EN MANOS DE LAS «OBRERAS»
Einstein proclamaba a los cuatro vientos que su único mérito intelectual era haber mantenido la curiosidad durante toda su vida, hasta desentrañar el más profundo misterio de la Física. Pero no quedó ahí su afán de curioseo por todo cuanto rodeaba a este sabio, pues don Alberto se ocupó también de curiosear entre los paneles de las colmenas para llegar a la conclusión de que las abejas eran necesarias para la vida.
Es decir, que sin estos antófilos no es posible la existencia y los seres humanos apenas sobreviviríamos cuatro años si desaparecieran las abejas “obreras” de la faz de la tierra, porque tales insectos “amantes de las flores”, son los máximos responsables de la polinización animal.
La cadena natural sigue una secuencia de mortal desenlace para la raza humana, pues sin abejas la polinización no es posible; sin polinización no hay plantas; y sin plantas no hay animales. Es decir, que gracias a esos fabricante de miel y polen que van de de flor en flor, nosotros podemos ir por el mundo.
Pero las cosas pueden complicarse porque nos estamos cargando la reserva de abejas que necesitamos para vivir, a golpe de pesticidas en los campos de frutales, implantando bosques industriales en sustitución de la vegetación natural, realizando cultivos de exportación que homogeneizan la flora, empleando venenos contaminantes y aumentando cosechas con fertilizantes químicos.
El exterminio de abejas que dará al traste con la raza humana, según predijo Einstein, no se debe a un castigo divino, ni a plaga enviada por Yavé o venganza del ángel caído, sino a las acciones humanas que aumentan el cerdito de ahorro de los productores, oxidando las huchas de los consumidores.