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ALICE DEL FERRY DUNKS

ALICE DEL FERRY DUNKS

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ESCLAVA

La memoria colectiva apenas recuerda la historia de una esclava que fue testigo excepcional de tres siglos, pues vino al mundo en 1686 y se mantuvo en él hasta 1802, soportando con tenacidad 116 años de vida dura, desde que el barco de esclavos procedente de Barbados donde viajaba, atracó en el puerto de Filadelfia.

Alice del Ferry Dunks fue la mejor conocedora de la vida estadounidense del siglo XVIII, viendo pasar por delante de ella todos los protagonistas de la centena: presidentes, militares, políticos, banqueros, emigrantes y trabajadores, informando luego a los historiadores para que estos dieran a conocer las transformaciones de Filadelfia a lo largo del citado siglo.

Esta sabia mujer no sabía leer ni escribir, identificaba los números con dificultad, desconocía las normas convencionales de cortesía social, detestaba la legalización de la hipocresía que reinaba en tribunas, púlpitos y escenarios sociales, manteniendo una lucha tenaz contra la esclavitud que sufrió durante toda su vida, ayudando a fugarse de la opresión a numerosos siervos de patronos.

A los noventa y dos años quedó ciega, recuperando la visión de forma inexplicable dos años después, atribuyendo el milagro a una intervención divina, porque Dios no le podía fallar, según declaró cuando regresaron los colores a su retina.

Alice pasó largos años de su vida al servicio de un solo dueño, trabajando en su ferry con la misión de llevar pasajeros blancos de una orilla a otra  del río Delaware, pero cuando alguno de ellos se burlaba de esta vieja que los trasladaba, ella los abandonaba en la orilla opuesta, sin atender a los gritos que la llamaban porque la que fue ciega, se volvía sorda ante las burlas.

ESTOY AVERGONZADO

ESTOY AVERGONZADO

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Mi estado de ánimo ha pasado por distintas fases agudas de intensidad variable, evolucionando desde la discrepancia a la indignación, pasando por la queja, el vituperio y la incitación a la rebeldía. Ahora me encuentro en un estado nunca imaginado y desconocido en sesenta y cinco años, debido a las despreciable imágenes que impresionan mi retina.

Pasar la tijera por donde no hay nada que cortar, mientras que políticos y banqueros se parapetan bajo el paraguas de salarios desmedidos, indemnizaciones escandalosas, pensiones vitalicias y privilegios inmerecidos, hiere el espíritu más insensible, porque al mismo tiempo que masacran derechos intocables de los vecinos condenan al pueblo a remar en galeras, descalifican a los funcionarios, humillan a los médicos, desprestigian a los profesores, irritan a los militares, ofenden a jueces y fiscales, desprecian a los parados y obligan a los cuerpos de seguridad a reprimir violentamente al pueblo que defiende sus intereses.

Estoy avergonzado de ver trabajadores en la morgue del suicidio, por carecer de lo más elemental para la supervivencia.

Estoy avergonzado de ver a titulados universitarios buscando restos de alimentos en los contenedores de basura de los supermercados.

Estoy avergonzado de ver a jóvenes adultos deprimidos y condenados a la humillante dependencia familiar por falta de trabajo.

Estoy avergonzado de ver el ensañamiento que emplean algunos policías en reprimir a los vecinos que piden trabajo, pan y justicia.

Estoy avergonzado de ver a los médicos entrar en los hospitales con la fiambrera bajo el brazo, dispuestos a trabajar durante veinticuatro horas seguidas por nuestra salud.

Estoy, en fin, avergonzado de vivir en un país gobernado desde hace muchos años por politiqueros de tres al cuarto cuyo mérito no pasa de lucir gaviotas o rosas en la solapa.