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BODA DE PASODOBLE

BODA DE PASODOBLE

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El borbón Alfonso XII se casó con María de las Mercedes a las doce de la mañana de un día como hoy de 1878 en la basílica de Atocha, contrariando a la ninfómana reina madre que no asistió a la boda, al Gobierno presidido por Cánovas, a las Cortes y al lucero del alba, como no podía ser de otra manera, pues el padre de la novia, duque de Montpensier, era enemigo declarado de la reina y uno de los que la envió al exilio.

Enamorados hasta las trancas con pasión irresistible, nadie pudo contener los ardores de los emparejados primos carnales, consentidos por el pueblo que cantaba aquella copla: “Quieren hoy con más delirio/ a su Rey los españoles/ pues por amor va a casarse/ como se casan los pobres”, aunque su boda durara un suspiro pues Mercedes murió con dieciocho años, empezando a vivir.

En honor a los contrayentes se construyeron en Madrid carreteras, hospitales, iglesias, escuelas y se estrenó alumbrado eléctrico en la capital vestida de gala. Se decretaron indultos, distribuyeron gratuitamente pan las tahonas como limosna entre todos los pobres de la villa, desfilaron tropas por la Plaza de Oriente y las fuentes de Cibeles y Neptuno dibujaron luces de gas.

Más de mil cirios iluminaron la basílica donde el cardenal Benavides bendijo la unión de los novios, ante los padrinos Francisco e Isabel la sustituta, por indisposición de la abuela Cristina, con el beneplácito del pueblo embelesado por el amor de los contrayentes, dispuesto poner de su bolsillo lo que hiciera falta para ayudar al rey a pagar las treinta y dos mil quinientas cuarenta y seis pesetas que costo el traje de la novia.

EL FRANCISCANO MERINO

EL FRANCISCANO MERINO

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Fue Martín Merino un religioso liberal franciscano, convencido de ser enviado por Dios con la misión de acabar el lunes 2 de febrero de 1852 con la borbona Isabel II, dándole un desacertado estiletazo en el costado que apenas rozó la piel de la ninfómana reina de los tristes destinos, pues el corsé que embutía sus generosas carnes hizo de chaleco antinavajas.

Tiempo antes del acuchillamiento a la reina, el fraile tuvo que emigrar a Francia por amenazar de muerte al felonazo padre de la señora, don Fernando VII, tras ganar 5.000 duros a la lotería que le hicieron prestamista y pendenciero, compartiendo el litúrgico hábito franciscano con frecuentes luchas contra los deudores, quejosos de los excesivos intereses financieros requeridos por el irascible clérigo usurero.

Regicidio frustrado que envió al sacerdote homicida a mejor vida cinco días después con un vil garrotazo que recibió en el patíbulo del Campo de Guardias, pagando caro el intento de acabar con la mandona Isabel haciendo inútiles los esfuerzos realizados por el defensor Urquiola para convencer al juez Nolasco de la enajenación mental transitoria de su defendido.

Eso sí, antes de ser ajusticiado, fue apartado de la Orden franciscana, degradado de su condición religiosa y obligado a ponerse ropa y birrete amarillo con manchas rojas según mandaba el protocolo a los condenados por regicidio, para ser liquidados con esa indignante vestimenta.

Una vez muerto el rico prestamista fue quemado su cuerpo para evitar robos y veneraciones postmortem de los radicales seguidores, esparciendo sus cenizas un una fosa común con otros ajusticiados, y destruido el puñal del delito junto a otras pertenencias personales del fraile Merino.