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INCOMUNICACIÓN

INCOMUNICACIÓN

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Nunca hemos estado más incomunicados que en esta era de la comunicación, donde el bombardeo de la información destruye la palabra, el exceso de noticias impide la interiorización, lo urgente desplaza lo importante, la pugna aleja el entendimiento, los señuelos confunden a ingenuos navegantes y la prisa por llegar nos impide deleitarnos la belleza del camino.

Sabemos que una persona ha sido atropellada en Manhattan pero la aspiración de las colmenas urbanas nos impide conocer la muerte de un vecino. Viajamos en la pantalla virtual al encuentro del más lejano ciudadano del mundo, pero no intercambiamos palabras con el compañero de trabajo. Compartimos mantel con amigos sin mediar confidencias amistosas porque el móvil exige conversar artificialmente con los ausentes.

Los pormenores de la vida se han dispersado al soplo indiferente de aconteceres ajenos a nuestra existencia, consiguiendo alejar nostálgicos paseos amanecidos, lunas compartidas en dulces noches de insomnio, placenteras confidencias en los atardeceres y saludos esperanzados al amanecer.

Vivimos encapuchados en la cercanía del contacto y abiertos en el anonimato de la distancia a personas desconocidas que nos buscan como bisutería de escaparate, sin el compromiso vital que exige la fraternidad cercana, transformando la convivencia en amontonamiento vecinal.

El deseo de saberlo todo nos lleva a ignorar lo importante, y la pretensión de estar en todas partes, nos impide llegar donde se nos espera. Hasta Dios afónico guarda su palabra cansado de gritar sin que nadie le escuche, porque la fraternidad ha quedado petrificada en el silencio agitado de la prisa, incapaz de rescatar el azahar de la nieve para matrimoniar voces confidentes de amores y dolores perdidos en las tajuelas embriagadas de humo familiar junto a la chimenea doméstica.

PLACERES OLVIDADOS

PLACERES OLVIDADOS

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                                                                                    A los amigos de mi generación, con afecto.

El progreso nos ha traído confort y longevidad, pero se ha llevado por delante pequeños placeres olvidados, imposibles de recuperar, por mucho empeño que pongamos en conseguirlo, pues las llaves que abren el cofre donde se revitalizan los recuerdos se han perdido en el fondo marino de la historia.

Sorprende que en esta era de la comunicación social domine la incomunicación personal, reine el silencio más absoluto en las distancias cortas y miremos con prevención al vecino, mientras caminamos perdidos entre la muchedumbre como fantasmas solitarios, acosados por una gentío que vuela a velocidad de vértigo hacia la nada buscando el arca perdida de la felicidad, sin detenerse a contemplar una flor, dibujar una sonrisa, recrearse en la luz, acariciar el viento y redoblar la canción, recuperando la vocación de ser cada cual.

Lejos queda el placer olvidado que reportaban las complacientes pequeñeces vitales que llegaban envueltas en pétalos de amapolas y violetas silvestres, a ritmo de campana y titilante lamparilla, versos de la vida escritos con pluma de ave humedecida en lágrimas de felicidad compartida.

Lejos quedan los sabores perdidos de vendimias otoñales y primaveral fruta fresca, cuando las uvas hacían el milagro del vino familiar y los tomates, fresas, melocotones y ciruelas, sabían a lo que eran, sin contaminaciones con fertilizantes, insecticidas y pesticidas que adulteraran aromas y sensaciones en el paladar.

Lejos quedan los complacientes pucheros familiares cocinados con mimo, a fuego lento y carbón vegetal, apacentados con agua de manantiales naturales que llegaba a la mesa con la frescura otorgada por el botijo, acompañando la olla común el pan candeal recién horneado al calor doméstico.

Lejos quedan las tertulias nocturnas al fresco en las puertas de las casas, redentoras de la calima veraniega, donde se congregaban los vecinos a conversar y compartir la vida, mientras los chiquillos jugaban al escondite, compartían comba con las niñas y correteaban sin peligro por las callejas.

Lejos quedan las invernales reuniones familiares en torno al brasero cisco, oyendo silbar el viento en la ventana y compartiendo alegrías, dolores, consejos, esperanzas y proyectos. Entrañable diálogo, conversación abierta y vínculo robado al trajín de la jornada, compartido por padres, hermanos y abuelos sobre un hule con sabor a confidencia.