la pobreza; en la lluvia que cae sobre el coche de los amantes que contemplan el mar desde un acantilado; en la vela que ilumina tímidamente la estancia donde las notas de un adagio conmueven el alma; en la fruta refrescante compartida un cálido día de verano; en el sol que rebota en las fachadas encaladas; y, sobre todo, se muestra el cielo en la felicidad  de quienes ocupan su tiempo en hacer felices a los demás.

No está el infierno en el infierno, que no existe. Se encuentra usurpando espacios cotidianos, porque el averno se ha hecho carne y habita entre nosotros, sin haber solicitado permiso ni tener licencia autorizada para ejercer un dominio que se expande sin aparente redención.

Encontramos el infierno en la mirada famélica del niño comida por las moscas; en la barbarie de guerras declaradas o encubiertas bajo el manto de un pacifismo inexistente; en el cinismo institucional, la mentira reglada y el engaño como oficio;  en la trágica mueca del drogadicto muerto por sobredosis; en las manos encallecidas de explotación laboral infantil; en los especuladores capaces de quitarle un caramelo al huérfano; en el llanto desconsolado de la viuda de guerra; en el alma negra de los politiqueros; en la decepción de una amistad traicionada; en el quebrado espíritu de ladrilleros que se enriquecen arruinando a los demás; en la falsa justicia al servicio del poder y la riqueza; en la resignación de enfermo que muere esperando la operación que no llega nunca; en el dolor de las víctimas terroristas; en la malicia del periodismo sectario que a todos envilece; en el desprecio de la meretriz embarazada que vende sexo en la calzada; en la basura que destilan las pantallas televisivas; en la soledad del anciano que finge el olvido; en la ruina humana de abandonadas jeringuillas rotas por suelos de marginación; en el nauseabundo olor de la corrupción; en el olor a tierra quemada por depredadores ecológicos; en el arrepentimiento del parapléjico por exceso de velocidad;  en el desengaño de un fracaso amoroso; en el silencio de una pareja que sobremuere con el amor perdido; y, sobre todo, está el infierno en la falta de cultura, origen de muchos dolores que padecemos.

Cielo e infierno no son ultraterrenos. Están acompañándonos en este mundo. Caminan a nuestro lado, conviven con nosotros y con nosotros se entrelazan, aunque tratemos de evitarlo y no queramos darnos por enterados.