AMISTAD
La generosidad fraternal demostrada por mi juvenil yunta en el colpicio, me obliga a evocar recuerdos olvidados en áridos rincones de la memoria, verdecidos por la amistad eterna que guardo con Laureano y con todos los hermanos que hicieron posible la resurrección en el infierno irredimible de la orfandad.
No puede forzarse la amistad, ni surge del empecinamiento en lograrla, sino del riego que enraíza corazones en un mismo tronco, con ramas libres, independientes y autónomas, permitiendo el desarrollo del árbol en el silencio de la mutua permanencia, podando las hojas secas que entorpecen el crecimiento y coloreando esperanzas renovadas en la complacencia del encuentro.
No balbucea la amistad en sus primeros pasos palabras duraderas, ni hace gestos perdurables, ni nace con vocación de eternidad, aunque pueda sobrevolar por encima del espacio y del tiempo, manteniendo intacto el fuego en los naufragios y la luz en la noche oscura del olvido inesperado.
Tozuda, a veces, la amistad es siempre generosa; sacrificada, en la lucha compartida; inasequible al desaliento; ruidosa en los encuentros; sincera en las palabras; noble en los gestos; y de lealtad inquebrantable. Comprometida, rotunda, prudente, fiel, despierta, entregada y observadora.
Pero también es la amistad frágil a la traición, quejosa ante los caprichos, sensible a las mutaciones y escurridiza cuando la decepción toma cuerpo en su alma desprevenida, abriendo heridas incurables sobre la piel del espíritu, con hechos y aconteceres que suceden sin tener razón de ser ni justificación de existencia.
Es la amistad una forma de amor que no perturba, ni enajena, ni se apodera del huésped donde se aloja, que alcanza cota superior cuando la pasión le acompaña y se sublima al añadir descendencia compartida con la persona amada.