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GARGANTILLAS DE SAN BLAS

GARGANTILLAS DE SAN BLAS

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Los pueblos primitivos veneraban objetos materiales de culto popular, atribuyéndoles poderes curativos sobrenaturales, es decir, inexplicables para la razón humana, en los que ponían su fe, creyendo que aquellos fetiches hacían lo que nunca hicieron, porque era imposible que hicieran los milagros que los hechiceros les atribuían, engañando así a los crédulos que enriquecían embaucadores y aumentaban el poder de los taumaturgos.

Algunos charros de la tierra donde habito, mantienen la vieja tradición de anudarse hoy al cuello una cinta milagrera coloreada, en memoria de san Blas, – previamente bendecida por el cura parroquial, claro, para que funcione -, creyendo los candorosos creyentes que semejante amuleto les protegerá de las enfermedades de garganta que pudieran acecharles en estos días invernales.

Las gargantillas con la imagen del santo patrón Blas, deben mantenerse al cuello hasta el martes de carnaval y quemarse el miércoles de ceniza, para garantizar su efecto profiláctico, pues el ribete carece de propiedades curativas, como saben muy bien quienes sufren dolencias otorrinolaringológicas a pesar de rodear su cuello con el ficticio talismán multicolor.

Todo empezó cuando el médico Blas se aisló en una cueva del monte Argeus que convirtió en obispado turco de Sebaste y salvó a un niño que tenía clavada una espina en la garganta, antes de ser torturado por el emperador romano Licinio en el siglo IV, mereciendo el obispo ser recordado en el santoral el día 3 de febrero y subiendo a los altares croatas de Dubrovnik por los siglos de los siglos, amén.

GARGANTILLAS DE SAN BLAS

GARGANTILLAS DE SAN BLAS

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En Salamanca es tiempo de “Gargantillas de San Blas”, el mismo Blas que nos aventura cada año nieves y tardías primaveras si las cigüeñas no retornan a los campanarios en estos días, algo que carece ya de validez porque en el presente año las cicónidas no han emigrado a tierras cálidas del sur.

Pero vayamos con las “gargantillas” que piden a San Blas la salvación de catarros y gargantas en memoria del prodigio obrado por el santo al retirar milagrosamente una espina de pescado de la faringe de un niño, que hubiera muerto ahogado si Blas de Sebaste no hubiera intervenido.

En memoria de ello se venden “gargantillas” a ingenuos creyentes que pretenden evitar con ese timo las afecciones de garganta, manteniendo las coloreadas cintas rodeando el cuello hasta ser quemadas el miércoles de ceniza, tras recibir las bendiciones parroquiales de pastores de la Iglesia dispuestos a realizar tan milagrosos menesteres.

Debo decir que conmigo nunca funcionó el invento durante los años infantiles en que mi cuello estuvo rodeado por el fetiche. Era mi entrañable abuela la que introducía cada año en un sobre postal la milagrera gargantilla y me la enviaba al Infanta para evitarme los inevitables ataques de fiebre con que las anginas me castigaban en invierno. Calentura que soportaba a pie firme para evitar caer en manos del sanador Cayetano o de las “señoras” de la enfermería.