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MADUREZ, DIVINO TESORO

MADUREZ, DIVINO TESORO

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Discrepo de los nostálgicos emparentados generacionalmente conmigo, que añoran la juventud huida de las manos como tesoro divino que fue, sin percibir que tienen con ellos el vellocino de oro de la madurez, tras haber pasado el calvario juvenil, donde solo el vigor gratifica la existencia.

Etapa joven inestable, turbulenta, conflictiva, insegura y agitada, que hace del aprendizaje, pesadilla; de los errores, costumbre; de la ignorancia, cretinez; de la aventura, afición; y de la pujanza, soberbia; sin percibir la coetaneidad excluyente de diferencias temporales, permitiendo al azar abrir rendijas en el muro de la edad cuando el infortunio juega al escondite con la antojadiza parca.

La mala digestión de los codiciados ritos iniciáticos provoca vómitos emocionales juveniles que la madurez ha superado. Las contradictorias propuestas de familiares a los deseos personales y complicidades amistosas deslizan el inestable futuro de la juventud por el filo de la navaja que divide la realidad y el deseo.

Madurez estable enfrentada a las turbulencias y desajustes juveniles. Armonía interior frente a vulnerabilidad adolescente. Seguridad profesional frente a la incertidumbre laboral de los principiantes. Consolidación afectiva, frente a inestabilidad emocional de los amores alternativos. Firmes decisiones frente a inestables criterios sin firme asidero. Y predicciones futuribles frente a hipótesis volanderas.

La madurez aporta conciencia interior y percepción exterior, inalcanzable en la juventud por su déficit experiencial, escasa prudencia y menguada sabiduría, propia de quien camina a sobresaltos con andaderas inestables hacia la paciencia, estabilidad, constancia, reflexión, tolerancia, coherencia, pericia, templanza, experiencia y personalidad propia de la madurez.

LA HONESTIDAD DE SABINA

LA HONESTIDAD DE SABINA

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Si a Joaquín Sabina le hubiera faltado la honradez profesional que le sobra, nadie se habría enterado del pastorazo Soler que sufrió el pasado sábado día 13 en el Palacio de los Deportes madrileño, sucumbiendo al miedo escénico que le provocaron involuntariamente los diez mil seguidores incondicionales que ocupaban todas las localidades del Barclaycard Center.

Tras cinco años ausente de los escenarios en su segunda patria chica, no era fácil reencontrarse frente a un público con grave síndrome de abstinencia sabiniana, para un poeta-cantante de voz rota y sobreexigente con él mismo por el exceso de responsabilidad que comportaba presentarse en un escenario de la ciudad que todo le ha dado, queriendo devolverle más de lo recibido, sin escatimar entrega y compromiso.

Esa fue la causa, y no otra como pretenden hacernos creer quienes recorren las venas de su cerebro levantando hipotéticas fantasías con polvo blanco, saltándose páginas del calendario, mirando a las barras nocturnas de los bares, viendo fraudes fiscales inexistentes o imaginando desgastes amorosos en alguien enamorado hasta las trancas de «laJime», ángel tutelar que le lleva de la mano a cada concierto para hacer posible el milagro de sus canciones.

Los nervios del veterano principiante multiplicaron la soledad del escenario, siguiendo la estela de todos los seres solitarios que se alojan en sus estrofas, maridados con arpegios que les permiten sobrevivir en medio de una hostilidad inexistente, fruto de la intolerancia personal con posible deficiencias que otros toleran ante el público.

Nadie hubiera sabido la movida que había en el camerino del cantante si la honestidad de Sabina no hubiera estado por encima de fáciles arreglos, hipócritas palabras, finales anticipados y falsas componendas, que habrían evitado los inmerecidos silbidos de una minoría a la que Joaquín disculpó, sin merecimiento de los silbadores.

Tres día después llegó el milagro del Sabina renacido el 23 de agosto de 2001 cuando olvidó ponerse una pierna y Montero se la devolvió en la nube negra que «laJime» disolvió con un soplo de amor, rompiendo el corazón de un hombre de orden que jugó durante dos meses a la ruleta rusa para eternizar diecinueve día y quinientas noches.

Gracias a Sabina por su honradez profesional y generosidad, como tuve ocasión de comprobar aquel lejano 1987 cuando le llevamos a Zurich de la mano de Paco Lucena sin pagarle un duro, para presentar su dulce hotel ante un puñado de personas, con el mismo entusiasmo y entrega que pocos días antes había mostrado antes miles de seguidores que llenaron la plaza de toros de Madrid, como hablé con él mientras comíamos un bocadillo para cenar, junto a los Viceversa.