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POLÍTICO GABO

POLÍTICO GABO

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Quince meses hoy de la muerte de García Márquez es buen momento para recurrir al aristotélico “zóon politikon” recordando que Gabo fue un animal político en toda su extensión, desde la cuna colombiana hasta la tumba mexicana donde descansan, aunque su memoria se haya expandido desde la mítica tierra de Macondo al último rincón pisado por un terrícola.

Su compromiso político lo difundió en sus obras haciendo de ellas una autobiografía de pensamiento y compromiso social, porque «la política puede extenderse más allá o más acá de las instituciones propias del poder político», como podemos ver en la saga de los Buendía, donde no hay leyes prevotadas en parlamentos que regulen las relaciones sociales e institucionales que en la obra se ponen de manifiesto.

Su novela “La mala hora” refiere la dictadura del militar colombiano Rojas Pinilla, describiendo la represión en una zona rural cuyos vecinos luchan por una justicia y libertad que no llegan a lograr, donde los vencedores del bando conservador incomodan, provocan y agreden a los liberales.

El político inculto, violento y corrupto nos lo presenta en la dictadura encarnada por el anciano general Zacarías en “El otoño del patriarca”, que tenían que responderle la hora que él deseaba que fuera cuando preguntaba por ella, y no la marcada por el reloj.

El compromiso de Gabo con el socialismo no militante es evidente, entendido como sistema de progreso, libertad e igualdad, entre otras cosas porque se lo dijo él mismo a su amigo Plinio Apuleyo: “Quiero que el mundo sea socialista y creo que tarde o temprano lo será”, algo que no vio cumplido cuando murió.

LA FAMA EN GABO

LA FAMA EN GABO

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Primer bimestre sin Gabo y su afecto se ha multiplicado tras la muerte, como suele ocurrirle a todas las personas, que son evocadas tras la desaparición con un cariño y respeto que no les fueron otorgados por algunos en vida, cuando tuvieron oportunidad de concedérselos y no lo hicieron.

Tuvo Gabo fama entre nosotros mientras empujaba el carro de la vida, levantándose cada mañana sin saber qué iba a ser de él, y por no saberlo lo empujaba con más fuerza persiguiendo la meta que buscaba y despertándose cada día con el miedo en el cuerpo por lo que pudiera sucederle, hasta que llegó el Nobel multiplicando los temores, según testimonio de Plinio Apuleyo.

No se dejó Gabo deslumbrar por la fama anticipada que le llegó en su primera madurez pues había previsto lo sucedido, manteniendo que la fama y el poder caminaban por senderos paralelos, unidos por traviesas de frío aislamiento, inquietante soledad y escaparate público.

Rechazó siempre la fama que estuvo a punto de desbaratarle la vida perturbándole el sentido de la realidad, como el poder hace con los dirigentes del mundo, llevándole a una incomunicación con el entorno superada a base de pisar tierra firme, atándose al mástil de la humildad, el compromiso y la solidaridad con el pueblo.

El riesgo a ensoberbecerse y acomodarse en la torre de marfil cual Simón estilita, le llevó a desaconsejar el éxito a los amigos, para evitar que les sucediera como a los alpinistas que se matan por llegar a la cumbre y cuando llegan tienen que bajar con la mayor dignidad posible.

El desencanto con los micrófonos, portadas de periódicos, autógrafos, flashes y entrevistas le obligó a declarar en 1991 que “si hubiera sabido que esto era así, habría hecho todo lo posible para que mi obra fuera póstuma”, porque “la fama condena a la soledad”.