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PATERAS, HAMBRE Y ESCLAVITUD

PATERAS, HAMBRE Y ESCLAVITUD

Los problemas que hemos tenido en los últimos años en Canarias y las costas del sur con el flujo de inmigrantes subsaharianos en época veraniega, no será como el de años pasados, evitando así que ciertos políticos y españoles de buenas costumbres públicas – sólo públicas – hablen de flujos migratorios propios de aves que buscan climas más templados, cuando se trata de oleadas de inmigrantes africanos en busca de trabajo, formando caravanas de esclavos hambrientos huyendo de la miseria.

Desde que algunos privilegiados sumerios utilizaron por primera vez a sus congéneres para que les abanicaran tras remojarse en las aguas del Éufrates, todas las civilizaciones han esgrimido el látigo contra aquellos que obligaban a pisar el fango para hacer los adobes de sus casas.

Por eso no debemos creer lo que dicen quienes permiten el comercio de seres humanos, pues los resultados de la Convención sobre la esclavitud que se celebró en 1926 en la Sociedad de Naciones están todavía por ver, como nos recuerda la nueva ONU advirtiéndonos que hay en el mundo más de veinte millones de esclavos. Sí, no os asustéis. Han cambiado los tiempos, pero el hambre y la esclavitud se mantiene en el mismo lugar que ocupaban hace cinco mil años en la antigua Mesopotamia, pero con disfraces semánticos que pretenden camuflar la realidad.

Hoy a la esclavitud se le llama trabajo en condiciones de servidumbre. Hoy los siervos no son propiedad del amo, pero es el patrón quien dispone sobre sus vidas; no se les marca como a las reses, pero se les confisca el pasaporte; no se les hacina en las bodegas de los barcos, pero se les confina en chabolas; no se les pone grilletes, pero se les encadena con deudas; no se les flagela, pero se les amenaza con el paro; no se les arroja al mar, pero se les abandona en el desierto; no se les captura, pero se les deporta.

Su salario no permite la subsistencia, domina el trato vejatorio y la precariedad en el empleo es una constante universal. Pero lo más grave es el cinismo social de quienes sustentan esta farsa, porque la esclavitud está prohibida en todos los países donde se practica.

Comparto el pensamiento volteriano de que la esclavitud es tan antigua como la guerra y la guerra tan antigua como la naturaleza humana, pero rechazo que el hombre sea una cosa más con la que se puede comerciar, y mantengo la esperanza de que surja un nuevo Estebanico que nos ponga las pilas, porque no es justo que estemos dilapidando los recursos que otros necesitan para sobrevivir y que perdamos el tiempo discutiendo sobre la calidad del chocolate mientras se mueren de hambre millones de niños en el mundo, a la macabra velocidad de once criaturas por minuto.

En medio de todo esto, llama la atención la falta de compromiso de las iglesias cristianas contra el esclavismo, porque a excepción de los metodistas y cuáqueros nadie se ha tirado al ruedo para lidiar con sangre este miura. Tal vez sea porque la justicia social no cotiza en bolsa y los accionistas de la virtud prefieren invertir en manifestaciones políticas, aunque alguien les haya tirado a la cara el evangelio que juran defender. Por eso, el padre Díez Alegría dijo en voz alta que los pobres no tenían suerte con la Iglesia.

No hay mayor esclavitud que la bulimia generada por el comportamiento humano insolidario con la pobreza ajena. Hoy el hambre nada tiene que ver con tragedias naturales ni con desgracias universales. Hay en el mundo suficientes recursos para todos, pero unos pocos pretendemos repartirnos la tarta común, sin darnos cuenta que la nación africana está duplicando su población cada veinticinco años, y que no hay valla, ni muro que detenga esa avalancha de hambre, porque con la necesidad crece la desesperación que llevará a los países africanos a una revolución sin precedentes o al suicidio colectivo contra las alambradas.

 

¿DEMAGOGIA, DIPUTADO?

¿DEMAGOGIA, DIPUTADO?

