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CANDELARIO CHACINERO

CANDELARIO CHACINERO

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Ana, Daniel y Esperanza, alcaldesa, secretario y concejala de Candelario, hicieron posible con su generosidad la fiesta de la amistad, entre las calles empedradas, fuentes y regaderas ancestrales de este pueblo serrano, que da nombre a las cumbres circundantes, sin permitir que Béjar usurpe el nombre de la sierra que le pertenece.

Después de ver la exposición unamuniana que se muestra en el Ayuntamiento, me fui con estos tres maestros del delibeliano señor Cayo, a la museo-casa chacinera, donde la sabiduría de los anfitriones, puso al descubierto, sin misericordia alguna, la ignorancia que atesoro en materia chacinera.

Sabed todos que en el morón se ataba al buey para ser apuntillado, mezclándose su carne con la de seis cerdos que eran acuchillados en la calle junto a él, protegiéndose el matarife tras la batipuerta, que sigue permitiendo abrir los portones de la vivienda que dan paso al patio interior, donde se deshurdían los vientres de los puercos, para ser llevados en cuévanas de castaño a la regadera, para que las mujeres hicieran su tarea.

Una vez desmenuzada la carne en el tajón, cortada la tripa con el rengue, embutida la carne con asta de toro y eliminado el aire con el pique, eran subidos los embutidos en banastas al secadero, a través del escampiao, cruzándose los hombres que subían cargados por la derecha, con los que bajaban sin carga por la izquierda.

Luego se hacía fuego sobre el tillo en compacto lecho de cenizas, protegiendo la pared con la morilla, permitiendo el zarzo que el humo ascendiera hasta el desván para hacer el milagro chacinero, ahuyentando la humedad con ayuda de paredes de adobe para evitar el remelo.

El retorno a Salamanca me privó de degustar una jícara de chocolate a las cinco de la tarde con un vaso de agua de naranja como se tomaba en las matanzas, pero hice el viaje de regreso saboreando los abrazos de amistad que recibí en la despedida, sin argumentos para agradecer el tiempo que me concedieron y el afecto que me brindaron.