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NO HAY FINAL PARA LA LOCURA

NO HAY FINAL PARA LA LOCURA

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Recibo este año como inmerecido regalo de Reyes el compromiso evangélico del papa Francisco en un mundo enloquecido por la insolidaridad y la codicia, junto a la cristiana valentía de este hombre de bien ante las amenazas que se ciernen sobre él, según confirma quien sigue sus pasos muy de cerca.

El sacerdote argentino Juan Carlos Molina, director de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar), tras la visita a su paisano Francisco en el Vaticano, ha declarado advertir al Papa que tenga cuidado porque acabará matándolo un ¿ser humano? ahora desconocido, apoyado por no se sabe quiénes, ni de donde proceden.

El propio clérigo revela que el Pontífice le dijo serenamente: “Mira, es lo mejor que me puede pasar, y a vos también”, porque Francisco tiene claro que el martirio forma parte del compromiso adquirido de redimir a los desfavorecidos, asumiendo tan beatífico trabajo con la valentía de los héroes legendarios.

Pero no es el coraje papal lo que trae esta madrugada de Reyes a mi bitácora la pesadumbre, sino la locura de un mundo que no sabe donde camina entre bayonetas de exterminio que alcanzan a este gran pacifista entregado a sus semejantes, como le sucedió a Gandhi, Martin Luther King, Ignacio Ellacuria y a tantos otros cuyo delito fue luchar por la felicidad de los demás.

¿Qué extraña locura invade los corazones de algunas personas para convertirlos en matarifes inclemente y depredadores implacables de sus congéneres? ¿Cuántas guerras faltan por librar entre nosotros para que los seres humanos abandonen las matanzas? ¿En que momento se producirá una deserción masiva de soldados cuando los señores de la guerra los envíen al matadero?

Cristiano el Papa en su complacencia al aceptar la muerte por los hermanos. Testimonial su compromiso personal de vida evangélica. Y grande el papa por la magnitud de su ejemplo. Pero la maldición fatal que pesa sobre la raza humana no evitará que cualquier día caiga rodando por el suelo, sin conseguir que su sacrificio evite la sinrazón de los seres racionales.

18 DE JULIO

18 DE JULIO

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Evocaba ayer al profeta León dando el tercer grito perdido del español para avisar inútilmente en 1936 que venía el lobo, y hoy recojo el pacífico sentimiento de recordar la página más triste de nuestra historia para que no se vuelva a repetir tan penoso hecho, protagonizados por seres hipotéticamente racionales, que colgaron la razón en el perchero y se calzaron la piel irracional del más fiero depredador.

Eso dice el testimonio solidario que comparto, y por ello abrazo a los descendientes de quienes perdieron su vida en aquella salvaje guerra civil, a bayoneta calada en las trincheras, entre familias, amigos y vecinos, que nadie comprende ni se puede explicar por mucho esfuerzo que hagan los analistas de tan macabra historia.

Esa locura comenzó en España un día como hoy de 1936, y traigo a esta bitácora el recuerdo de aquella barbarie, no para abrir las heridas ni señalar con el dedo a la culpable sinrazón, sino para cicatrizar los quebrantos y recomponer la memoria de los que murieron sin justificación alguna por parte de «hunos»y «hotros».

Recordar lo sucedido, sí. Superar los rencores, también. Desterrar las venganzas, por supuesto. Pero olvidar a los que murieron, nunca. Sobre todo si el muerto es un padre o un abuelo deshonrado por la historia, olvidado en los libros de texto y enterrado en paradero desconocido.

Pasaron cuarenta años en los que “media España ocupó España entera con la vulgaridad, con el desprecio total de que es capaz, frente al vencido, un intratable pueblo de cabreros”, como dijo el poeta. Pasaron cuarenta años de victoria y ha llegado finalmente la hora de la paz.

La hora de recuperar el honor de los que murieron. La hora de hacer un gran cementerio donde se recojan los restos de todos los que desaparecieron y se devuelva la memoria a los olvidados en las páginas del Espíritu Nacional, porque todos fueron hijos de la misma patria y merecen iguales honores.