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ORACIONARIO

ORACIONARIO

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El tiempo penitencial de cuaresma en que nos encontramos inmersos, por obra y gracia de la liturgia católica, trae a mi mesa esta madrugada recuerdos de tiempos juveniles de oración y penitencia, cuando la salvación del infierno se antojaba caprichosa y el devocionario nos encadenaba a misterios indescifrables, obligándonos al arrepentimiento para evitar el castigo del fuego eterno.

Todo era distinto, aunque no quisiéramos, porque antes de dar por terminado el primer acto del silbato, estábamos sometidos a la disciplina del oracionario, sin redención posible del tedio, ni libertad consentida que evitara devociones impuestas por maridajes político-religiosos, incomprensibles para nuestra mente infantil, que deambulaba perdida entre dogmas inasequibles.

Misa diaria, máxima religiosa y promesas. Acción de gracias al comenzar el día, y señales de la cruz a toda hora: en los labios, para indultar palabras; en la frente, para alejar malos pensamientos; y en los ojos, para limpiar miradas. Oraciones, antes y después de cada viaje; antes y después de cada comida, antes y después de cada clase.

A las doce en punto, el ángelus; y a las ocho y media, el rosario. En cuaresma, el vía crucis, tardes eucarísticas los sábados, confesiones a cada hora, ejercicios espirituales y novenas virginales. Meses de María, de san José y del Sagrado Corazón; nocturnas adoraciones y cursillos de cristiandad.

Horas de imposible regreso a la historia real de cada día. Respuestas consoladoras, pero incomprensibles a la razón, para eliminar la angustia eterna por lo desconocido. Prohibición de libros ajenos a la sagrada historia y la doctrina del hijo de un carpintero. Y aturdimiento de inciensos eucarísticos cantando pange linguas y tamtum ergos.

Rodillas en tierra, venerábamos inclinados el más grande Sacramento, supliendo con fe la incapacidad de los sentidos para comprender lo incomprensible y alabanzas jubilosas al Altísimo por entregarnos a su Hijo consagrado en la última cena, como alimento frugal para alimentar el alma.

RECUERDO DE UN ENCUENTRO

RECUERDO DE UN ENCUENTRO

He traído de Galicia recuerdos imborrables que guardo en la mochila de la memoria, junto a entrañables abrazos, compañías inolvidables y eternos amigos. Pero también he traído tristes sonrisas que quiero compartir con vosotros, porque las vivencias de los tiempos del cólera son eso, recuerdos de dolor que se ha llevado el olvido, dejándonos sólo el humor que provocaron.

Eran tiempos de hambruna y estraperlo. Tiempos de orfandad y soledad compartida en hermandad solidaria. Tiempos de mutilaciones familiares y roturas del almas infantiles, apenas reparadas en colpicios de miseria y disciplinas zafreñas por tierras extremeñas.

Misa diaria y rosario. Misa diaria en ayunas. Misa diaria tras una cena frugal y ligero sueño compartido. Misa  iluminativa en la que mi querido Domingo veía luces y oía campanas durante la ceremonia religiosa, premonitorias del inevitable desmayo, sin que la ciencia explicara tales desvanecimientos, ni la fe justificara sus beatíficas visiones oníricas.

En parihuela era llevado a una sala fría y distante, casi abandonada, donde con desgana era envuelto en mantas pardas hasta que la vida retornaba a los ojos y un caldo hacía el milagro de la resurrección.

No había diagnóstico clínico para tal desmayo, ni tratamiento médico, ni justificación religiosa al prodigioso brebaje, ni explicación pública del vahído. El problema estaba en el escaso plato que llegaba a la mesa desde un menguado puchero, porque la enfermedad de Domingo era, simplemente, hambre.