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TÓSIGOS HUMANOS

TÓSIGOS HUMANOS

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Sabemos que los productos tóxicos contienen sustancias que producen envenenamiento en los seres vivos, pudiendo llegar a causar las muerte de los intoxicados, si no se toman medidas oportunas para eliminar los efectos ocasionados por las sustancias nocivas ingeridas, inhaladas o inyectadas.

Junto a estas pócimas químicas, existen tósigos humanos no descritos en manuales ni estudiados en centros educativos, a pesar de tener una toxicidad superior a los bebedizos convencionales y funestas consecuencias para los demás, pues contaminan todos los espacios de su hábitat.

Tales pócimas humanas son crónicamente ambiciosas, anímicamente inmorales, endémicamente malignas y genéticamente perniciosas, por mucho que disfracen sus colmillos con sonrisas de porcelana y oculten su inveterada vocación de exterminio bajo una piel de oveja merina.

Profesionales de la usurpación, expertos en manipulación y carentes de escrúpulos, ostentan en la pechera moral el título de peritos en extorsiones, abusos y usurpaciones de bienes y derechos vecinales, explotando las desgracias en beneficio propio y mirándose al espejo sin ver la podredumbre de su alma.

En el diccionario ético de los tósigos humanos no figuran palabras como verdad, solidaridad, empatía, honradez y generosidad, para evitar tentaciones demoníacas de servicio al prójimo, ayuda al vecino y compromiso social, siendo tales toxinas bípedas los responsables del envenenamiento ajeno, con su prepotencia, cinismo y codicia.

DEL INSTINTO AL CELEBATOCIDIO

DEL INSTINTO AL CELEBATOCIDIO

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Entendiendo el instinto como conjunto de pautas de reacción que, en los animales, contribuyen a la conservación de la especie, parece claro que el celibato sacerdotal acabará desterrado de los mandamientos religiosos terrenales, por mandato superior del instinto reproductor.

Al empuje natural que tira del hombre con más fuerza que dos carretas y con superior firmeza a las maromas de los barcos, no cabe oponer resistencia porque la naturaleza humana hace imposible todo esfuerzo por permitir al serrucho mental hacer de la virginidad virtud, gustosamente aceptada y con firmeza practicada.

Mucho esfuerzo mental se necesita para entender algo que la razón no acepta y la naturaleza humana rechaza, poniendo puertas al mar del vigor promovido y creado por el Dios que predican quienes pretenden inhabilitar el propósito de quien otorgó a los seres vivos la capacidad de reproducirse, gozando al mismo tiempo de un placer terrenal de complacencia indiscutible.

El irracional y conculcado voto de religiosos y religiosas, profesionales de la virtud, al mandato divino de “creced y multiplicaos” hace pensar que puede más el instinto de reproducción en clérigos y monjas, que los mandatos eclesiásticos traducidos en voto de castidad, como si la pureza evangélica tuviera algo que ver con la abstinencia sexual.

Deseo de copular que se encuentra más desarrollado en los animales racionales que en el resto de seres vivos, pues los irracionales semovientes solo practican sexo en época de celo, a diferencia de los humanos que somos incansables en el oficio, sin intención de perpetuar la especie.

Esto explica la impotencia del celibato para dominar el instinto natural de las personas a unirse en feliz cópula, compartiendo con seres de su misma especie el placer de la carne, tan denostado en la doctrina eclesial, aunque los impositores de la norma hayan sido en muchos casos los primeros en conculcarla, como nos cuenta la historia.

DESOBEDIENCIA CIVIL

DESOBEDIENCIA CIVIL

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La desobediencia civil, consecuencia de la objeción de conciencia, es el rechazo de las personas a cumplir determinadas leyes y órdenes, por considerarlas contrarias a sus convicciones personales forjadas en principios éticos o religiosos. Fundamentos disconformes con exigencias impuestas por leyes y mandatos externos, que determinan la desobediencia civil del objetante, sin cometer delito por someter ordenanzas humanas a dictados naturales de la conciencia.

Eso ha hecho el bombero que ayer se ha negado a cizallar las cadenas de acceso a la vivienda de una anciana de 85 años que iba a ser desahuciada, ante la cara de asombro de los policías y agentes judiciales que reclamaron su presencia, y el aplauso de los ciudadanos solidarios que se oponían al desahucio. Nuevo brote verde de rebeldía e insumisión a órdenes que pretenden malversar la conciencia personal de cada cual,  preludio de próximas desobediencias si las autoridades se empecinan en seguir por el camino que han tomado.

La Constitución recoge en su artículo 30 este derecho ciudadano, pero sólo en el ámbito del servicio militar, olvidando que la conciencia personal va más allá de negarse a disparar balas contra otro ser humano, porque existen otras formas de matar o mutilar al vecino, sin necesidad de pegarle un tiro en el pecho o volatilizarlo de un bombazo.

