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ESTOS YERNOS….

ESTOS YERNOS….

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El inicio del caso Nóos obliga a mirar hacia los acusados, pero también es una buena oportunidad para recordar el paralelismo que existe entre el suegro de Iñaki y el del marqués, porque ambos tienen similitudes acrecentadas con las fechorías comunes realizadas por los yernos de ambos mandatarios.

Los dos jefes fueron amantes de la milicia, aficionados a las cacerías, buenos navegantes en yates ajenos que hicieron propios, compañeros en desfiles castrenses de vencedores, protagonistas de mítines en balcones del palacio oriental, católicos de pura cepa popular, inquilinos en modestos palacios presidenciales y cómplices para destronar al legítimo heredero a la corona de España.

Aparte de la amistad, el poder y la complicidad que unió a estos Jefes del Estado español, tuvieron otro punto en común que fortaleció sus lazos paterno-filiales, pues tuvieron yernos que les provocaron insomnio y fatigas. Quebrantos que fueron mayores en el General que en el monarca, porque el dolor causado por el zumarragano a su real suegro no lo sabremos hasta que la historia aclare qué hubo realmente detrás de la fotografía que el deportista iba mostrando a los corruptibles gestores del patrimonio común.

Tenemos constancia, eso sí, de los quebraderos de cabeza causados por los yernos a tales suegros, pues el marido de Carmencita nada tuvo que envidiar al esposo de Cristina, ni siquiera en el título nobiliario, pues si el cirujano fue marqués, el jugador de balonmano llegó a duque.

Prepotentes, cínicos, estafadores y abusones, ambos camparon por sus respetos en las Instituciones y despachos, exhibiendo el salvoconducto de la impunidad ganada en el lecho marital y el patronazgo de sus jefes, abusando el de Villaverde y el de Palma del poder otorgado por el fajín y la corona más allá de lo autorizado en el Pardo y la Zarzuela.

FRANCARLISMO

FRANCARLISMO

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El aniversario de la II República española  es buen momento para recordar que los dos últimos Jefes de Estado que han pisado el Pardo y la Zarzuela, tienen puntos comunes que los unen, hermanan e identifican, dando lugar a una teoría político-filosófica llamada “Francarlismo”, que conjuga el franquismo y el juancarlismo en unidad conceptual, debida al paralelismo y similitudes que existen entre ambos líderes de la moderna historia de España.

El general Franco y el rey Juan Carlos coinciden en que ambos ocuparon la jefatura del Estado sin que el pueblo interviniera en su nombramiento, porque el militar se impuso por las armas y el nieto de Alfonso por voluntad del dictador, ocupando ambos el sillón de más alto mando los mismos treinta y nueve años, uno “franqueando” y otro “borboneando”, con la diferencia de que el segundo aprovechó mejor que el primero el tiempo que se mantuvo en el poder, pues el ferrolano pasó muchas horas en el callista para recortar las durezas de sus indomables y austeros zapatos Segarra.

Fueron ambos jefes, amantes de la milicia, aficionados a las cacerías, buenos navegantes en yates ajenos que hicieron propios con Fortuna y vista de Azor, compañeros en desfiles castrenses, protagonistas de mítines en balcones de palacios orientales, católicos de pura cepa popular, inquilinos en modestos palacios presidenciales y cómplices para destronar al legítimo heredero de la corona de España.

Así como hubo muchos jefes de la dictadura más franquistas que el propio General, no tuvo la monarquía más cortesanos juancarlistas que el mismísimo rey, multimillonario a base de comisiones y negocios gestionados por dos amigos del monarca que pasaron una temporada a la sombra, para aliviarse las quemaduras producidas por meter la mano en el fuego financiero, evitando con su sacrificio que el protector se chamuscara.

Generales ambos, uno de carrera y otro por decreto, compartieron el infortunio y dolor provocado por la muerte accidental de sendos hermanos, Ramón en accidente de aviación y Alfonsito por un disparo fortuito de Juan Carlos en Villa Giralda de Estoril, mientras jugaban ambos con una pistola supuestamente descargada.

Los dos tuvieron que sufrir en carne propia el enamoramiento de sus hijas Carmencita y Cristina, con Cristóbal e Iñaki, que les dieron más quebraderos de cabeza de los deseados, pues fueron yernos inmerecidos para ellos, prepotentes, estafadores y abusones de un poder que nunca les fue otorgado desde el Pardo o La Zarzuela.

LA MUERTE SALIÓ A SU ENCUENTRO

LA MUERTE SALIÓ A SU ENCUENTRO

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Acabo de enterarme casualmente por boca de un amigo, que hoy se cumple el primer aniversario de la muerte de José Luis Martín Vigil y lo primero que se me ocurre es lamentar haber tenido noticia de su fallecimiento un año después de ocurrido éste.

Fue el padre Martín Vigil guía espiritual de quinceañeros extramuros de la tapia, que llegó a mi oscura adolescencia del Infanta, sin él pretenderlo ni saberlo. Y lo fue por su novela “La vida sale al encuentro”, escrita para mozuelos en años de sueños redentores, soledades del alma y liturgias diarias, a la espera de castos y románticos amores con alguna niña que se pareciera a Karin, buscando entre los compañeros del colegio algún amigo tan noble Pancho y anhelando un padre Urcola que sustituyera al cura Esteban.

Crecido ya en cuerpo y madurada el alma, volví en años de sosegada increencia a leer la novela y me reservo la opinión que ya me produjo, porque prefiero conservar intacto el recuerdo adolescente que dejaron sus páginas en mi desorientado espíritu durante los años de internamiento.

No fue sólo a mí, pues su treintena de ediciones ayudaron a miles de jóvenes de varias nacionalidades a salir al encuentro con la vida, cuando los clérigos bombardeaban nuestro cerebro a base de amenazas infernales, el dictador pintaba cacería y naufragios en El Pardo, los maestros nos metían las letras a reglazo limpio y la censura robaba besos de las películas.

No supe más de Martín Vigil hasta que hace unos años lo encontré de nuevo en su “Estación término”, preparándose para el gran viaje que no tardaría en llegar, abandonado por todos y lamiéndose las heridas que en su alma dejaron la homosexualidad que siempre ocultó y las continuas acusaciones de pederastia.

Bestsellerista como ningún escritor de la época a pesar de su mediocridad literaria, nos ha dejado una veintena de novelas, con mérito algunas de ellas de comprometerse con la realidad social que muchos se negaban a ver y otros guardaban en sacristías, redacciones de periódicos y sindicatos verticales.

Quiero pensar, – porque así lo quiero pensar, aunque razón me falte -, que fue un buen hombre capaz de ilusionar a muchos jóvenes en tiempos de sequía, al que la Iglesia y los medios de comunicación condenaron a muerte en vida y ocultaron la desaparición del finado en su bragueta.

“Sólo deseo, – escribió en su testamento -, la cremación y la consiguiente devolución de mis cenizas a la tierra, en la forma más simple, sencilla y menos molesta y onerosa. Pasad, pues, de flores, esquelas, recordatorios y similares. Todo esto es humo. Sólo deseo oraciones. De este modo, sólo me llevo lo que me traje: mi alma.».