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Etiqueta: Sábado Santo

AMÉN

AMÉN

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amen

En este Sábado Santo, preludio de resurrección, me acerco de puntillas a la semítica palabra “amén”, que cierra todas las oraciones, plegarias y devociones de los creyentes occidentales, para que las alabanzas, ruegos y peticiones de los cristianos se cumplan, rogando a Dios que “así sea”.

Pues eso, que así sea, ya que no puede ser de otra manera, por mucho que nos mordamos el alma pretendiendo que los hechos ocurran de manera diferente a como suceden, tratando de evitar la despedida final de la vida, sin que a la “enemiga fiel” le importe demasiado el eterno deseo humano de sobrevivencia, tan socorrido en las religiones.

Decir amén ratifica firmeza, confianza, creencia, lealtad y seguridad en la fe, aunque los rabinos llegaron en sus discusiones sobre leyes judías, costumbres y tradiciones, a concluir que la palabra “amén” es un acrónimo que significa “Dios es un Rey en el que se puede confiar”.

De los judíos tomaron prestada esa palabra los cristianos y musulmanes y “así fue” como se hizo cuerpo en la liturgia, las plegarias y el pentagrama, como sucede en esta versión que Andre Rieu nos ofrece para deleite de los lectores que quieran vibrar conmigo oyéndola, cantándola y bailándola con ellos ante la pantalla del ordenador:

http://www.youtube.com/watch?v=cNoKFcQZL5c&list=RDcNoKFcQZL5c

Para los más veteranos como yo, queda la versión de Gospel, con sabores juveniles, cuando la oración era costumbre, la creencia ritual, el asentimiento firme, la ingenuidad creciente y la fe ciega, antes de que la razón se abriera paso en las pilas bautismales, temblara la catequesis y fueran borradas las profecías de Balaam en los textos escolares de Doctrina Sagrada.

EXPLICACIÓN Y GRATITUD

EXPLICACIÓN Y GRATITUD

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EXPLICACIÓN Y GRATITUD

A veces lo necesario toma carácter urgente, desplazando el orden establecido a la papelera para dar paso a explicaciones requeridas por el amigo que se da por aludido, sin tener razones para ello.

Tenía ya escrita la entrada de hoy, Sábado Santo, cuando recibo el correo de un amigo en mi dirección de gmail, diciéndome que en la entrada del Miércoles Santo titulada “Imagenofobia” no se encuentra incluido en el grupo de ¿creyentes? aludido por mí en el texto, y debo contestarle desde este cuaderno para hacer pública mi solicitud de perdón y darle explicaciones.

Por supuesto, Santiago, que tú no estás entre los católicos que pretendía censurar y caricaturizar en mi bitácora, como tampoco están en ese grupo: Casaldáliga, sor Raquel Díaz de Cerio, Hélder Cámara, Casimiro, la madre Teresa, el padre Ferrer, nuestro querido Ángel, y tantos y tantos católicos, así Católicos, con mayúsculas, para distinguirlos de los católicos de escaparate y bisutería.

A éstos últimos quería referirme en la nota que inserté ese día. A los que patrocinan un Dios mercader y vengativo, satisfecho con el dolor de sus fieles. A los que promueven un Dios que exige renunciar a la condición de hombre, que castiga la sexualidad y antepone la castidad al amor. A los que apadrinan un Dios complacido con quienes van a misa y siguen robando, calumniando y corrompiendo, mientras toleran inmóviles la miseria que pasa por delante de su puerta. A los cofrades que se disfrazan y exhiben en las procesiones legitimando un Dios que bendice la hipocresía y la falta de compromiso evangélico de sus vidas. A los que pretenden salvaguardar actitudes contrarias a la fe que dicen profesar creyendo en un Dios que acepta a su lado a quienes pasan por la vida ocupados solamente en su enriquecimiento y lucro personal. A los políticos que utilizan el espectáculo procesional como bandera para mostrar públicamente una fe en valores evangélicos que no practican.

A estos sepulcros blanqueados me refería en mis reflexiones, Santiago. No a los que como tú comprometen su fe cada día por la felicidad de los demás, aunque seáis muy pocos los católicos que esto hacéis en la ciudad, incluyendo a los profesionales de la virtud que bendicen a los miles que acuden a las iglesias dándose golpes de pecho en vez de golpear la pobreza, miseria, desprecio y abandono que sufren muchos de sus hermanos, hijos también del Dios que aparentan venerar.

Gracias por tu compromiso, Santiago, por tu ejemplo, por tu testimonio y por tu amistad.