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LA MUERTE SALIÓ A SU ENCUENTRO

LA MUERTE SALIÓ A SU ENCUENTRO

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Acabo de enterarme casualmente por boca de un amigo, que hoy se cumple el primer aniversario de la muerte de José Luis Martín Vigil y lo primero que se me ocurre es lamentar haber tenido noticia de su fallecimiento un año después de ocurrido éste.

Fue el padre Martín Vigil guía espiritual de quinceañeros extramuros de la tapia, que llegó a mi oscura adolescencia del Infanta, sin él pretenderlo ni saberlo. Y lo fue por su novela “La vida sale al encuentro”, escrita para mozuelos en años de sueños redentores, soledades del alma y liturgias diarias, a la espera de castos y románticos amores con alguna niña que se pareciera a Karin, buscando entre los compañeros del colegio algún amigo tan noble Pancho y anhelando un padre Urcola que sustituyera al cura Esteban.

Crecido ya en cuerpo y madurada el alma, volví en años de sosegada increencia a leer la novela y me reservo la opinión que ya me produjo, porque prefiero conservar intacto el recuerdo adolescente que dejaron sus páginas en mi desorientado espíritu durante los años de internamiento.

No fue sólo a mí, pues su treintena de ediciones ayudaron a miles de jóvenes de varias nacionalidades a salir al encuentro con la vida, cuando los clérigos bombardeaban nuestro cerebro a base de amenazas infernales, el dictador pintaba cacería y naufragios en El Pardo, los maestros nos metían las letras a reglazo limpio y la censura robaba besos de las películas.

No supe más de Martín Vigil hasta que hace unos años lo encontré de nuevo en su “Estación término”, preparándose para el gran viaje que no tardaría en llegar, abandonado por todos y lamiéndose las heridas que en su alma dejaron la homosexualidad que siempre ocultó y las continuas acusaciones de pederastia.

Bestsellerista como ningún escritor de la época a pesar de su mediocridad literaria, nos ha dejado una veintena de novelas, con mérito algunas de ellas de comprometerse con la realidad social que muchos se negaban a ver y otros guardaban en sacristías, redacciones de periódicos y sindicatos verticales.

Quiero pensar, – porque así lo quiero pensar, aunque razón me falte -, que fue un buen hombre capaz de ilusionar a muchos jóvenes en tiempos de sequía, al que la Iglesia y los medios de comunicación condenaron a muerte en vida y ocultaron la desaparición del finado en su bragueta.

“Sólo deseo, – escribió en su testamento -, la cremación y la consiguiente devolución de mis cenizas a la tierra, en la forma más simple, sencilla y menos molesta y onerosa. Pasad, pues, de flores, esquelas, recordatorios y similares. Todo esto es humo. Sólo deseo oraciones. De este modo, sólo me llevo lo que me traje: mi alma.».

JALONES DE MUERTE

JALONES DE MUERTE

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Con jalones de muerte se ha ido escribiendo la historia de la humanidad, desde que el celoso Caín acabó de un quijadazo con la vida de su hermano Abel.

Hitos de sangre que marcan el camino seguido por la raza humana durante miles de años hasta hoy, con la diferencia de que en sus comienzos había algunos “señores” de la guerra que con el tiempo han desaparecido, como desaparecieron los elegantes ladrones de guante blanco.

Ahora sólo hay matarifes y butroneros. En las guerras de la antigua India había reglas elementales que aliviaban unas décimas las matanzas. No se permitía, ejemplo, el empleo de flechas envenenadas, ni matar a los hombres desarmados, heridos, dormidos o rendidos. Además, los guerreros a caballo no podían atacar a los combatientes que luchaban a pie. Y, en medio de la barbarie, alguien se ocupaba de recoger los muertos abandonados.

Más tarde, los romanos alternaron sus placenteras costumbres con las primeras muestras de atrocidad. Josefo nos ha contado que el bondadoso Tito se llevó por delante a más de un millón de judíos, a los que se añadieron las escabechinas de franceses promovidas por el gran Julio César.

Después vinieron las mitras y los turbantes, con sus “guerras santas” y “cruzadas”, a marcar el camino que debían seguir más tarde los invasores de Norteamérica para liquidar a los aborígenes por el módico precio de dos guineas por cada “piel roja” exterminado.

Pero todo esto, y mucho más que guardaba la historia, le pareció poca sangría al reducido grupo de esquizhomínidos que llevaron a la inmensa mayoría a dos exterminios mundiales que ni el animal más salvaje hubiera concebido.

