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¿QUO VADIS, «SALVADORES»?

¿QUO VADIS, «SALVADORES»?

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Lo que escribo esta madrugada no lo escribiría si esperara unas horas a que mi alma se templara, el irritado ánimo que me embarga alcanzase el sosiego y el olvido enturbiara el recuerdo reciente que ahora tengo de la sacralización social que se está haciendo de la chabacanería, la incultura y la grosería, personificada en una mujer que va enseñando el pototo cerebral por las pantallas televisivas, con una audiencia que no tienen los pocos sabios que en el mundo son.

Confieso que cada día me siento más extraterrestre en la tierra que me vio nacer, como saben quienes me conocen bien, porque no es fácil identificarse con determinadas situaciones que abomina la razón cuando estas dominan entre los vecinos, según acreditan las encuestas, concursos y audiencias televisivas, anunciando patéticos liderazgos sociales y desalentadoras preferencias mayoritarias del pueblo.

Pasé primero por un estado de sorpresa, luego de confusión, siguió el desconcierto, más tarde la perplejidad y a continuación el aturdimiento, antes de perder conciencia de la realidad que me despertó el hastío, como paso previo a la indignación y la rebeldía, donde ahora me encuentro, con más fuerzas que nunca para luchar desde mi rincón contra los vendedores de mierda que a muchos ensucia el cerebro y la moral, llevándolos derechos al despeñadero.

Según veo en el link que me ha enviado un amigo, el otro día se congregaron frente al televisor ¡cinco millones! de personas para festejar y aplaudir a la proclamada “princesa del pueblo” por ganar un programa televisivo extraído del basurero social, del que prefiero no hablar porque me bastó con presenciarlo diez minutos hace años, para despreciarlo de por vida.

¿Cómo es posible que quien no sabe apenas leer y escribir, convierta en best seller un libro escrito por otro, contando sus cameos y miserias? ¿Qué personas juzgaron a esta pisapiés para hacerla ganadora de un concurso de baile? ¿Quienes pagan a tal esperpento humano cantidades de euros que ningún científico, pensador o literato, ganará en su vida?

La consecuencia desejemplarizante de esta individua causa en la sociedad más daño que la undécima plaga de Egipto, sus patadas al diccionario hacen temblar la lengua que todos hablamos y la ignorancia que atesora es digna de figurar en el libro Guinness de la incultura.

No, Dafne, perdona, pero yo no puedo poner mi firma en una petición cultural en la que figure esta señora tan pedestre, ignorante, vulgar, tosca y asilvestrada, que un pueblo de “salvadores” sin rumbo, ha encumbrado a las más altas cotas de la miseria intelectual con el aplauso de una masa social que no sabe donde va, formado por ociosas comadres que vocean su nombre en los tendederos de patios de vecinas.

SALVADORES DEL SALVADOR

SALVADORES DEL SALVADOR

Igual que los creyentes tienen sus dioses salvadores en las religiones que profesan, los españoles contamos con un salvador que nos salva de caer en nuevas tentaciones guerreras con su arbitraje, porque los españoles tenemos la rara afición a pelearnos entre nosotros a la primera de cambio, como atestigua nuestra pródiga historia en salvajes contiendas civiles.

Gracias a nuestro salvador – no a la madurez del pueblo, claro – llevamos años limitándonos a intercambiar bofetadas dialécticas, en el marco de una democracia formal patrocinada por él, bastante alejada de la reclamada por sus vasallos.

Nuestro salvador modera los ímpetus primarios heredados de pasados siglos, siendo para nosotros ejemplo de honestidad personal, crisol donde se funden las más altas virtudes, espejo de bondad, paradigma de sacrificio por el pueblo y arquetipo de austeridad.

Pero nuestro salvador puede salvarnos gracias a los salvadores que a él le han salvado. Han sido los errores de sus leales militares, la ambición desmedida de su yerno, el silencio mediático de los publicistas y la discreción leal de los amigos, quienes han facilitado que el salvador continúe salvándonos, aunque no sepamos muy bien de qué nos salva.

