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INFELIZ ANIVERSARIO

INFELIZ ANIVERSARIO

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Durante los años de mi infancia y juventud estuvimos obligados a recordar y celebrar el «Día de la victoria», algo que nunca debió ser recordado ni celebrado, porque el 1 de abril de 1939 concluyó una salvaje guerra civil entre vecinos, provocada desde los despachos como todas las guerras, sin contar con quienes pusieron los muertos.

Ese mismo día comenzó la más duradera dictadura militar en España, que tuvo fragmentado el país durante décadas entre vencedores y vencidos, padeciendo los segundos dolores semejantes a los primeros, porque nada hay más triste que una batalla ganada con sangre derramada de los que conviven juntos.

Recordamos el último parte de guerra de aquella barbarie, firmado por el “generalísimo” con su puño y letra en el Cuartel General, anunciando que el ejército “rojo” había sido cautivo y desarmado por las tropas “nacionales”, patrimonializando con orgullo una victoria de la que todo ser vivo con un mínimo sentimiento fraternal se avergonzaría, y cualquier católico evangélico con obligación de amar a sus semejantes, condenaría tal “cruzada”.

Obligados a recordar esa victoriosa victoria durante tantos años, es bueno recordarla hoy para que nunca más vuelva a repetirse semejante disparate ni reproducirse una matanza entre amigos de ciudad, pueblo o barrio, porque esta proximidad y conocimiento personal de los matarifes por ambos bandos, añade un detestable plus de vecindad a toda locura guerrera.

DÍA DE LA DERROTA

DÍA DE LA DERROTA

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Durante 36 años se estuvo celebrando en España el «Día de la Victoria», en recuerdo al último parte de guerra emitido por Franco el 1 de abril de 1936 anunciando el final de la guerra incivil, con el desarme y cautividad del ejército constitucional, sin percibir que en realidad se conmemoraba el «Día de la Derrota», porque en una guerra civil los dos bandos salen derrotados, dejando miles de padres, hermanos y vecinos, muertos en las trincheras y cunetas.

También hace hoy setenta y cuatro años que firmaba el general Franco el decreto urgente de construcción en Cuelgamuros de una gran cruz que desafiara el tiempo y el olvido, para perpetuar la memoria de los “nacionales” que cayeron en la gloriosa Cruzada de Liberación, con el fin de recordar a las generaciones futuras la obligación de rendir tributo de admiración a quienes lucharon por una España mejor, como rezaba el decreto.

Años después, el miércoles 1 de abril de 1959, para festejar el veinte aniversario de la victoria, fue inaugurado el monumento por el «caudillo», ante cuarenta mil personas que le oyeron decir: “En todo el desarrollo de nuestra Cruzada hay mucho de providencial y milagroso. ¿De qué otra forma podríamos calificar la ayuda decisiva que recibimos de la protección divina”, advirtiendo amenazante que la anti-España fue vencida y derrotada, pero que no estaba muerta.

La enorme Cruz del Valle que marida política y religión, enlaza amor y muerte, une cruz y espada en alarde victorioso, es un gran monumento a la derrota y al fracaso, porque tan triste es una guerra perdida como una batalla ganada, especialmente si los familiares de uno y otro bando ponen los muertos.

Urge, pues, pasar página a la barbarie, pero sin olvidarla para evitar repetirla como avisó ayer frívolamente Ronco Varela. Es perentorio imponer el acuerdo político, mediático y vecinal. Apremia el esfuerzo unido en causas comunes. Es hora de dar descanso en su sitio a los muertos desmemoriados. Es el momento de enterrar para siempre radicales discrepancias, porque es mucha la sangre derramada sobre la piel de toro en discordias civiles a lo largo de la historia.