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SOLEDAD BARRET VIEZMA

SOLEDAD BARRET VIEZMA

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Soledad era nieta del escritor Rafael Barrett, de quien aprendió que si el Bien no existía, había que inventarlo. Tan aplicada alumna, pasó la vida intentando hacer realidad el deseo del abuelo allá por donde pasó, hasta ser asesinada en Recife el 8 de enero de 1973 a manos de la policía brasileña, cuando apenas contaba 28 años de edad y portaba en su alma el romanticismo militante que aprendió del patriarca.

Su muerte inundó de lágrimas las calles de Asunción, doloridas por la brutalidad que cercenó la vida de una joven inteligente, comprometida, solidaria, valiente y generosa, con secundarios añadidos de natural belleza, destacado encanto personal, garganta de cantante y graciosas cualidades para la danza paraguaya, que deslumbraban a quienes se dejaban cautivar por la magia de su voz y sus pies.

Luchadora por la justicia social, redentora de los oprimidos y sensible al dolor ajeno, su integridad moral sin fisuras la llevó al martirio, cuando siendo dirigente estudiantil en Montevideo, sufrió en julio de 1962 los arañados de la intolerancia, al ser raptada por un grupo neo-nazi que grabó a cuchillo en su cuerpo varias cruces gamadas, por negarse a gritar consignas ultraderechistas. Detestable acto que abrió las puertas a la violencia del régimen militar, obligándola a emigrar a Cuba donde contrajo matrimonio y tuvo una hija, con el revolucionario brasileño José María Ferreira.

El asesinato de su marido en Brasil estimuló su lucha contra la dictadura con mala fortuna, pues cruzó su vida en la clandestinidad con el cabo Anselmo, amigo de su marido, de quien se enamoró sin sospechar que se trataba de un agente infiltrado al servicio de la policía, delator de Soledad.

La vileza de Anselmo le llevó a denunciar sistemáticamente durante casi dos años a decenas de compañeros, para entregarlos a la tortura y la muerte, llegando su traición a señalar con el dedo sin reparo a los seis miembros del grupo donde estaba infiltrado, entre los que se encontraba Soledad, embarazada de un hijo suyo.

Los seis fueron apresados, torturados y asesinados. La abogada Mercia Alburquerque que logró entrar al depósito de cadáveres del cementerio de Santo Amaro, dijo: «Soledad, desnuda, tenía a su alrededor mucha sangre y a sus pies un feto».

Historia ya olvidada que traigo hoy a mi bitácora con el alma encogida, al recordar el injusto final de una mujer excepcional que luchó, amó y fue traicionada por el padre del hijo que llevaba en su seno.

PAULO FREIRE

PAULO FREIRE

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El querido Paulo Freire tendría hoy 92 años si un golpe de infortunio no se lo hubiera llevado por delante en mayo de 1997, cuando su historia personal cumplía 75 años de vida entregada a la educación de analfabetos y la liberación de oprimidos ignorantes, recordando el hambre que pasó en su casa de Recife durante la depresión de 1929.

Los más beneficiados de sus enseñanzas fueron 300 cortadores de caña de azúcar que aprendieron a leer y escribir en 45 días ayudado por su mujer Elza, inseparable compañera que estudió, luchó, trabajó, revolucionó y sufrió junto a él, cuando Paolo fue encarcelado en 1964 acusado de traidor por militares golpistas, sumisos al dictador Humberto.

Una vez liberado, comenzaron juntos el peregrinaje con sus cinco hijos por diferentes países, exiliándose primero en Bolivia y luego en Chile, siendo invitado a pisar las aulas de la prestigiosa Universidad de Harvard en 1969, tras leer sus dirigentes “La educación como práctica de la libertad” y “Pedagogía del oprimido”, regresando a Brasil en 1980.

El pensamiento político-pedagógico de Paulo se armoniza con sus fuertes convicciones cristianas, a partir de las cuales promovió una educación humanista facilitadora de la transformación social, pues educación no es domesticación sino a la liberación personal y social, desarrollando una conciencia crítica y comprometida con la realidad vital.

Paulo Freire no pudo aceptar el perdón solicitado por el Gobierno de Lula en 2009, sencillamente porque había muerto. Tampoco ha podido inaugurar los miles de escuelas que llevan su nombre por el mundo, con la obligación de expandir su pensamiento en los Consejos de Ministros, diciéndole a los jefes de los cinco continentes, que la palabra transformará el mundo y la cultura no es patrimonio exclusivo de la burguesía.

Repite Paolo que los ignorantes son hombres y mujeres cultos a los que se ha negado el derecho a expresarse y por ello se ven sometidos a una «cultura del silencio», sabiendo que la educación no cambia el mundo, pero cambia a las personas que van a cambiar el mundo, porque todo acto educativo es un acto político y la única forma de enseñar a amar, es amando, pues el amor es la transformación definitiva.