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Etiqueta: purgatorio

DIGODIEGOS DOGMÁTICOS

DIGODIEGOS DOGMÁTICOS

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La Iglesia parmenidea, estática, conservadora e inmóvil, ha dado un viraje hacia el cambio heraclitiano para demostrar al mundo que todo fluye y nada permanece, lo que traducido en términos dogmáticos y doctrinales significa que importantes “digos” doctrinales están pasando a ser “diegos”, para sorpresa de clérigos y seglares.

No lo digo yo, sino mi respetado y querido papa Francisco, hablando de un catolicismo como religión moderna, humana y razonable, que ha sufrido lentos y tardíos cambios evolutivos a lo largo de su historia, nunca tan contundentes como los actuales, por mucho que se reconozcan los tímidos virajes habidos sobre las hipotéticas verdades religiosas.

Pasar del “solo el ser es” al “nada es, todo cambia” comenzó con la desaparición del limbo, – “hipótesis teológica” a olvidar, según Benedicto XVI – ese extraño lugar donde iban a parar las almas de los infantes que morían sin ser bautizados, porque estaba mal visto que los impúberes sufrieran las consecuencias de algo tan cruel, sin ser responsables de nada.

Luego vino la reforma del purgatorio con indulgencias plenarias y no plenarias incluidas, porque a las púrpuras de la curia, las mitras de los palacios episcopales y bonetes parroquiales no les parecía justo que purgaran penas transitorias quienes no podían meter dinero en el “cepillo” para evitar el castigo, concediéndoseles el indulto.

Pero el otro día hemos sabido por boca del bendito papa Francisco, que el infierno es un recurso literario, metáfora del alma aislada, fruto de la calenturienta imaginación de los profetas. ¡Dios mío, menos mal!, aunque podrían haberse inventado un castigo más liviano que condenar a los feligreses eternamente al fuego en las calderas del cornúpeta y malvado Pedro Botero.

No contentos con eliminar de un plumazo limbo, purgatorio e infierno, también resulta que la historia de Adán y Eva es un cuento. ¡Joer!, según viene la cosa cabe esperar que conviertan en fabulación todo el Antiguo Testamento, porque esa fabulación del barro, la costilla, el paraíso y la manzana, no se diferencia de las protagonizadas por Jacob, José, Abraham, Goliat, Isaac, Sen, Abel, Cam, Jafet, Esaú, Caín, Malaquías, Ezequiel, David, Josué, Moisés, Aarón, Tobías,  ….

DECIMOTERCER APÓSTOL

DECIMOTERCER APÓSTOL

Unknown

Hace hoy 1.677 años que el hombre más poderoso de la tierra subió al cielo sin pasar por el purgatorio, tras servir al cristianismo más que todos santos, ángeles, arcángeles, profetas y propagandista de la doctrina predicada por el hijo del carpintero José y su virginal esposa María.

Fue Constantino I, San Constantino o Constantino el Grande, el emperador romano que facilitó la difusión del cristianismo, aún sin estar bautizado, como agradecimiento al Dios cristiano por ayudarle a ganar la batalla a Majencio, porque entonces acostumbraba el Señor a señalar el vencedor en las guerras.

Tal influencia divina en las matanzas, se ha mantenido durante siglos, particularmente en todas las Cruzadas, incluida la de nuestra liberación del rojerío, prolongándose esta tradición católica hasta nuestros días en que algunos políticos confían en la Virgen del Rocío, del Amor o del Pilar para vencer al paro, el desvalimiento y la hambruna.

Este santo emperador romano legalizó por edicto milanés la religión cristiana, dando así por terminadas las persecuciones a los creyentes, diezmando el listado de mártires por causa religiosa, cuando ya habían caído miles de ellos en felinas fauces, tridentes de gladiadores o dolientes esclavitudes.

