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VITUPERABLE INDECENCIA CON ABUSO DE JODIENDA

VITUPERABLE INDECENCIA CON ABUSO DE JODIENDA

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La indecorosa actitud mantenida contra los pensionistas por la secretaría de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro, pidiendo jodienda para los pensionistas durante el acto institucional celebrado el pasado 5 de mayo en el Ayuntamiento de Alicante, quedará impune, como impune quedó el mismo deseo de jodienda para los parados, pedido a gritos por la diputada Andrea Fabra en el Congreso.

Indecentes actitudes y obscenos comportamientos ajenos a la militancia política, merecedores de pasar por la lavandería de valores humanos para limpiar los mugrientas deseos de tan despreciables sentimientos hacia otros seres de su misma especie socialmente marginados, que viven atenazados por la falta de empleo y la supervivencia digna en vejez que tienen merecida.

Más allá de su contingencia pública como de servidoras del pueblo que paga sus inmerecidas nóminas, está la condición humana de las personas, como categoría superior que las define, mereciendo en ambos casos ser calificadas como indecentes, en atención a su procaz comportamiento, obscena actitud, humillantes palabras y despreciable conducta, denigrante para la condición humana.

Expresar el deseo de que se jodan los parados y pensionistas, acredita una indigencia moral y déficit de valores humanos en esas personas, que las incapacita, anula e invalida para seguir perteneciendo a una raza con virtudes y mérito sobre los irracionales depredadores que se alimentan de otras especies animales más débiles que están a merced de los colmillos.

Personas con tales sentimientos no merecen representar a sus congéneres, bastándoles con ser embajadoras de ellas mismas en el país de nunca jamás, donde el desprecio colectivo las condena, aunque el poderoso dedo del capataz no las envíe al destierro de la memoria pública.

HONRADEZ PÚBLICA

HONRADEZ PÚBLICA

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Nuestro mayor problema político-social es la falta de escrúpulos morales y honradez personal de muchos delincuentes que nos gobiernan, acrecentado por la impunidad que les ampara en sus propios partidos y en las sedes judiciales, obligándonos a denunciar esta situación una vez más, sin esperanza alguna de enmendar la deshonestidad exhibida con descaro por dirigentes políticos, sociales, laborales y económicos.

No son las leyes, ni los procesos electorales, ni la división de poderes, ni la participación ciudadana, quienes sostienen, dan vida y purifican la democracia, sino la honradez ejemplarizante de quienes llevan el rumbo de la nación en cualquiera de las diecisiete latitudes que conforman el territorio llamado España.

La decencia política es el filtro democrático que elimina todas las impurezas que el sistema tiene en suspensión, enturbiando la convivencia y provocando turbulencias que impiden el flujo laminar de relaciones humanas tan necesarias en toda colectivo se seres racionales por herencia, pero honrados por voluntad propia, sin aspiraciones escatológicas.

La justicia moral no siempre va hermanada con las leyes ordinarias, pero es legítima hija de la honradez, que lleva a la rectitud en los comportamientos, a la limpieza de intenciones, a la pulcritud mental y al sostenimiento de actitudes serviciales en beneficio de la comunidad que ha puesto la confianza en manos de sus representantes.

Implica la honradez un compromiso firme con la verdad, con uno mismo, con las demás personas y con el proyecto que lleva a las promesas ofrecidas, evitando engaños, falsificaciones, y autocomplacencias en una falsa realidad virtual que solo existe en la mente de los desleales estafadores.

La honestidad conduce invariablemente a la empatía que lleva a la comprensión y al esfuerzo solidario para reparar daños, aliviar dolores, reconfortar el ánimo, sanar el cuerpo y nutrir de cultura la ignorancia de quien vino al mundo en paradero ignorado por el alfabeto, la penicilina y el trigo.

ES OTRO EL PROBLEMA

ES OTRO EL PROBLEMA

No cabe duda que pintan bastos en la economía, en la política, en el trabajo y, especialmente, en la policía. No cabe duda que quienes tienen la responsabilidad de dar una solución no la encuentran. No cabe duda que la inocente mayoría silenciosa soporta todo el peso de la crisis. No cabe duda que muchos parados pasan hambre. Pero ese no es el problema.

