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HIJOS VÁNDOLOS DE PADRES ASILVESTRADOS

HIJOS VÁNDOLOS DE PADRES ASILVESTRADOS

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“¿Quiénes son los padres de esos niños?”, preguntaba con evidente mal humor el dueño de un restaurante, viendo correr, golpear y gritar a tres niños entre las mesas del restaurante, ante el creciente malestar de todos los comensales que ocupaban el salón, salvando los dos matrimonios responsables de las molestias que las inocentes criaturas estaban causando a todos los presentes, ante la pasividad de los irrespetuosos y asilvestrados progenitores.

No son culpables los niños de la mala educación de sus padres, ni responsables de la falta de responsabilidad exhibida por quienes los trajeron a un mundo civilizado, a muchas leguas de la selva amazónica donde el comportamiento de los animales es un ejemplo de respeto social para ciertos niños sin desbravar.

La situación de chillidos, galopadas, disputas, riñas, ajetreos, rabietas, llantos, berrinches y alborotos de ciertos niños, – no de todos, claro, porque hay padres normales -, va más allá de bares y restaurantes, es una epidemia que se expande a supermercados, exposiciones de arte, trenes, oficinas públicas, salas de espera, autobuses urbanos y cualquier espacio público donde los despreocupados padres sueltan a sus cachorros, creyendo que el resto de vecinos tienen la obligación de soportar las molestias de sus ineducados hijos para vida social, donde el respeto a los demás es el primer mandamiento de la convivencia.

Como sufridor de la circunstancia descrita en el primer párrafo y testigo de otras parecidas, entre las que se cuentan el atropello con un carro guiado por un niño en el supermercado que dejó sin tobillo a una señora, o el balonazo que recibió un caballero que estaba sentado en una terraza de verano, propinado por un niño que jugaba al fútbol en la plaza, no voy a caer en la tentación de hacer juicio de valor global, porque hay niños bien socializados por sus padres, aunque los vándalos sean más notorios, evidenciando su procedencia de padres asilvestrados.

Seamos, pues, comprensivos y tolerantes con esos bárbaros porque ya tienen bastante castigo con soportar los ineducados padres que tienen, responsables de la irresponsabilidad y mala educación de sus descendientes, por su negligencia en la tarea de educar sin agredir, adiestrar sin domar y dirigir sin violencia, para que sus hijos adquieran la formación moral, intelectual y social, favorecedora de un mundo más respetuoso con los vecinos.

EL SER HUMANO

EL SER HUMANO

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El oficio más antiguo que existe no es el de ramerío sino el de ejercer como ser humano, algo que no se hace por voluntad propia, sino impuesto por deseo de los progenitores que deciden traer al mundo descendientes, para complacerse en los sucesores y prolongar la especie humana.

El ser humano es un extraño omnívoro, travestido del mono, algo trastocado, bastante trastornado y muy deformado. Perecedero sin redención, bípedo contingente, codicioso insaciable, mártir de sí mismo, soberbio con la naturaleza, inquilino de la Tierra, presunto omnisapiente, náufrago en la vida y cuadrúpedo mental que tropieza cien veces con la misma piedra.

Ejecutor de tareas básicas comunes a otros seres celulares, nace, crece, se reproduce, muere, desaparece y es olvidado, por mucho que pretenda alojarse en la memoria generaciones posteriores y hacerse eternamente perdurable en ficticios paraísos celestiales de felicidad perpetua.

El ser humano viaja sin sexo definido con su eterna insatisfacción sobre los hombros, curioseando por los escaparates en busca de la eterna juventud y la vida perdurable en la pasajera existencia, oponiéndose al inútilmente al ineluctable destino que le espera.

Camina perdido en soledad, sin brújula vital que le oriente, con careta de júbilo para ahuyentar temores y buscando asidero en la prisa de cada día, pretendiendo lograr su particular carpe diem en la agitación que esteriliza el proyecto de regresar a la paz amparadora del vientre materno, donde la sangre nutre la esperanza del renacimiento.

Ignorante de su procedencia y su destino, el ser humano es ajeno a su eventualidad, íntegramente perfectible, genéticamente contradictorio, autocoronado rey del universo con aspiraciones divinas y ambición de eternidad, ignorando que su extinción beneficiaría a la propia especie y al resto de seres vivos, como testifican las guerras y el deterioro de la naturaleza que provoca con sus acciones.