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Etiqueta: Rosalía

¡ HASTA SIEMPRE !

¡ HASTA SIEMPRE !

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Dos horas antes de emprender camino de regreso a la meseta, hago míos los versos de Rosalía para festejar a esta tierra de fraternal entrega al forastero, despidiéndome de sus ríos, fuentes, regatos pequeños, aire salobre, verdor esperanzado y entrañable amistad, con el reforzado deseo de volver a ella antes de lo previsto por el azar.

Aquí quedan Sofía, Ángeles, Julio, Mayte, Domingo, otros amigos y el recuerdo inolvidable de Esperancita, que se nos fue al sueño eterno sin avisar ni dejarnos pistas de su paradero, porque cuando la parca llama a la puerta todo esfuerzo por recuperar el tiempo perdido es inútil, irredimible y desesperanzador.

Retornamos con dos queridos polizones a bordo, tras renovar un año más el compromiso de pertenencia y permanencia a un privilegiado espacio natural, habitado por cálidos corazones y manos amigas que refuerzan la fe en la especie humana, por encima de quienes la denigran con actitudes detestables.

Adiós, Galicia, hasta siempre, adiós. Tierra adoptiva que obliga a volver siempre a ella para gozar de su aroma embriagador, sus huertas, prados, arboledas, aves, pinares, zarzamoras y maizales, como cantó la dulce poetisa compostelana, donde quedan amigos y jirones de una vida que reduce las oportunidades de retorno al silbido del tiempo que la agota.

ES HORA DE PARTIR

ES HORA DE PARTIR

Con la saudade nostálgica de cada año, he cerrado la maleta del alma con mis mejores recuerdos de este año y me voy a la estepa castellana, dejando en los verdores gallegos abrazos renovados y nuevas amistades duraderas en el tiempo.

Es hora de partir con la duda del regreso, porque el futuro se estrecha cada vez más y la incertidumbre planea sobre lo venidero, sin anticipar la venturosa profecía del regreso a esta tierra tan querida.

Tomo la mano de Rosalia para despedirme de vosotros, pensando si nos veremos algún día:

Adiós os meus amigos

e aos recordos pequenos;

adios, vista dos meus ollos:

non sei cando nos veremos.

A vosa terra, vosa terra,

la terra que tanto amo,

hortiña que quero tanto,

amistades que prantei.

¡Adios, ata pronto, adios!

¡Adios Julio! ¡Adios Marián!

¡Adios Marisa y Ceferino!

¡Adios Begoña y Santiago!

¡Adiós Ángeles y Sofía!

¡Adios a Domingo y Ana!

¡Os deixo aquí na vosa terra,

deixo a aldea que conozo

por un mundo que me espera!

Deixo amigos, por amigos,

deixo a veiga polo mar,

deixo, en fin, canto ben quero…

                                    ¡Quen pudera non deixar!…

 

CHOVE EN EL MAR

CHOVE EN EL MAR

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Muchas veces he cantado con don Amancio, no Ortega, sino Prada, a los ríos y fontes de Rosalía y también he pedido lluvia con el berciano.  ¡Deixalo chover y tronar!, gritábamos, sin saber las consecuencias derivadas de nuestras peticiones.

¡Calado hasta las prendas íntimas me ha dejado la lluvia sin piedad en el monte Zapateira!, lo cual me hace pensar que no entonábamos demasiado bien las canciones gallegas o que nos faltaba el acento necesario para darle la dulzura que otorgan los nativos a sus “graciñas”, “poquiño” y “Paquiño”.

Dicen que en Santiago la lluvia es arte, pero en el campo es preludio de pulmonía, de la cual me ha librado el apóstol, gracias a Dios. Es decir, que tras “cerrar España” ha tenido tiempo el de Zebedeo para ocuparse de mi salud, con ayuda del Jefe.

Superado el indeseable chapuzón de lluvia, a base de más agua bajo la ducha, me eché por los Cantones arriba hasta el paseo marítimo, con chubasquero,  paraguas y buen humor.

Entonces todo fue distinto y se hace difícil explicar con palabras la compensación recibida, porque fue la lluvia en el mar espectáculo de placer imposible de predecir. Apoyado sobre la balaustrada y recogido bajo la protección amparadora del quitalluvias donde golpeaban discretamente las gotas, pude recordar un espectáculo semejante en mi soltería mallorquina, cuando la milicia universitaria me llevó a los acantilados de Cabo Blanco una tarde de lluvia inclemente que recuerdo con nostalgia conmovida, en la lejanía de un tiempo enloquecido de juventud y amor furtivo en el coche ametrallado de gotas frente al mar.