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Etiqueta: muerte

CIENCIA Y CREENCIA

CIENCIA Y CREENCIA

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El origen, estado actual y devenir de la Tierra que habitamos no puede predecirse de manera categórica, única y cierta, porque la respuesta que puede darse depende esencialmente de los conocimientos, ideología y creencias de cada cual, como sucede con la muerte y otros aspectos de la existencia humana, desconocidos para nosotros.

Así ocurre, por la dificultad que tenemos para interpretar los hechos debido a al insuficiente conocimiento que atesoramos sobre nuestra procedencia, sobre la realidad que nos envuelve y sobre el futuro que nos espera, haciendo pensar a muchas personas en seres superiores que explican virtualmente todo, y a otros tantos vecinos en realidades científicas objetivas o supuestas interpretaciones por evidenciar.

El colectivo de fieles creyentes en divinidades superiores, creadoras y administradoras de vidas y haciendas, se consuela, gratifica y reconforta con la intervención de poderosos dioses que todo lo explican, desde el subjetivo prisma personal que les lleva a dar crédito a ciertos argumentos que repelen la razón otorgada por el todopoderoso creador, que también concede pasaporte hacia la paradisíaca vida eterna.

En cambio, el grupo de seres racionales descreídos, rechaza aquello que la tradición le presenta como incuestionable, por ser para ellos intelectualmente incomprensible, lógicamente incoherente, ideológicamente desnaturalizado y doctrinalmente contradictorio, dejándose llevar por la ciencia hasta donde esta ha sido capaz de llegar, y absteniéndose de inventar respuestas para lo desconocido que repudien a su razón.

VERSIONES DE LA VIDA

VERSIONES DE LA VIDA

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El origen, estado actual y devenir de la Tierra que habitamos no puede predecirse de manera categórica, única y cierta, porque la respuesta que puede darse depende esencialmente de los conocimientos, ideología y creencias de cada cual, como sucede con la muerte y otros aspectos de la existencia humana, desconocidos para nosotros.

Así ocurre, por la dificultad que tenemos para interpretar los hechos, debido al insuficiente conocimiento que atesoramos sobre nuestra procedencia, sobre la realidad que nos envuelve y sobre el futuro que nos espera, haciendo pensar a muchas personas en seres superiores que explican virtualmente todo, mientras otros vecinos piensan en realidades científicas objetivas o supuestas interpretaciones por evidenciar.

El colectivo de fieles creyentes en divinidades superiores, creadoras y administradoras de vidas, se consuela, gratifica y reconforta con la intervención de poderosos dioses que todo lo explican, desde el subjetivo prisma personal que les lleva a dar crédito a ciertos argumentos que repelen la razón que les ha otorgado el propio todopoderoso creador, que también concede pasaporte para la paradisíaca vida eterna.

En cambio, el grupo de seres racionales descreídos, rechaza aquello que la tradición le presenta como incuestionable, por ser para ellos intelectualmente incomprensible, lógicamente incoherente, ideológicamente desnaturalizado y doctrinalmente contradictorio, dejándose llevar por la ciencia hasta donde esta ha sido capaz de llegar, y absteniéndose de inventar respuestas para lo desconocido que repudien a su razón.

Personas de ambos colectivos conviven a veces en el mismo hogar, o son vecinos, tienen aficiones comunes, disfrutan juntos de la vida o comparten amistad, porque cuando el amor, la tolerancia y el respeto ganan su espacio en las relaciones humanas, los pensamientos divergentes no interfieren en la feliz convivencia de creyentes y descreídos.

HE PASADO LA TARDE CON BORGES

HE PASADO LA TARDE CON BORGES

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Recogido en un sillón, a la luz de una pequeña lámpara iluminando imágenes, versos y palabras, acompañando el silencio con Albinoni y paralizando el tiempo, he pasado la tarde recreándome con el descreído Borges, sin otra ocupación que abandonar mi alma en el remanso de los versos, alimentar mi espíritu con sus reflexiones y empapar la mente de sabiduría con sus palabras, compartiendo juntos el sabor especial, nuevo, único y desconocido de la muerte, que ayuda a bien morir.

Todo sucedió sin proponérmelo ni previo aviso, como si hubiera estado dispuesto de antemano por capricho del azar o extraño sortilegio, que permitió a mi curiosidad alentar el milagro casual del encuentro, a sabiendas de que los libros mueren en las estanterías hasta que encuentran lectores que les dan vida.

Se produjo el encuentro con el argentino al intentar hacer sitio en la estantería a un libro enviado por mi amigo Pedro desde lejanas tierras, cuando fue requerida mi atención al rozar con la mano un libro vecino en el modesto anaquel donde descansan textos que no volveré a leer, como nos anticipó Borges en su inolvidable poema “Límites”.

Así volvieron a desempolvarse en la memoria emotivas palabras sobre la ceguera. Se reagitó mi cultura occidental con el inquietante cabalismo tradicional judío. Despertaron del olvido milenarios pensamientos budistas. Y la poesía se adormeció en mi regazo brindándome instantes de placentero bienestar renovado.

Poemas ya leídos que retornaron a la paz doméstica con renovada vida, porque navegan incansables sobre el río de Heráclito en perpetuo renacimiento, mostrando en cada lectura una cara diferente de su poliédrica forma, para inducir nuevos sentimientos, alejar dudas, seducir novedades y complacer el alma.

MIEDO

MIEDO

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Es el miedo profunda caverna que se hace cada vez más tenebrosa cuanto más se penetra en ella por el camino empedrado de la cobardía, llegando a perderse en el silencio las huellas del redentor sendero que conduce a la luz, pues la oscuridad que alimenta el miedo es mayor que la esperanza en la resurrección.

