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Etiqueta: penitencia

APALABRADOS

APALABRADOS

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Apalabrar es el concierto que hacen las personas de palabra, por el cual se comprometen a mantener entre ellas un determinado compromiso, quedando apalabrados los sujetos que sellan el pacto. Pero también, apalabrados es un divertido juego virtual con el que  pasan el tiempo algunos diputados populares de la comunidad de Madrid, despreciando el dolor de los enfermos, la indignación de los sanitarios y el desacuerdo de los madrileños con la privatización de la sanidad que se estaba votando, mientras esos dos caraduras jugaban despectivamente con el sufrimiento de quienes les han sentado en una poltrona que no merecen.

Pero no es lo más grave que Bartolomé González y María Isabel Redondo hayan cometido un pecado político tan vulgar, trapacero, vasto y grosero, sino que la petición de clemencia solicitada por ellos les haya sido concedida, sin tener en cuenta que su delito no merecía el perdón político otorgado.

Este nuevo ejemplo de perversión democrática que ha permitido asociar al pecado político el inmediato indulto, redimiendo a los burladores de la expulsión inmediata del escaño, hace pensar en apalabramientos y chantajes internos que justifiquen la impunidad de tales acciones, eximentes del castigo y penitencia que merecen.

Las palabras de la apalabrada María Isabel Redondo: “Lamento mucho lo sucedido. No volverá a suceder. Lo siento”, nos recuerdan las que indultaron de su castigo al rey, exigiendo la diputada el mismo perdón concedido al monarca, porque la justicia política debe ser igual para todos. ¿O no?, pregunta la señora.

PROCESIONES

PROCESIONES

Comienzan las procesiones y con ellas las críticas de muchos ciudadanos a los populares cortejos de imágenes por las calles, oficios piadosos con reminiscencias paganas aderezadas por extrañas mortificaciones corporales.

Lo que para unos son fetiches de pueblos primitivos, para los creyentes son imágenes religiosas que tienen los mismos poderes sobrenaturales que los antiguos atribuían a sus ídolos. La idolatría que algunos ven en la veneración a deidades, contrasta con el sentimiento de quienes participan en esos actos guiados por firmes convicciones arponadas en sus corazones desde la cuna.

En todo caso, no puede negarse a tales exhibiciones de fe carbonera el valor de mantener una tradición vinculada a los gremios, cuando éstos se agrupaban en calles para defender sus intereses, asociándose con fines piadosos bajo la protección de Jesús, una Virgen de tantas como hay o el santo patrón de la cofradía.

Ahora se mantienen los actos de culto, aunque se hayan abandonado las obras de beneficencia, y continúan procesionando imágenes con la misma rivalidad de las primeras hermandades, desde que perdieron en el siglo XV su carácter profesional en beneficio del sentimiento vocacional.

¿Por qué incomoda a muchos que las personas oculten su rostro bajo el capirote mientras exhiben su penitencia cargando cruces, arrastrando cadenas y caminando descalzos? Es la forma que tienen los nazarenos de mostrar su devoción o de agradecer favores recibidos en el mercadeo de la fe. Qué le importa a nadie la verdad o mentira de la intervención divina si quienes tienen que creérselo, se lo creen, por penoso que parezca.

Muchos de ellos asisten al sermón de las siete palabras; doce mil al antihigiénico besamanos y besapiés de imágenes; otros tantos irán a los Vía Crucis con garbanzos en las rodillas; y la mayoría a las procesiones. Ya sé que no todos acuden con las mismas intenciones, pues algunos van atraídos por el folclore; otros para satisfacer una curiosidad; bastantes para arrodillarse ante las imágenes; y unos cuantos a sacrificarse ante la imagen del Cristo justiciero y vengativo en el que creen. Y sé también que esto carece de sentido para los iconoclastas que condenan tan caduco fetichismo.

No falta quien se pregunta qué pintan las fuerzas de seguridad y el ejército junto a esos grupos escultóricos, y se me ocurre decir que van a su lado para protegerlos ya que algunos son auténticas obras de arte. Pero no sé realmente por qué van desfilando en el cortejo, ya que podían vigilar de forma más discreta y menos engalanada. En todo caso, dejadme deciros que la mayoría de los descreídos son beligerantes con todo esto, pero no voy a contradecirme reprochándolo.