Así es, amigos míos, y así me temo que va a seguir siendo durante muchos años mientras los libros duerman en las estanterías, la incultura campe por sus respetos y las soflamas sigan perforando pobres mentes ignorantes que nadie redime.

Ahí sigue esa selecta raza de privilegiados enviando a sus criados a esquivar las balas, mientras ellos contemplan distraídos como se diseminan los cuerpos destrozados por el campo, ocultando su cinismo con ceremonias, funerales,  banderas y condecoraciones.

DESIGUAL ESFUERZO

DESIGUAL ESFUERZO

La vida de los humanos es algo así como un gran paréntesis dentro del cual las injustas diferencias existentes entre seres de la misma especie es notoria, significativa y determinante de sus vidas.

A los desafortunados en el reparto, les queda el triste consuelo de que el citado paréntesis se abre y se cierra con dos acontecimientos vitales que a todos iguala, sin diferencia alguna. El nacimiento nos homologa biológicamente a los humanos porque todos nacemos de igual forma. Y la democrática muerte está inventada para igualarnos a todos por la eternidad de eternidades, en un ejemplo de justicia distributiva inimitable por las leyes jurídicas que en vida benefician descaradamente a los poderosos.

Hablar ahora de la influencia concluyente que representa la cuna en la vida de las personas, puede parecer una reflexión ociosa y a destiempo, pero no voy a quedarme con las ganas de hacerlo, porque la cuna hace a unos afortunados y desgraciados a otros, sin que los unos hayan hecho méritos para tener una vida de regalo y los otros deméritos para ir arrastrándose por el suelo durante toda su vida, salvo que hagan un esfuerzo descomunal para salir del túnel por el que no pasaron los favorecidos del azar, puesto que ambos, unos y otros, vinieron de la nada.

Quienes despiertan a la vida desprotegidos de los beneficios que concede a otros el aleatorio privilegio de la cuna, no les queda otra opción que seguir el camino empedrado de sangre, sudor y lágrimas, para alcanzar la meta donde los privilegiados llegan en limusina.

Esto ayuda a comprender que quienes viajan a lomos de los demás se nieguen a llevar en sus espaldas a los otros y pretendan mantenerse a horcajadas sobre los privilegios que han heredado sin esfuerzo alguno.


AMÉN

AMÉN

El valor de esta palabra semítica cierra todas las oraciones, plegarias y devociones de los oradores, para que sus alabanzas, peticiones y súplicas se cumplan, rogando a quien corresponda que “así sea”.

Pues eso, que así sea, ya que no puede ser de otra manera, por mucho que nos mordamos el alma de dolor ante la despedida final de una vida, sin que a la “enemiga fiel” le importe demasiado el eterno deseo humano de sobrevivencia, tan socorrido para distintas religiones.

El poeta de Tábara sabía pocas cosas, y era verdad. Pero tuvo como cierto que el miedo del hombre había inventado todos los cuentos, y que con cuentos enterramos los huesos de los vecinos, como no hace mucho tuvimos que hacer un grupo de amigos con alguien que se nos fue.

Inoportuna es toda muerte, pero más cuando la propia vida apenas ha comenzado a florecer en el capullo que la parca siega sin consideración alguna, ebria de vanidad, y exhibiendo un poder inmerecido que a todos fustiga.

Pero no se lleva la peor parte quien viaja hacia la nada de donde procedemos, sino los desheredados que aquí quedamos ocupando un asiento en la sala de espera de la estación término, a la que llegamos en el mismo instante de nuestro nacimiento.

Traidora, que no anticipa su presencia para sorprendernos como hace siempre, la muerte merece desprecio y censura por su mala educación. No es propio de señoras que se precien, entrar en casa ajena por la ventana y llevarse lo que a otros pertenece, sin pedir autorización a los propietarios de las vidas que hurta impunemente.

Por eso, cuando la parca golpea la piel de un alma desprevenida, no hay redención posible. Sólo dolor apenas consolado unas horas por la compañía de los amigos que lloramos nuestra propia muerte, sabiendo que todos estamos a la puerta del abismo, sin atrevernos a dar el paso definitivo hasta que el destino nos empuje, según dice el cuento, a la felicidad eterna.