Cuando la popularidad del salvador comenzó a desplomarse entre los ciudadanos, unos militarotes amigos – que no militares – consiguieron alzarle a lo más alto pegando tiros en el Congreso a las moscas cojoneras que había en la sala nacional, perforando el techo de nuestras esperanzas en una próxima república.

Cuando los rumores sobre sus dudosas andanzas financieras y desleales escarceos amorosos, comenzaron a circular por los mentideros de todas las ciudades del reino, los medios de comunicación pusieron sordina en sus páginas y guardaron las trompetas.

Cuando más transparencia exigía la democracia sobre las cuentas y andanzas del salvador, sus íntimos Sabino y Colón se llevaron los secretos a la tumba; Conde guarda silencio en “La Salceda” toledana; De la Rosa no abre la boca; los servidores de palacio afirman que su boca no le pertenece y la gran profesional que vive con él no deja de sonreír.

Finalmente, ahora, cuando más se cuestionaba el futuro del salvador con una nota de 4,8 puntos en la encuesta del CIS, su yerno se dedica a poner bombas especulativas cebadas de corrupción en los cimientos de La Zarzuela, consiguiendo que los ciudadanos hayan aumentado la calificación al monarca hasta el Notable en la encuesta publicada por El Mundo el pasado día 2.

SALVADORES

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SALVADORES

Puestos ya definitivamente en su sitio los redentores militares que durante siglos han pretendido salvarnos de múltiples desgracias, nos queda todavía por superar el empeño de las autoridades civiles y religiosas por alejarnos de los graves males que nos rodean, aunque en algunas ocasiones hayan sido generados por ellos mismos, erigiéndose en salvadores de la raza humana, sin darse cuenta que somos lo suficientemente mayorcitos para equivocarnos por nuestra cuenta, sin necesitar la ayuda de nadie.

Hay que decirles que su empeño es baldío por innecesario, y que carece de justificación porque las actitudes que pretenden enmendar no dañan intereses ajenos, ni ponen en peligro la salud de otros y, menos aún, limitan las libertades de los demás, como ellos pretenden hacer con las nuestras.

Déjennos en paz, por favor, las curias cívicas y eclesiásticas. Déjennos caminar con nuestros errores a cuestas, disfrutando de la libertad que merecemos. Déjennos pensar libremente, obrar libremente, soñar libremente, y dejen de aturdirnos con mensajes protectores que sólo pretenden usurparnos la poca libertad que nos queda. Déjennos hacer cuanto nos plazca, aunque no sea políticamente correcto ni doctrinalmente acertado, y nosotros les agradeceremos que nos permitan sufrir con resignación el dolor de nuestra independencia de criterio.

Guarden en sus cofres las medidas autoritarias y protectoras de épocas no muy lejanas, dictadas por fueros y catecismos. No intenten imponernos medidas trasnochadas aplicadas por tradicionales padres de familia y déjennos volar tranquilos sobre leyes no naturales y fuegos infernales, pues nos bastamos por nosotros mismos para sobrevivir. Ahórrense consejos sobre lo que debemos ver, oír y entender. Eviten guiarnos por la senda de la virtud cuando nuestra brújula indique sentido opuesto. Rehúyan adoctrinarnos sobre comportamientos sociales legalizados por ustedes y conductas religiosas impuestas por la sotana. Esquiven aconsejarnos sobre lo que a nosotros toca decidir. Eludan vestirnos con babis de colores porque tal hábito no corresponde a nuestra mayoría de edad. No se constituyan en oráculos de sabiduría absoluta porque estarían en la frontera del error. Corten los hilos que han cosido a nuestros brazos y piernas, y dejen de tratarnos como marionetas de su guiñol porque preferimos errar a ser manipulados por manos de solemnes ignorantes reconvertidos en sabios con el salvoconducto de papeletas electorales o mediante inspiración divina falsamente otorgada en las pilas bautismales.

No se olviden que el territorio privado que pretenden gobernar es lugar que sólo a nosotros pertenece, donde tenemos reservado el derecho de admisión.

Y no se preocupen por nuestras preocupaciones y desvelos porque ya estamos nosotros bastante preocupados con sus velatorios por la libertad que pretenden usurparnos.