El miedo forma parte esencial de la raza humana, es un componente básico de su estructura vital y acompaña al ser humano desde que el primer homínido apareció sobre la Tierra azarosamente, permaneciendo milenios hermanado a su constitución personal, inseparable y afiliado a él como el grano de trigo a la espiga.

El ser humano tiene miedo a toda novedad impredecible que escape a su control y dependa de voluntades ajenas. Por eso teme a la nada, a lo invisible, a lo desconocido, a la muerte, a la soledad, al sufrimiento, a la enfermedad, al paro, al castigo y a perder amores, amigos o salud.

Pero conviene saber que el poder otorgado por su primogenitura, puede ser derrotado con la entereza del valor, la intrepidez del arrojo y el denuedo del coraje, porque el miedo no es invencible, y sale huyendo por la gatera cuando la osadía entra por la ventana. Eso explica el renombre de los héroes que sometieron el miedo al atrevimiento para vencer la resignación y el triunfo inevitable del pueblo que arrinconó temores colectivos alentando revoluciones que han cambiado el rumbo de la historia

Pero el invento de dioses a quien adorar y ofrecer sacrificios para eliminar el miedo a la contingencia humana, ha multiplicado la turbación que pretendía evitarse, porque se ha extendido el temor a los propios dioses que fabricamos para liberarnos de él, siendo la muerte la gran liberadora de todos nuestros miedos.

ENVEJECER

ENVEJECER

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Nadie se atreve a poner con certeza una cruz en su calendario personal señalando el comienzo de la vejez, pero todos los que estamos en la sala de espera sabemos que el envejecimiento es inevitable, que se va instalando en nosotros de rondón, que nos encoge en futuro y advierte sobre la inutilidad de los pretenciosos cantos de sirena anunciando eternas juventudes espirituales.

Envejecer es un proceso que sólo pide vivir como requisito ineludible y caminar sin descanso por la vida hasta llegar a la estación término, sufriendo una irreversible agonía de años que se aproxima inexorablemente a su inmediato término, porque se madrugó más en la vida, como le sucede a las rosas marchitas de madrugada.

Pero no todo es frustración y desánimo, porque el envejecimiento alimenta una ternura desconocida en la juventud.  Recorta la distancia en las relaciones humanas facilitando el acercamiento. Serena el ánimo que destierra la excitación. Mejora la comprensión facilitadora del entendimiento. Amortigua la rivalidad. El amor gana terreno al apasionamiento. Y la intransferible sabiduría de la experiencia sustituye a las más eruditas enciclopedias.

Envejecer es irse acostumbrando a renunciar a la vida sin perder ocasión de renacer en las vivencias de cada día, porque la olvidada muerte desatendida en la infancia, toma cuerpo real en la vejez siguiéndole de cerca los pasos a la edad, para interponer la guadaña en su camino al primer descuido de la suerte.

VIVIR ESPERANZADOS

VIVIR ESPERANZADOS

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Vivir esperanzados es el mejor antídoto contra el desánimo y el mayor argumento para mantener la lucha por los valores eternos en el pedregoso camino de la vida, confiando en la derrota de todo aquello que nos perturba, enoja y decepciona, porque la certidumbre en la victoria mantendrá encendida la llave de la esperanza, contra toda desesperanza, incluso más allá de la muerte.

Para ello, ha de valernos la ceguera que tiene la esperanza al no ver el peligro que acecha. Debemos usar la temeridad que impulsa su atrevida inconsciencia. Emplear la fortaleza que activa su atrevimiento. Servirnos del valor que otorga la sinrazón de sus razones. Alentarnos con el ánimo que alimenta la ilusión. Confiar en la fe que siempre le acompaña. Y esgrimir el espíritu de lucha que invade a quien no pierde la esperanza.

Todo ello aderezado con paciencia infinita que garantiza su perduración en el alma de los esperanzados para que alcancen lo deseado, de la misma forma que espera el grano de trigo hacerse pan en la mesa, el agua mantiene el anhelo de la sed y la fruta la fecundación del polen cada primavera.

Sólo la esperanza cierra las puertas al pasado, abriendo de par en par las ventanas al futuro, pues no cabe esperanza en lo que ya fue, sino en lo que está por venir, haciendo de la virtud promesa de resurrección cada mañana, igual que la noche más negra es desterrada del horizonte por la luz del amanecer.

INDEFENSIÓN INFANTIL

INDEFENSIÓN INFANTIL

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El poder que tiene la sonrisa de los niños para alejar la tristeza de quienes le rodean, unido a la fortaleza que les asiste para levantar el mundo con una mano, contrasta con la fragilidad de su vida, dependiente de la protección que le otorgan quienes viven por ellos y reviven la infancia que tuvieron, alentados por los recuerdos que los niños les inspiran.

Estos débiles seres humanos se sienten inmortales junto a las personas que les han dado la vida. Se consideran inmunes a posibles quebrantos. Y parecen invulnerables frente a toda desgracia, ignorando la enorme indefensión que tienen ante el más leve soplo de viento infortunado o el simple roce de un pétalo de rosa que caiga sobre ellos.

La soledad interior del niño será su única compañía en el momento de escribir la primera en blanco de su diario, por mucho que se le lleve la mano por los renglones y se hagan propuestas para sustituirle en el incierto camino que debe recorrer desde la cuna a la tumba, hasta hacer realidad la esperanza que podrá llegar a ser en la vida.

Porque cuentan los niños con el gran poder que les confiere la ignorancia de saber que la muerte espera pacientemente su llamada y que todo lo realizado y atesorado en la vida será esfuerzo inútil, porque no hay redención posible de la vida, por mucho que se empeñen los libros sagrados en lo contrario.