¿Puede obligarse a un cirujano a dejar abandonado en la puerta del quirófano a un enfermo sin “papeles”? ¿Debe condenarse a un soldado por negarse a cumplir órdenes de matanza opuestas a su conciencia? ¿Merece castigo un bombero por cumplir su código deontológico, desobedeciendo mandatos que considera inmorales?  ¿Puede inhabilitarse a un policía por negarse a golpear ciudadanos que piden pan, trabajo y justicia o apartarle del servicio por disparar al aire pelotas de goma en vez de hacerlo a los ojos de quienes defienden los intereses del propio policía que los mutila? ¿Puede obligarse a un juez a dictar sentencia de desahucio contra un desposeído, basándose en una ley añeja que colisiona con su ética personal y su desacuerdo legal?

La objeción de conciencia provoca una dolorosa confrontación entre dos normas desiguales en su ámbito de influencia, pero con igual mérito, validez e influencia sobre las personas: la norma legal impuesta por la sociedad; y el código ético personal que determina los comportamientos individuales.

Existe un choque frontal entre el derecho objetivo y la norma subjetiva. El primero con más tinte de racionalidad que el segundo, aunque éste aventaje en convicción y compromiso al primero, amparándose en la Declaración de los Derechos Humanos y en  decretos naturales contrarios a ordenanzas legales, sean éstas las que fueren.

Los que pretenden someter la objeción de conciencia a las leyes comunes, alegando los valores democráticos que las dictan, olvidan que los ciudadanos no estamos sometidos a la disciplinas contrarias a nuestro código moral de conducta, ni obligados a claudicar ante el patrioterismo de poltrona y chequera, pretendido por demagogos que llenan sus bocas con palabras que contradicen los comportamientos y actitudes que manifiestan.

Los demócratas hemos de acabar con esa lacra de patrioterismo y democratismo, con que pretenden adoctrinarnos y domesticarnos para evitar la rebelión y acrecentar la sumisión, a base de amenazas, pelotazos, garrotazos y leyes que benefician a los mantenedores del sistema.

Quienes dan las órdenes no siempre tienen razón, y es obligación ciudadana oponerse a ellas cuando el daño que generan a los vecinos lo aprovechan unos cuantos pescadores en este río revuelto cargando las redes de beneficios personales que aliviarían poblaciones enteras, como es de todos conocido, sin necesidad de dar nombres de los depredadores, porque están en boca de todos.

LOS DIOSES NO QUIEREN MUERTOS

LOS DIOSES NO QUIEREN MUERTOS

No debemos tener escrúpulos en poner los extremismos religiosos en su sitio, por mucho que moleste a quienes se benefician de ello, ni debemos ocultar los muertos que la fe se ha llevado por delante a lo largo de la historia, sea de la cultura piadosa que sea y se encuentre en las coordenadas geográficas que se encuentren.

Algo que parecía sin futuro en las sociedades democráticas, ha cobrado en los últimos tiempos una notoriedad preocupante que, traducida en términos de violencia, podemos calificar de peligrosa.

En unos casos el ensañamiento viene firmado con sangre propia y ajena; en otros los atropellos se traducen en abusos de la ignorancia ajena. Y no faltan las manipulaciones mentales y sofismas argumentales para embaucar a ingenuos creyentes con métodos impropios del tiempo en que vivimos.

Y no hago distinciones, porque igual de inquietante resulta el fundamentalismo cristiano, el fanatismo islámico, el integrismo judío, el hinduismo radical o el budismo exaltado. Cualquier exceso en este ámbito genera desasosiego en el ciudadano neutral y crispación en los de signo opuesto.

Ya lo hemos dicho, e insistimos, en que la historia de la Humanidad es un poco la historia de las sucesivas guerras religiosas que hemos librado los humanos desde la Batalla de Puente Milvio hasta la actual guerra de guerrillas urbana, pasando por las Cruzadas, Reconquistas, Esmalcalda, Sanbartolomeses, Ochenta Años, Inquisiciones, Trenta Años y tantas otras matanzas protagonizadas por los creyentes en nombre de diferentes dioses, aunque ninguna doctrina promueva muertes, decapitaciones, inmolaciones o matanzas, sino todo lo contrario.

El Dios cristiano habla de amor sin límites; Yavé refuerza el amor al prójimo y el ¡no matarás!, por eso el saludo judío es shalom, paz; Buda decía que el odio cesa con el amor; el Dios del Corán no habla de matar, sino de compasión y buena voluntad. Por eso la verdadera voz del Islam es: Salaam Aleikum, -la paz sea contigo-, lo mismo que se desean los católicos en un momento de su liturgia eucarística.

Siendo esto así ¿por qué ha sucedido y sucede todo lo contrario?.