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En un momento de enajenación mental transitoria, tan frecuente en ciertos políticos, uno de ellos ha declarado que es demagógico hablar de cinco millones de parados porque todo el mundo sabe que no es cierta esa cifra debido al trabajo negro que se encubre en esos millones. Además – añado yo – ¿cómo puede alguien comerse los codos de hambre si no llega con los dientes a esa articulación?

Tiene razón este parlamentario, hay mucha demagogia acunada con mentiras del tres al cuarto. Si él y los que con él mueven los hilos de las marionetas que deambulan por la piel de toro, dicen que España no va tan mal como dicen los demagogos, será que tienen razón, aunque nadie les comprenda. Pero querríamos que nos aclarara unas preguntas sin importancia, al hilo de sus declaraciones sobre la demagogia existente en su país, que casualmente es el nuestro.

¿Es demagógico hablar del millón de analfabetos que tenemos entre nosotros o de los muertos que se quedan en el camino cansados de hacer cola en las lista de espera de los hospitales por falta de servicios y facultativos?

¿Es demagógico condenar la injusticia de las chabolas, la orfandad de las pateras, las moscas en famélicos rostros y la búsqueda en los contenedores de alimentos desechados por las tarjetas de crédito y productos caducados, que rebañan a la intemperie pobres de solemnidad, mientras en lujosas mansiones millonarias se proponen medidas fraudulentas de ingeniería financiera?

¿Es demagógico proponer que los cuatro millones y medio de euros que la Agencia Española de Cooperación Internacional ha entregado para actividades de cooperación, se emplearan en escuelas de alfabetización y llevar alimentos a los comedores sociales?

¿Es demagógico que el común de los mortales se indigne ante un gobierno que se apellida socialista por no haber dado un puñetazo encima de la mesa cuando el ERE de una empresa con beneficios multimillonarios manda al paro a 8.500 trabajadores, mientras sus dirigentes se reparten millones de euros entre ellos?

¿Es demagógico rechazar la minoración de salarios a los funcionarios y la congelación de míseras pensiones a jubilados, viendo los sueldazos, pluriempleos, y privilegios de los políticos?

¿Es demagógico pedir que paguen la crisis y devuelvan lo que se han llevado, quienes la han provocado y no quienes la están sufriendo, mientras los banqueros conservan la sonrisa, los especuladores engordan su patrimonio y los corruptos mantienen sus cuentas corrientes?

¿Es demagógico pedir un esfuerzo por descubrir a los defraudadores fiscales que nos otorgan el triste privilegio de estar 10 puntos por encima del fraude fiscal europeo, con una tasa del 23 % de nuestro Producto Interior Bruto, que representa varios miles de millones de euros?

¿Es demagógico criticar que un juez, un fiscal, un catedrático o un neurocirujano de la Seguridad Social, perciban menor salario que políticos municipales o diputados, por el trabajo virtual que realizan la mayoría de ellos?

¿Es demagógico censurar que los trabajadores tengan que cotizar 35 años a la Seguridad Social para recibir la prestación por jubilación y que los diputados la disfruten con siete años de ¿trabajo?, bastándole a los ministros con prometer el cargo, aplaudir al jefe y sacar conejos de la chistera?

¿Es demagógico pedir que a los políticos se les haga un examen sobre mínimos conocimientos culturales, y un test psicológico sobre su capacidad mental, en vez de acreditarse con pruebas físicas de genuflexiones e inclinaciones de tronco ante sus padrinos?

¿Es demagógico que los ciudadanos hagamos cuentas sobre lo que pagamos en comilonas, festejos, regalos, coches, viajes, guardaespaldas, teléfonos y chóferes para los miles de políticos que exhiben metálicas tarjetas de crédito alimentadas con el sudor del de enfrente?

¿Es, en fin, demagógico, querido diputado, proclamar que sólo con las dietas que usted percibe sobreviven varias familias en este demagógico país, donde habitan demagogos como usted aprovechándose de la paciencia ajena y la resignación de millones de ciudadanos «indignados»?