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DE LA SUMISION PROFESIONAL A LA JUBILACIÓN OFENSIVA

DE LA SUMISION PROFESIONAL A LA JUBILACIÓN OFENSIVA

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Un amigo recién jubilado que visita esta bitácora y escribe en mi «página de caras», afirma que a partir de ahora vamos a escuchar de su boca lo inimaginable, porque la jubilación le libera de los temores y represalias que le han impedido decir lo que pensaba durante sus años de trabajo uniformado.

Estos ciudadanos, reprimidos durante su vida profesional por una disciplina mutilante de su libertad de expresión, se descomprimen en la jubilación otorgándose a ellos mismos patente de corso para zaherir todo lo que se mueve en sentido contrario al pensamiento que han tenido encarcelado durante décadas de dominio exterior.

Muchos de ellos, como este amigo, han estado sometidos a presión ordenancista por parte de galones, jerarquías, estrellas y bastones, exigentes de obediencia ciega que acrecentaba el valor de la sumisión cuando la condición de mando era ingrata y poco llevadera, obligándose los subordinados a reprimir la conciencia y guardar opinión.

Con la llegada de la jubilación, algunos de estos reprimidos se declaran insumisos ideológicos dispuestos a decir en voz alta todo lo que callaron en su vida profesional, liberados ya de cadenas, reglamentos, estatutos, leyes y órdenes superiores, alcanzando la libertad que anhelaron durante décadas.

El problema surge cuando estos descomprimidos se ponen la jubilación por montera, desenvainan la porra dialéctica y la emprenden a garrotazos contra toda opinión divergente y persona discrepante que se encuentran a su paso, confundiendo debate con bronca, opinión con juicio de valor, discrepancia con insulto y libertad de expresión con leña indiscriminada al mono, aunque nada sepan del primate que vapulean, ni hayan cruzado palabra alguna con él.

Las dificultades de entendimiento se presentan cuando estos “liberados” hacen públicas descalificaciones personales de los vecinos ante el mundo mundial a través de Internet en las redes sociales, utilizando palabras gruesas, ofensivas ironías y mordaces comentarios, con prepotencia impropia de quienes han estado toda su vida bajo la suela de un zapato.

DEFENDER LO EVIDENTE, AGOTA

DEFENDER LO EVIDENTE, AGOTA

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Camiliño solía decir que en España vence el que resiste, acabando el luchador cansado de tanto golpearse contra el resistente muro que oponen los que se limitan a soportar pasivamente los envites que contra ellos lanzan tenaces batalladores enarbolando el ariete de la honestidad y la verdad, contra falsarios, corruptos y estafadores.

Cansa defender aquello que se defiende solo. Agota el esfuerzo de argumentar lo que no necesita argumentos. Desalienta el escaso resultado del trabajo llevado a cabo contra el sentido común. Hastía la aparente sordera de quienes no necesitan audífonos. Y debilita el ánimo saber de antemano que todo intento de conseguir un objetivo deseable por la mayoría, es baldío.

Conviene advertir a los demás sobre aquello que ignoran, pero es inútil informar a los oyentes sobre lo que saben de antemano. Es obligado prevenir de los riesgos que tiene mantener ciertos comportamientos, pero es inútil convencer de inevitables peligros a quienes saben las consecuencias de sus acciones.

¿A qué conduce pedir insistentemente honestidad a los políticos, si ellos mismos saben que deben tenerla? ¿Qué novedad aporta a los jueces hablarles de la independencia judicial? ¿Para qué sirve recordarle a los periodistas el código ético que llevan impreso en su carnet?

Toda lucha emprendida para defender lo evidente acaba con el defensor por el suelo, cansado de luchar contra el muro invisible levantado por la resistencia pasiva de quienes van por la vida con cara de póker, aparentando desconocer lo que llevan impreso en su ADN, porque la ley natural que dio origen a mandamientos bíblicos es conocida por todos los humanos, aunque sean pocos quienes los cumplan en beneficio del prójimo.