¿Por qué entonces tanto dolor, si quien abandona este mundo lo hace por voluntad divina para gozar eternamente de la más inalcanzable felicidad? ¿Por qué tanta lágrima si en tiempo breve volveremos a encontrarnos con los desaparecidos  en inimaginables paraísos, permaneciendo ya juntos varias eternidades? Si alguien tiene respuestas que nos las dé, porque de lo contrario seguiremos dudando de inescrutables designios celestiales y pensando que la historia humana está jalonada de cuentos alojados en la sinrazón de una credulidad increíble.

Tal vez por eso, cuando alguien se nos va llega a nosotros San Manuel Bueno con el hisopo en la mano dispersando agua bendita sobre su propio escepticismo y recitando una plegaria, mientras el ejecutivo se afloja nervioso la corbata; el vagabundo levanta desconsolado la cabeza del escaño; el solitario busca una huella en sentido opuesto; el carcelero olvida las llaves en la celda que vigila; el mendigo anota la hora para calcular el tiempo de espera; el militar, arrepentido, se quita las espuelas; el arzobispo, decepcionado, cede su báculo; el enamorado desespera por la desesperanza que le espera; el intelectual dispersa las palabras del libro sagrado; el moribundo baja resignado la escalera; el maestro, al fin, cierra el catecismo en silencio,  ….y calla.

 

LA MUERTE DE DON QUIJOTE

LA MUERTE DE DON QUIJOTE

Entre los libros dispersos por la mesa de trabajo, mesilla de noche y brazo del sofá, hace meses que aguardaba turno la edición que presentó la Real Academia Española de la obra de Cervantes, con motivo de su IV Centenario. Finalmente, ayer pude hojearla, – porque releída ya estaba –poniendo la vista en pasajes que siempre me llamaron la atención, especialmente el de la muerte del hidalgo caballero.

Esto lo hacía mientras los “indignados” montaban su tienda junto a la casa del pueblo, hoy, más que nunca, jaula de discusiones partidistas y no mesa de trabajo por el bienestar ciudadano. Decepción que ha impulsado mi ánimo para traer a esta página de mi bitácora la descripción de la muerte del caballero andante, con objeto de reflexionar en voz alta sobre las cuestiones que me ha suscitado la revisión anunciada. En la versión original, Cervantes describe la muerte del caballero así:

Y la última edición académica adapta el texto diciendo: “En fin, llegó el último de don Quijote, después de recibidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallose el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió. Viendo lo cual el cura, pidió al escribano que diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote…”

Observará el lector los sustanciales cambios de grafía, signos de puntuación, mayúsculas y paréntesis que hay entre el texto original y el patrocinado por la Academia, para adaptarlo al momento actual, algo que parece razonable. Como razonable parece que los acampados en la Puerta del Sol hayan cambiado su estrategia reivindicativa.

Unamuno se preguntaba en su ensayo sobre la vida de don Quijote, a quién dio su espíritu el caballero y dónde está hoy ese espíritu, sabiendo muchos de nosotros que sobrevuela el alma de los utópicos revolucionarios del 15-M y de miles de almas derrotadas en hogares malheridos.

Pero nos tememos que la manifestación de ayer tarde frente al Congreso de Diputados sea el último estertor de estos quijotes a los que muchos nos hemos unidos indignados por la sordera política que asiste a quienes nos gobiernan, como demuestra el hecho de que este movimiento no les haya afectado en absoluto, siguiendo ellos a lo suyo, que casi nunca es lo nuestro.

El escribano de la novela que asiste en la narración al último suspiro de don Quijote se extraña que el caballero andante muriera sosegadamente en la cama porque tal defunción era indigna de luchadores, algo que no debe suceder con el movimiento 15-M, aunque la realidad parece afirmar lo contrario.

A diferencia del escribano, yo me sorprendo que el autor de la novela describa tan lacónicamente la defunción del protagonista, aclarando incluso al lector que dar el espíritu significaba la muerte, como si Cervantes se hubiera quedado sin inspiración literaria para hacer una descripción más brillante de circunstancia tan fundamental en el desenlace de la novela.

Sólo cabe pensar que fue así porque quien verdaderamente murió de dolor y perdió su vena literaria fue el propio autor, obligado a cumplir la exigencia de un guión impredecible el día que comenzó a escribir la vida del caballero, queriendo olvidar el lugar de la Mancha donde nació.

Esto mismo le ocurre al autor de esta bitácora, al sospechar que el movimiento 15-M no pasará de ser una frustrada esperanza de regeneración democrática que muchos hemos compartido, sin saber cómo nació.