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Etiqueta: Quijote

EL DÍA e

EL DÍA e

 Que no se molesten catalanes, vascos, gallegos, mallorquines, valencianos, saharauis, amazónicos, andinos, beliceños, caleños, llaneros, caribeños, chilotes, cuyanos, mexicanos, tucumanos, llanitos y tantos otros, si este sábado 18 de junio de 2011 nos referimos a la lengua española hablando de la castellana, en vísperas que el solsticio de verano alumbre con su fuego millones de ventanas.

Celebrar la fiesta del español es celebrar la fiesta de una lengua oficial en veintiún países, a la que se han entregado once premios en Estocolmo, además de ser la segunda más estudiada en el mundo y la tercera con mayor número de usuarios en Internet, según informa la pantalla del Instituto Cervantes.

Es el español la torrencial lluvia de palabras que inunda libros, periódicos, emisoras de radio y cadenas televisivas, formando el gran imperio de la lengua española, sin imperialismo alguno.

A quienes desestiman el placer de disfrutar la literatura española voy a decirles que la honesta envidia intelectual de una colega holandesa que compartió tarima conmigo en Bruselas, la llevó a estudiar español solamente para disfrutar del Quijote en lengua original, sin artificiosas traducciones, por buenas que éstas sean.

A esta amiga utrechtense dedico el artículo de hoy con mi mejor recuerdo hacia ella porque sé que habitualmente se pasea por las páginas de mi bitácora, y la invito a participar en las actividades que en Utrecht celebra hoy el Instituto Cervantes, donde podrá degustar sabores hispanos, asistir a clases de español, oír canciones y, sobre todo, participar en una lectura del Quijote.

Desde este blog levanto mi copa de cava español para brindar con los quinientos millones de hispanohablantes que están repartidos por los diferentes rincones del mundo, entre los dos extremos del Pacífico y desde el Círculo Polar Ártico a la Antártida. Y quiero hacerlo porque el español me ha dado vida, a pesar de los esfuerzos que ha hecho la vida por apartarme de él.

He clavado mi estaca durante años en varios países europeos donde me he visto obligado a comunicarme en lenguas diferentes a la española que me sustenta, pero jamás dejé de pensar en español, de soñar en español, de escribir en español, de traducir al español los pensamientos y de llevar el español como bandera allí donde estuve

¡Ah!, para complacer la petición del Instituto Cervantes, diré que mi palabra fonéticamente preferida es alcorque; la nacida con mayor vocación social, honradez; en las relaciones personales, nada estimo más que la sinceridad; sosiego los latidos del amor con el pronombre personal ; en el trabajo profesionalmente pido competencia; generosidad es mi palabra para salvar la convivencia; pido responsabilidad a las personas por sus actos; para los corruptos demando justicia; condenación a galeras sin remisión de pena a los tramposos; solicito el destierro a los politiqueros; y vaya para los desfavorecidos mi solidaridad.

 

 

LA MUERTE DE DON QUIJOTE

LA MUERTE DE DON QUIJOTE

Entre los libros dispersos por la mesa de trabajo, mesilla de noche y brazo del sofá, hace meses que aguardaba turno la edición que presentó la Real Academia Española de la obra de Cervantes, con motivo de su IV Centenario. Finalmente, ayer pude hojearla, – porque releída ya estaba –poniendo la vista en pasajes que siempre me llamaron la atención, especialmente el de la muerte del hidalgo caballero.

Esto lo hacía mientras los “indignados” montaban su tienda junto a la casa del pueblo, hoy, más que nunca, jaula de discusiones partidistas y no mesa de trabajo por el bienestar ciudadano. Decepción que ha impulsado mi ánimo para traer a esta página de mi bitácora la descripción de la muerte del caballero andante, con objeto de reflexionar en voz alta sobre las cuestiones que me ha suscitado la revisión anunciada. En la versión original, Cervantes describe la muerte del caballero así:

Y la última edición académica adapta el texto diciendo: “En fin, llegó el último de don Quijote, después de recibidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallose el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió. Viendo lo cual el cura, pidió al escribano que diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote…”

Observará el lector los sustanciales cambios de grafía, signos de puntuación, mayúsculas y paréntesis que hay entre el texto original y el patrocinado por la Academia, para adaptarlo al momento actual, algo que parece razonable. Como razonable parece que los acampados en la Puerta del Sol hayan cambiado su estrategia reivindicativa.

Unamuno se preguntaba en su ensayo sobre la vida de don Quijote, a quién dio su espíritu el caballero y dónde está hoy ese espíritu, sabiendo muchos de nosotros que sobrevuela el alma de los utópicos revolucionarios del 15-M y de miles de almas derrotadas en hogares malheridos.

Pero nos tememos que la manifestación de ayer tarde frente al Congreso de Diputados sea el último estertor de estos quijotes a los que muchos nos hemos unidos indignados por la sordera política que asiste a quienes nos gobiernan, como demuestra el hecho de que este movimiento no les haya afectado en absoluto, siguiendo ellos a lo suyo, que casi nunca es lo nuestro.

