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POZO DE LAS NIEVES

POZO DE LAS NIEVES

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Los amantes de la intrahistoria unamuniana salmantina tienen una ventana donde asomarse a ella, llevados por la encantadora y sabia mano de la arqueóloga Elvira en el rotulado “Pozo de la Nieve”, que nuestro querido Jotamar enmienda, advirtiendo que debe titularse “de las nieves”, porque es donde se cogían las nieves procedentes de las sierras de Béjar y Candelario, traídas al galope a tal Pozo de la Vida en carretas nocturnas aisladas con paja, para ser conservada y compactada sobre capas de 40 centímetros de espesor durante el invierno, con el fin de que los salmantinos pudieran conservar los alimentos y medicinas en verano, pagando una pequeña cantidad por ello.

Espacio de visita obligada para todos los charros amantes de la historia local, donde puede recrearse el espíritu entre pasadizos subterráneos del antiguo convento de San Andrés, siete picones inéditos de la muralla y el singular “frigorífico” de la ciudad, en tres discursos históricos complementarios de la piedra que habla con humilde sabiduría.

Asombro de la “parrilla” que horada la tierra hasta el “lago” donde se llega por secretos túneles del “pequeño Escorial” desaparecido, junto a restos de la antigua muralla medieval de la ciudad que permiten observar los avatares sufridos por ella a lo largo del tiempo, junto a la “cocina” abovedada del convento, en la que un grupo de padres dominicos elevó al cielo su gregoriano canto hace unas semanas en homenaje a los frailes que en él vivieron.

Este paseo por la mitológica Salamanca perforada de túneles y galerías subterráneas concluye en los restos de la torre noroeste del convento de San Andrés que fue casa de peón caminero y taller de electricidad del automóvil, hasta que los sucesivos ayuntamientos salmantinos decidieron recuperar esa página de nuestra historia, que ha culminado el actual consistorio con sabio y afortunado criterio.

Visitar el Pozo de las Nieves con amigos de Unamuno es placer añadido, pues a las doctas explicaciones Elvira, se añadieron acertadas preguntas y oportunos comentarios del geólogo Emiliano y el periodista Jotamar, enriqueciendo con sus intervenciones la historia salmantina que compartimos durante las dos horas y media que duró la visita.

SALVADOR Y NICOLÁS

SALVADOR Y NICOLÁS

Espriu

Uno, gerundense de Santa Coloma, y el otro camagüeyano de la tercera Cuba. El primero catalanista y el segundo activista político. Pero ambos poetas, que sin acuerdo previo decidieron venir juntos al mundo un día como hoy de 1913 y 1902, siendo bautizados con los nombres de Salvador y Nicolás, por las familias Espriu y Guillén.

Sin parentesco ideológico ni afinidad literaria, el azar de la vida nos los entregó el mismo día en diferentes cunas, pues Salvador descansaba en sábanas de organdil bajo una religiosa cruz rezando en catalán, y Nicolás en jergón de mestizaje, transcultura y son cubano, soñando rebeldía en lengua castellana.

Ambos republicanos, federalistas, amigos de la paz y luchadores por la concordia. Espriu detenido y multado por asistir a reuniones ilícitas en la dictadura, y Guillén comunista exiliado de país en país hasta el triunfo de la revolución cubana. El primero, renovador de la literatura catalana, y el segundo nombrado poeta nacional cubano.

Salvador contaba entre sus amigos con Bartomeu Roselló-Pórcel, mientras Nicolás recibía el espaldarazo poético de la mano de Unamuno. Pero ambos trovadores arriesgados, espíritus ilógicos, luchadores románticos, fieles a la verdad, agitados vitalmente y comprometidos con la libertad, la justicia y la paz.

Salvador Espriu lanzó su anatema contra el que mercadeaba con las cosas santas y convertía la religión en puntal de la opulencia o en vía practicable sólo para cretinos; contra el harto que no socorría el hambre de otras encías; contra el sabio insensible al sufrimiento del débil, que se aislaba en la torre de marfil de una serenidad cruel; contra el escriba que vendía la pluma a rocines victoriosos y se envilecía al ensalmar, por oro o por temor.

Mientras, Nicolás Guillén pedía unir las manos blancas y negras, para hacer una muralla desde el monte hasta la playa, que impidiera el paso a sables de coroneles, alacranes, ciempiés, venenos, puñales y dientes de serpientes, donde solo habitaran intramuros: rosas, claveles, palomas, laurel, mirtos, hierbabuenas, ruiseñores y corazones amigos.