DE RONDA CON DOS PAJARRACOS
Anoche dos pajarracos me obligaron a salir con ellos de ronda por ciudad de México, Buenos Aires, Rosario, Lima y Santiago, “como un gato en celo” con cigarro en la derecha, copa de vino en la izquierda, guitarra a la espalda y recuerdos a flor de piel de felices épocas pasadas, cuando jóvenes entusiasmos acompañaban mi dorada esperanza.
Canté con ellos hasta quedar afónico en ronda nocturna, como aquella lejana noche en Zurich en que el grupo de teatro que allí dirigía tuvo el valor de llevar a Sabina sin cobrar un duro, para actuar ante veinte personas mal contadas y cenar con nosotros un bocadillo con jamón de Parma y pepinillo, mientras Viceversa vacío las pequeñas arcas llevándose cuatrocientas mil pesetas.
Años antes de ese encuentro, cuando los “grises” alegraban nuestras vidas con precipitadas carreras por el madrileño Paraninfo universitario de la Complutense entre las paradas de tranvía de las Facultades de Químicas, Derecho y Letras, satisfecho quedaba yo de cantar al Mediterráneo, a Lucía y a las Pequeñas cosas, del “antiespañol” Serrat.
Con resaca en el alma, alzo esta madrugada la copa llena de recuerdos con todas las horas pasadas junto a Joan Manuel y Joaquín sin que ellos supieran que les acompañaba, durante las cinco décadas que he permanecido a su lado, evocadas anoche frente al televisor, contraviniendo gustosamente la costumbre de recogerme temprano en brazos de Morfeo para recibir al sol en mi ventana de madrugada, tras despedir la luna y guiñar el ojo a las estrellas.
Uno mi emoción a la de Pancho Varona porque, tal vez, anoche fue la última vez que tuvimos ocasión de salir de ronda con estos entrañables pájaros, clásicos ya y atemporales, a quienes tantos momentos de amor, encuentros y felicidad tenemos que agradecerles.