Gracias, pues, a San Constantino, decimotercer apóstol, que derrotó el paganismo romano, permitiendo a las iglesias cristianas llenar el mundo de templos, sotanas, pastores, capelos, ceremonias, condenaciones, penitencias, purgatorios, sacramentos, limbos, infiernos, dogmas, catecismos, sermones, indultos, conversiones a cristazo limpio y persecuciones de infieles.

TODOS AL CIELO

TODOS AL CIELO

Unknown

El sacerdote que ofició la ceremonia religiosa que tuvo lugar con motivo de la reciente muerte de un amigo, me liberó en dos minutos de la tormentosa carga que llevaba sobre los hombros desde el nacimiento, convencido de que mi alma pecadora acabaría chamuscada eternamente en el infierno.

Pero felizmente no será así, porque la infinita misericordia de Dios no va a permitir la condenación de sus hijos y los acogerá a todos en su seno el día que se los lleve, incluidos los infractores de sus leyes, – como yo -, según afirmación rotunda del párroco oficiante del funeral.

Esto va mejorando, porque hace unos años eliminaron el limbo, dudaron del negocio indulgente del purgatorio y dulcificaron el infierno. Pero nunca pensé que pudieran garantizar la felicidad eterna, olvidando todos los dislates cometidos y arrinconando la doctrina impuesta a los fieles durante siglos.

En el cielo nos encontraremos con las almas de familiares y amigos que nos precedieron y conoceremos finalmente a los tres Dioses trinitarios, a la Virgen María, a los santos y a todos los ángeles propuestos por la angelología entre los que se encuentran serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados y arcángeles.

Supongo que este cambio escatológico de doctrina se debe a la información recibida por quienes han vuelto de la muerte a contar lo bien que se lo están pasando en el cielo, al que todos iremos directos, si la Congregación para la Doctrina y la Fe no dice nada en contra de la propuesta de este sacerdote redentor de los pecadores, aunque le faltara decirnos donde está el cielo, por donde se va a él o si vienen desde allí a buscarnos.

CIELO E INFIERNO

CIELO E INFIERNO

El Padre Astete me enseñó por boca del cura Esteban que si me portaba bien tendría como premio el cielo, y si era malo sería castigado con el infierno. Premio y castigo eternos, es decir, para siempre. Bueno, no; más que para siempre porque la eternidad era más que siempre.

Lo que nunca se me aclaró fue el lugar concreto donde estaban el cielo y el infierno, pues eso de que uno estaba “arriba” y otro “abajo” no me convencía mucho, o sea, nada. Tampoco se me dijo cómo podía hablar con los que allí estaban, ni el lugar intermedio donde pasaría mi alma una temporada, hasta que purgara en el fuego purgatorio la pena venial merecida por los pecados menores cometidos.

Todo ello tras pasar por el juicio final, claro, en el que Dios Todopoderoso perdonaría o condenaría mi alma, que siendo única y estando dentro de mí, nunca supe dónde estaba, aunque imaginaba de andaría por el cerebro, el hígado o el corazón, porque si fallaba uno de estos órganos, me iba directamente al tribunal celestial.

Eran tiempos de temer y creer, o si se prefiere, había que creer porque la increencia llevaba al suplicio terrenal y a la eternidad infernal. En el primer caso, cuando el párroco se negaba a firmar el “certificado de buena conducta”; y en el segundo, por decisión de nuestro Padre celestial, pues el Hijo y el Santo Espíritu poco tenían que ver en esto, aunque fueran la misma cosa, sin serlo. Es decir, los tres eran dioses, que se transformaban en personas para hacerse un sólo Dios verdadero. Está claro, ¿no?

Pasando el tiempo, he comprendido finalmente qué es eso del cielo y el infierno, dónde se encuentran y cómo pueden evitarse, al descubrir el paradero de ambos en la propia vida humana terrenal, como tendré ocasión de comentaros otro día, sin pretender dogmatizar mi opinión ni hacer de mi creencia patrón universal.