El problema no es que disminuyan las ventas de vehículos para el pueblo, sino que aumenten exponencialmente las compras de coches de lujo.

El problema no es que las arcas públicas estén secas, sino que quienes las han vaciado mantengan llenos los bolsillos.

El problema no es que debamos apretarnos el cinturón, sino que quienes nos dicen los agujeros que debemos acortar, usan tirantes.

El problema no es que los alumnos de la enseñanza pública reciban clases en una nevera, sino que los hijos de quienes apagan la luz vayan en manga corta.

El problema no es que la sanidad pública utilice parches Sor Virginia, sino que quienes envían enfermos a ellas, reservan habitaciones en la Clínica Ruber.

El problema no es que se rebajen los sueldos, sino que los políticos reciban dietas, complementos y salarios muy superiores al común de los ciudadanos.

El problema no es el despilfarro que se ha hecho de dinero público para satisfacer caprichos políticos, sino la impunidad de sus autores.

El problema no es que España ocupe un puesto destacado en el ranking de la corrupción, sino la falta de ejemplo moral y compromiso ético de los políticos.

El problema no es que aumenten los impuestos para mejorar los servicios públicos, sino el empleo que se da al dinero recaudado por el fisco.

El problema no es que falte dinero en las arcas públicas, sino el imparable aumento del fraude fiscal y el descanso de capitales el paraísos fiscales.

El problema, en fin, no es otro que la incompetencia de los dirigentes, la impunidad de los políticos, las gateras de las ley, el cinismo institucional, la falta real de participación, la politización de la justicia,… En definitiva, la caricatura democrática con que se viste el sistema, tan lejana de la soberanía popular y el gobierno ciudadano.

QUIMERA

QUIMERA

Me posiciono junto a los que mantienen las mismas utopías de siempre, como si las hojas del calendario fueran ajenas al otoño existencial y la vida ilusoria siguiera ocupando el punto ciego de su globo ocular, dando la espalda a la terca realidad.

Qué cosas tienen los que conservan el romanticismo social. Por supuesto que el mundo sería diferente si en las cúpulas del poder estuvieran los que debían estar. Anda, que habrán perdido el pelo detrás de las orejas de tanto pensar, para llegar a semejante obviedad.

Conseguir que nos dirijan los mejores es la gran quimera en el país. Como lo son también la honestidad en la vida pública, la igualdad de oportunidades, el respeto a otras ideas, la libertad de opinión, la protección del débil, la independencia del poder judicial o la aplicación del principio fundamental de mérito y capacidad para seleccionar los candidatos que promocionan internamente en la administración pública.

Si los cargos públicos en la administración estuvieran ocupados por los más capacitados para ejercerlos, la prevaricación en las comisiones de selección no formarían parte de nuestras conversaciones diarias. Si los dirigentes políticos fueran seleccionados entre los ciudadanos más capaces y honrados, no estaríamos en el ranking  de países con más amiguismo y corrupción. Si todos los jefes de departamentos universitarios fueran como algunos creen que son, García Calvo nunca hubiera propuesto la demolición de la Universidad. Si los responsables educativos se parecieran algo a Don Francisco Giner, otro gallo cantaría a nuestra educación. Si las autoridades locales imitaran el estilo de Don Fili, la vida en las ciudadaes sería distinta.

Lo triste es que para ocupar un puesto directivo en este país hay que dar muchas cabezadas al día, llevar durante años la cartera del jefe, reírle sus estúpidas gracias, soportar su mal humor, hacerle el trabajo sucio y tragar más sapos que grullas y culebras, si se pretende hacer en el futuro la tarea que ahora realiza el jefecillo de turno. Hay que trepar durante más tiempo que el requerido para fotografiarse luego en el despacho con el flash de magnesio, cuyo destello llena el salón de humo denso, tóxico y sucio. Ingredientes necesarios para realizar la gestión que se tiene encomendada.