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SEA CON NOSOTROS, JUAN RAMÓN

SEA CON NOSOTROS, JUAN RAMÓN

Unknown

Un día como hoy del año 1958 se fue de este mundo montado en su pequeño, peludo, suave y blando Platero, el moguereño maestro de poetas Juan Ramón, entre cantos de pájaros y lágrimas de exilio, abandonando el árbol verde y el pozo blanco de su huerto florido y encalado, mientras tocaban a muerto, como hoy están tocando, las campanas del campanario.

Se fue con la soledad de la luna hacia la eterna paz que a todos nos espera, llevándose en la mochila de su eterno sueño el Premio Nobel que recibió dos años antes del viaje definitivo, dejando atrás sus depresiones, desvelos, malhumores, múltiples amores y jotas abandonadas entre sus versos y antologías.

Renovador poético, padre literario de los jóvenes versificadores del 27, maestro de autores vanguardistas y republicano por convicción, acogió en su casa a huérfanos de guerra que Zenobia y él educaron, alimentaron y vistieron, hasta que la muerte en el frente de Teruel de su sobrino Juan Ramón, dejó a la pareja al pairo del exilio americano, mientras los “nacionales” saqueaban su piso, quemaban sus libros, distraían manuscritos inéditos y robaban pertenencias de la pareja, que nunca se recuperaron.

Tres días después de que la Academia Sueca pusiera la atención en su obra, moría Zenobia en San Juan de Puerto Rico, sumiendo al poeta en la más profunda de las depresiones que padeció en su vida, recogiendo el rector de la Universidad porteña el Premio Nobel en su nombre, antes de morir en la misma clínica donde falleció su esposa. En Mimiya de Santurce cerró los ojos, aceptando morir cristiano, pero fuera de la Iglesia católica, manteniendo su anticatolicismo hasta después de muerto.

Hoy los restos de Juan Ramón descansan en el cementerio de Moguer junto a Zenobia, y hasta allí enviamos el recuerdo de afecto personal, respeto a su memoria, gratitud por sus obra y reconocimiento al dolor de un alma sensible que fue zarandeada por la barbarie de una guerra incivil, dejándonos un testimonio desgarrador de singular belleza en sus últimos versos:

“Conciencia… Conciencia, yo, el tercero, el caído, te digo a ti (¿me oyes, conciencia?). Cuando tú quedes libre de este cuerpo, cuando te esparzas en lo otro (¿qué es lo otro?), ¿te acordarás de mí con amor hondo; ese amor hondo que yo creo que tú, mi tú y mi cuerpo se han tenido… Dime tú todavía: ¿No te apena dejarme? ¿Y por qué te has de ir de mí, conciencia? ¿No te gustó mi vida?… ¿Y te has de ir de mí tú, tú a integrarte en un dios, en otro dios diferente a este que somos mientras tú estás en mí, como de Dios?”

SALINAS, EL «PROETA» DEL AMOR

SALINAS, EL «PROETA» DEL AMOR

Sin aviso previo ni despedida anunciada, se nos fue a la eternidad el poeta del amor, dejándonos huérfanos de querencia y testimonio de apasionada entrega a sus dos grandes amores, porque fue Margarita la estabilidad y Katherine la quimera inalcanzable; una la estabilidad y otra el riesgo; Marga el anclaje familiar y Katy la idílica aventura amorosa.

Entre ambas fue y vino la poesía de Pedro Salinas hasta la doliente tarde del martes 4 de diciembre de 1951 cuando enmudeció en Boston la voz del maestro, catedrático de tribuna académica y forzado exilio, cuyos restos quedaron en el cementerio de San Juan de Puerto Rico.

Profesor itinerante que peregrinó por aulas de Massachusetts, Baltimore y Puerto Rico, mostrando a sus alumnos y alumnas las heridas abiertas en sangre de dolor que el destierro dejó sobre la piel de su alma desgarrando la esperanza de un imposible regreso a la tierra prometida de la infancia.

Hace hoy sesenta y un años que el «proeta» del 27, viajero a lo absoluto, nos dijo que estimaba de la poesía, la autenticidad; luego la belleza; y finalmente el ingenio. Latidos íntimos y talento creativo toman forma en versos cortos sin esfuerzo por la rima, dando oportunidad a Lorca para llamar “prosías” a sus elementales y cercanos versos.

“Perdóname por ir así buscándote tan torpemente, dentro de ti. Y cada beso perfecto aparta el tiempo, ensancha el mundo breve donde puedo besarse todavía. Sé que cuando te llame entre todas las gentes del mundo, sólo tú serás tú”.