El escribano de la novela que asiste en la narración al último suspiro de don Quijote se extraña que el caballero andante muriera sosegadamente en la cama porque tal defunción era indigna de luchadores, algo que no debe suceder con el movimiento 15-M, aunque la realidad parece afirmar lo contrario.

A diferencia del escribano, yo me sorprendo que el autor de la novela describa tan lacónicamente la defunción del protagonista, aclarando incluso al lector que dar el espíritu significaba la muerte, como si Cervantes se hubiera quedado sin inspiración literaria para hacer una descripción más brillante de circunstancia tan fundamental en el desenlace de la novela.

Sólo cabe pensar que fue así porque quien verdaderamente murió de dolor y perdió su vena literaria fue el propio autor, obligado a cumplir la exigencia de un guión impredecible el día que comenzó a escribir la vida del caballero, queriendo olvidar el lugar de la Mancha donde nació.

Esto mismo le ocurre al autor de esta bitácora, al sospechar que el movimiento 15-M no pasará de ser una frustrada esperanza de regeneración democrática que muchos hemos compartido, sin saber cómo nació.

QUIJOTE UNAMUNO

QUIJOTE UNAMUNO

QUIJOTE UNAMUNO

La inauguración de la feria municipal del libro me permite hermanar al caballero manchego con el sentidor vasco, ambos patrimonio de la humanidad, aunque el segundo de ellos este despatrimoniado en su tierra adoptiva.

Impulsa las actuaciones de los quijotes un fondo de bondad compatible solamente con sentimientos de similar nobleza, y singulares puntos de ingenuidad los caracterizan, aderezando su romanticismo con unas gotas de valor, dos cucharadas de generosidad, tres paladas de idealismo y un tren repleto de solidaridad.

La ocupación principal de los quijotes consiste en desfacer entuertos allí donde el agravio asome por la ventana o se deje entrever a través de los visillos. Les basta imaginar el perfil de la injusticia para empuñar su lanza y ayudar a los desfavorecidos o defender a los desventurados, mientras persiguen incansablemente por todos los rincones un amor platónico al que entregarse plenamente y sin reservas.

Vieja idea en odre nuevo que Antonio Machado recogió para retratar a nuestro hombre como  “donquijotesco don Miguel de Unamuno”, que caminaba “jinete de quimérica montura, metiendo espuela de oro a su locura, sin miedo de la lengua que malsina”, dedicado a la obra universal.

A lomos de este empeño he cabalgado durante años tras las huellas de tan noble caballero, proclamando que su vida fue una lucha permanente en defensa de la verdad y la justicia, denunciando la calumnia y la mentira, allá donde tropezó con ellas, para hacer del romántico quijotismo norma de conducta, y despertar las conciencias de todos con la verdad.

Moral de quien fue quijotista – no cervantista – nacido lejos de La Mancha y asentado en la conventual Salamanca, claustro y celda del catedrático andante, desde la cual esgrimió su lanza contra malandrines, gandules, fariseos, mercaderes, defraudadores, negligentes, corruptos, politiqueros, desaprensivos y otras especies de la fauna bípeda racional a quienes no dio tregua ni concedió mínimo espacio entre nosotros.

La verdad por encima de todo, fue su lema. Y así lo dejó escrito con estas palabras: “No me prediques la paz que la tengo miedo. La paz es la sumisión y la mentira. Ya conoces mi divisa: primero la verdad que la paz”. Algo que repitió en varias cartas, escritos y conferencias a lo largo de años, ratificando con firmeza tal convicción.

Quién sino este verdadero Quijote podría ser capaz de renunciar a todos los honores para mantener su independencia de criterio por encima de lo estimado políticamente correcto. ¿Hubiera obtenido el Premio Nobel si traiciona su curiosidad intelectual negándose a ir al dichoso mitin de Falange? ¿Mantendría el rectorado vitalicio y la alcaldía honoraria perpetua si hubiera satisfecho el deseo de los hotros y no su propia conciencia? ¿Habría ocupado un escaño en la Cámara Alta correspondiendo al guiño del ministro, en contra de sus convicciones? ¿Qué recompensas tenían reservadas para él los militares rebeldes si hubiera agachado la cabeza ante los sables golpistas?

Quién sino este Quijote pudo pasarse la vida luchando contra todo y contra todos, contra esto y aquello, contra las injusticias, los abusos, la ignorancia, la incivil guerra, la política, los usurpadores y los electoreros, anteponiendo siempre su lealtad intelectual y honradez personal, para acabar sólo y abandonado en una helada casona, entre el silencio castañeante de los pocos amigos que ahogaban su dolor en lágrimas heladas por el miedo, mientras los falangistas subían al primer piso del número 4 de la calle Bordadores, ajustándose los negros correajes para comprobar que efectivamente había muerto el caballero.