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LA OQUEDAD DEL ADIÓS

LA OQUEDAD DEL ADIÓS

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adiós

Sean definitivas o temporales, las despedidas producen arañazos de profundidad variable y duración indefinida, según que el adiós anticipe un futuro reencuentro o asegure el imposible regreso al lugar de partida, abriendo de par en par las puertas a la desesperanza en la soledad del camino y el insomnio de la almohada.

El adiós imprevisible reseca la garganta, enronquece las palabras y hace tartamudear los latidos del alma. Pero cuando la despedida deja ver anticipadamente su perfil en el horizonte de la vida, el futuro se antoja inalcanzable porque el alejamiento alarga el espacio eternizando el tiempo.

Las predecibles despedidas no evitan desgarros por muy anticipadas que sean las partidas, pues la oquedad del adiós nos ahoga en el vacío de la persona huida, dejándonos quemaduras abiertas, eternas cicatrices, luto enlagrimado, pupilas enrojecidas y entumecida la voz.

Las despedidas, en fin, descubren capilares negros por donde se filtra el dolor desconsolado, pespunteando en la memoria recuerdos felices enturbiados por imposibles resurrecciones, enterrados en el olvido junto a sueños frustrados sin remedio, cubiertos por el vacío de eternas postergaciones hermanadas con el desencuentro.

Dejan los adioses un lamento envenenado con temblores de voces evocadoras de lo que pudo ser y no fue, mientras el adiós injerta estrías polvorientas en las cerraduras, dando la espalda al amor desastillado renacido entre tinieblas, amordazadas por una separación empeñada en sepultar las promesas de permanencia, imponiendo consignas agonizantes en el libro sagrado.

AGOSTO LUNAR

AGOSTO LUNAR

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Observo con gozosa nostalgia a dos jóvenes acariciándose en un banco municipal, ajenos al mundo exterior que los circunda, y recuerdo los amores furtivos estivales de mi primera adolescencia, cuando jugar al “escondite” por las callejas anochecidas del barrio era anticipo de la primera aventura amorosa, preludio de estremecimientos posteriores.

“Ronda, ronda, el que no se haya escondido, que se esconda”, cantaba quien se «quedaba», antes de salir al encuentro de los que nos escondíamos corriendo entre las calles hacia esquinas verdirrojas, donde encontrábamos consentidas faldas entre las sombras de las farolas que alumbraban el “fresco” de las tejuelas que congregaban los vecinos para aliviar la calima agosteña.

Bajo la bombilla desnuda brotaban confidencias, disimulados acercamientos, risas nerviosas, miradas furtivas y naturales deseos cumplidos al contraluz de la primera luna, testigo de la caricia consentida, distinguiendo por primera vez el rosa del azul en la efervescencia del primer encuentro con lo felizmente inesperado que milagreaba desconocidas palpitaciones.

Comenzaban entonces a lloviznar estrellas fugaces y constelaciones en las noches de agosto sobre los patios, sin que las amenazas de las sotanas pudieran evitar la irremediable derrota de las consignas religiosas y los confesionarios, porque el empuje de la sangre iba más lejos que las amenazas doctrinarias.

No era fácil hallar un rincón desocupado en el solar abandonado de la garita y menos aún eludir la vigilancia horadante de balcones y ventanas. Pero bastaba la ayuda de un guijarro para que las luces callejeras dejaran de ser cómplices de las persianas.

Pero la invasión de temores infundados y la penitencia sacramental del confesionario eran incapaces de acorralar las manos rendidas de cavilaciones, cuando los labios susurraban tímidos tres palabras y el brillo emocionado se incorporaba a las pupilas de la niña, obligándole a decir: “Quieto, tonto, que nos van a ver”, justo antes de que una voz inoportuna nos delatara: “Por Paco y Marisa, que están detrás de la tapia….”.

EL ARTE

EL ARTE

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No existe manifestación más deleitosa de la actividad humana que supere la visión personal que hace un artista sobre algo real o imaginario, utilizando pinceles, pentagramas, diccionarios, tutús, obturadores, cámaras y cinceles, como recursos plásticos que dan vida al arte que duerme en su alma.

El placer que produce y el bienestar que genera, es lo que hace del arte objeto necesario y colación obligatoria para alimentar el espíritu, en medio de una sociedad ocupada en nutrir el cuerpo y amamantar cuentas corrientes, sin percibir que tales pitanzas no avituallan la felicidad que buscan donde no se encuentra.

Al arte sólo se llega a través de lo inaprensible, invisible e indivisible, conjugando en soledad armonías estéticas, ignorando los rostros de quienes las comparten con los artistas y desconociendo su paradero, pero sabiendo que en esa hermandad anónima se produce el encuentro de las almas gemelas.

Pero el arte tiene sentido, orientación, cauce y ruta marcada por el ingenio a golpe de trabajo, inspiración, imaginación y creatividad consciente, que traduce la intención del artista en formas, arpegios, colores y páginas, capaces de parar el tiempo en los relojes y dilatar de asombro las pupilas.

Consigue el arte dar forma a todo lo que carece de ella, materializando ideas, condensando imágenes oníricas, cristalizando percepciones y haciendo posible el milagro de la vida que duerme en la imaginación, sin propósito de renacimiento hasta que el creador pone su aliento sobre lo imperceptible.

Gran virtud del arte es la donación generosa de su inocencia, sin pedir a cambio más que eslabones compartidos para formar cadena de esperanza y redimirnos del tedio y la decepción que campa por sus respetos en una sociedad calcinada en el codicioso horno materialista.